ABADIA DELLE TRE FONTANE
BASÍLICAS E IGLESIAS

ABADÍA DELLE TRE FONTANE

La Abadía delle Tre Fontane (Abadía de las Tres Fuentes) se encuentra al final de la vía delle Acque Salvie, un breve camino que sigue la antigua vía Laurentina.

Se situa en una zona frondosa, antiguamente repleta de humedales. Recibió el nombre de Acque Salvie por los numerosos manantiales allí existentes, algunos considerados fuentes sagradas en la antigüedad.

También fue conocido como Ager Herodis, pues, al parecer, allí tuvo una villa y residió el rey Herodes Agripa II (Marcus Julius Agrippa, 27/28 d.C. – 92/100 d.C.), hijo y último miembro de la dinastía del gran rey de Judea, Herodes el Grande. A los 17 años, tras fallecer su padre, el emperador Claudio lo educó y retuvo en Roma, enviando a Cuspio Fado como gobernador de Judea, entonces provincia romana.

La abadía es un antiguo lugar de peregrinación. Se tiene por el legendario lugar donde fue decapitado el apóstol San Pablo, presumiblemente el 29 de junio del año 67 d.C., en tiempos del emperador Nerón.

También la tradición refiere que, durante las persecuciones cristianas de Diocleciano, se dispuso que los cristianos que militaban en el ejército fuesen separados de las legiones y enviados a Roma. Allí, como esclavos, fueron obligados a trabajar en las Termas que el emperador estaba construyendo. Al concluirlas, como perseverasen en su fé, fueron condenados y decapitados “donde está la fuente permanente”, en el valle conocido como “de las Aguas Salvias” (si bien otros sostienen que fueron ajusticiados a las afueras de la Puerta de San Sebastián). Al parecer, en el año 298, fueron enterrados aquí, junto con su tribuno Zenón, otros 10.203 de esos mártires cristianos.

Las evidencias arqueológicas halladas atestiguan que antiguamente era un lugar utilizado para entierros cristianos. Las crónicas refieren que Narsés, un destacado general del emperador Justiniano, construyó aquí una iglesia en el siglo VI y la dedicó a San Pablo.

La Abadía es hoy un complejo monacal cisterciense que conserva su aspecto medieval. Rodeado de frondosas arboledas, sigue siendo una importante ruta de peregrinación, quizá la más agradable de Roma.

Se accede a ella a través de un corto camino, la vía di Acque Salvie. A su mitad, junto a un recodo, una gran estatua de San Benito nos da la bienvenida.

 

 

La escultura de mármol, del siglo XIX, está alojada dentro de un nicho arqueado, en un sencillo edículo gótico de ladrillo y piedra, flanqueado por un par de columnas de basalto. El arco está coronado con una representación de la Medalla de San Benito.

Su presencia advierte que éste es un lugar de paz y oración.

San Benito se muestra con un dedo en los labios (en referencia al silencio que solían guardar los trapenses). Lo acompaña un cuervo con un mendrugo de pan en el pico.

El cuervo casi siempre acompaña a San Benito en sus representaciones. Según refiere la leyenda, cuando San Benito hubo retornado a su cueva, en Subiaco (en el Lazio), un vecino cura, llamado Florentius, movido por la envidia, trató de matarlo dándole pan envenenado. Cuando San Benito se disponía a comerlo, en el momento en que lo estaba bendiciendo, según su costumbre, entró un cuervo y se llevó el pan en el pico.

En el zócalo de la estatua consta el siguiente epígrafe (en latín):

 

BENDECID AL MUNDO CON VOSOTROS, GLORIOSA DESCENDENCIA DE ITALIA.

 

En el pedestal del edículo aparecen, escritos en latín, una serie de epígrafes ascéticos: los dos primeros pertenecen a la Regla de San Benito; el tercero es un lema tradicional benedictino. Su traducción sería:

 

ESCUCHA, HIJO. OBEDIENCIA SIN DEMORA: REZA Y TRABAJA.

A ESTE LUGAR VIENE EL QUE DESEA VER ABIERTOS LOS CIELOS, Y LA DUREZA DEL CAMINO NO LO DISTRAE DEL SANTO PROPÓSITO.

LA VIDA DICHOSA Y MÁS ELEVADA SIEMPRE SE BUSCA CON ESFUERZO DIFÍCIL, Y TIENE UN CAMINO ANGOSTO.

 

La vía termina en un aparcamiento. Allí era donde los monjes medievales interactuaban con los laicos en los negocios (los jinetes, las mujeres y los que portaban armas no podían acceder al Monasterio).

 

abadie delle tre fontane

 

En él se encuentra la caseta de vigilancia. A su izquierda hay una tienda-librería y un bar, con una pequeña terraza exterior.

 

abadie delle tre fontane

 

Un ramal del camino de entrada, a la izquierda, conduce a los modernos edificios agrícolas de la abadía. Allí es donde estarían las áreas de servicio medievales, que incluirían establos, panadería, bodega, curtiduría y graneros.

Al complejo se accede a través del “Arco de Carlomagno”, llamado así por los frescos que contiene y porque, al parecer, en esta abadía pernoctó el emperador durante su estancia en Roma, en el año 800, cuando fue conorado emperador.

 

 

Fuentes históricas reflejan que lo primero que hizo León III (Papa de 795 a 816) tras ser elegido Papa, ante el cisma que entonces existía, fue comunicar su elección al rey de los francos, Carlomagno, enviándole una carta junto a las llaves de San Pedro y la bandera de Roma. Un gesto con el que le reconocía como “protector” de la Santa Sede.

