SAN EUSTAQUIO
La historia de San Eustaquio tiene lugar en tiempos del emperador Trajano (98-117). Cuenta la tradición que, durante una cacería por las montañas de Mentorella, sobre Tívoli, el centurión romano Plácidus acosaba y perseguía a una manada de ciervos cuando, de improviso, uno se volvió hacia él; entre su cornamenta llevaba un crucifijo y una fulgurante luz iluminaba sus astas, y oyó una voz que le decía: «Plácido ¿por qué me persigues? Vas a sufrir mucho por causa de Cristo». Convertido al cristianismo, y bautizado, tomó el nombre de Eustachio (Eustaquio).
La leyenda refiere que, poco después de su conversión, una peste y otra serie de infortunios hicieron que Eustaquio perdiera todos sus bienes y tuviera que separarse de su familia. Tras recalar en Egipto, fue llamado de nuevo por el emperador para comandar un ejército, regresando a Roma victorioso. Allí pudo reunirse nuevamente con su esposa Taciana (cristiana Teopista) e hijos Agapito y Teopisto. Poco le duró el bienestar, pues unos años después, sobre el año 118, cuando el nuevo emperador Adriano quiso agradecer a sus dioses la victoria, viendo que Eustaquio no quería entrar en los templos ni hacerles sacrificios, y que en efecto era cristiano, privándole de la dignidad que tenía, le mandó prender a él, junto a su mujer e hijos, y echarlos a los leones. Sin embargo, éstos ni los tocaron: se postraron a sus pies, lamiéndolos mansamente y haciéndoles reverencias.
Adriano, enfurecido, mandó hacer un gran toro de bronce y encenderlo, encerrándoles en él para que allí pereciesen asados, quemados y hechos cenizas. Esto acaeció el 20 de septiembre del año 130, y allí estuvieron tres días encerrados. Al abrir el toro, hallaron los cuerpos muertos, pero resplandecientes. Estaban tan enteros como si estuvieran vivos, pues no les faltaba ni el pelo de la cabeza. Este milagro hizo que muchos se convirtiesen al cristianismo y otros quedaron atónitos y confusos. Su casa se transformó en un lugar de culto. Más tarde se edificaría sobre ella la actual Basílica de San Eustaquio.
Al ser relatos sin probado valor histórico, el Martirologio cristiano, para evitar referencias puramente legendarias, aunque recoge el culto del santo, sólo lo refiere a la titularidad de una iglesia.
Además, la leyenda y la tradición se funden y confunden, en similar conversión cristiana, con quien sería San Huberto de Lieja, el hijo mayor del Duque de Aquitania, Bertrán (Bertrando) y de Hugbern (o Afre), gran aficionado a la caza y que vivió en Bélgica entre los años 657 y 727, llegando a ser obispo de la actual ciudad de Maastricht desde el año 705. Falleció de muerte natural en el año 727, y su fiesta se celebra el día 3 de noviembre. Sin embargo, aunque éste también es proclamado patrón de los cazadores por casi todas las sociedades de caza actuales, posiblemente no sea más que un “plagio popular medieval” de la figura de Placidus (San Eustaquio), el centurión romano martirizado.
Las representaciones en que aparecen ambos santos son muy similares, junto a un caballo y al ciervo crucífero. Pero la diferencia radica en que san Huberto aparece vestido con ropas nobles, como caballero medieval. En las referidas a San Eustaquio, éste siempre aparece ataviado con ropa militar romana.
San Eustaquio es patrón de los cazadores, de los trabajadores forestales y de las tiendas de comestibles. Se le invoca también para la resolución de los problemas familiares.
Madrid y París lo tienen como uno de sus santos patrones, y su festividad se conmemora el 20 de septiembre.