Pese a ello, tan sólo cuatro años después de ser elegido, León III fue atacado y encerrado en un monasterio. Sin embargo, pudo escapar y huir a Francia, donde Carlomagno lo acogió, facilitándole tropas que consiguieron reponerle en el trono papal. En recompensa de este servicio, durante la misa celebrada en la antigua Basílica de San Pedro en la noche de Navidad del año 800, el Papa coronó a Carlomagno como Emperador. Con ello, aparentemente, resurgía el Imperio Romano de Occidente, al tiempo que el Papa se aseguraba así la protección, tanto de la Iglesia romana como de la Cristiandad, ante los paganos.

El arco es una estructura porticada construida en tiempos del Papa Honorio III (alrededor del año 1200). Está muy restaurada, y formaba parte de los muros fortificados que un día tuvo la abadía, posiblemente destruidos por un terremoto. Consta de dos bahías abovedadas, separadas por un arco transversal de mármol. Interiormente está decorado con frescos, prácticamente desaparecidos. En ellos se refleja la milagrosa intersección de las reliquias de San Anastasio, que contribuyeron a las victorias del emperador Carlomagno y del Papa León III, gracias a las cuales la abadía recibió grandes tierras de los lombardos de Ansedonia.

Según refiere la Historia, en el año 805 Carlomagno, tras una serie de conquistas lombardas, puso sitio a la ciudad de Ansedonia. En vista de que el asedio se prolongaba y se acercaba la festividad de San Anastasio (22 de enero), el Papa León III, que acompañaba a Carlomagno, tuvo un sueño premonitorio. Por ello, mandó a algunos monjes a Roma para traer las reliquias del santo. Cuando se presentaron con la reliquia ante a la fortaleza enemiga, sus muros se derrumbaron como derruidos por un terremoto. Como muestra conjunta de agradecimiento, el Papa y el emperador asignaron buena parte de los territorios conquistados a la abadía delle Tre Fontane.

Los frescos que contiene el Arco, afortunadamente, fueron copiados en 1630. Gracias a ello sabemos que la bóveda mostraba a Cristo Pantocrátor en un tondo central, rodeado de ángeles y los símbolos de los cuatro evangelistas.

 

 

En la pared izquierda estaban representados Carlomagno y al Papa León III llegando a Ansedonia (en el registro superior); bajo la figura del emperador aparecía una visión, aconsejándole que trajera la cabeza de San Anastasio. La pared de la derecha tenía tres registros: en la parte superior, la llegada de la reliquia; en el centro, la caída de Asnsidonia y su donación a los monjes de Tre Fontane (mostrados anacrónicamente como cistercienses); y, en la parte inferior, se mostraban los castillos de la tierra donada.

 

 

Hoy acoge la portería, con un curioso mirador de seis pequeños arcos. Bajo él, se colocó un bajorrelieve de la Virgen con el niño (siglo XIX).

Traspasando el arco se accede al patio de la abadía, hoy presidido por una estatua de la Virgen sobre una vieja columna, erigida en el siglo XIX.

 

 

También aquí se encuentra una preciosa fuente, que los antiguos romanos llamaban “primavera”, hoy casi agotada.

El interior del complejo monacal, que más adelante describiremos, está formado por:

 

  • Iglesia de los Santos Vincenzo y Anastasio (siglo VII). Anexo a ella se encuentra el Monasterio, con su Claustro (no admiten visitas). Se halla frente a la entrada.
  • Iglesia de Santa Maria Scala Coeli (siglo XII). Se sitúa a la derecha de la entrada.
  • Iglesia de San Paolo alle Tre Fontane (siglo V). Está ubicada al fondo del complejo, al final de un corto camino arbolado.

 

 

abadia delle tre fontane

HISTORIA DE LA ABADÍA DELLE TRE FONTANE

Las primeras noticias fehacientes se refieren al Papa Honorio I. Éste edificó aquí un Monasterio en 625, contratándolo con monjes griegos de rito bizantino, al parecer procedentes de Cilicia. Esa procedencia es la que ha dado pie a considerarse propiciatoria con el culto a San Pablo. Baste recordar que Cilicia es una localidad situada al Sureste de la actual Turquía, país que entonces contenía a Tarso (la ciudad natal del apóstol).

También se tiene constancia de que la cabeza del mártir San Anastasio se consagró aquí. Se donó como reliquia por el emperador Heraclio (Flavius Heraclius Augustus, emperador romano de Oriente desde 610 hasta 641). Así aparece reflejado en crónicas inmediatas posteriores, donde también se menciona a Tre Fontane como el lugar del suplicio de San Pablo (ésta es la primera referencia histórica a la leyenda).

En el siglo VIII, el “Miraculum Sancti Anastasii Martyris” describe que el Monasterio tiene una iglesia dedicada a la Virgen María (la que después sería Santa Maria Scala Coeli). También habla de otra iglesia dedicada a San Juan Bautista (de la que no queda vestigio alguno).

Igualmente se tiene constancia de que el Monasterio fue destruido por un incendio “debido al descuido de los monjes”. Ello sucedió en tiempos de Adrián I (772-795), y el mismo Papa facilitó la reconstrucción.

En 1080 el Papa Gregorio VII (Hildebrando di Soana, Papa entre 1073 y 1085) puso el Monasterio, y todas sus posesiones, bajo la autoridad de la basílica de San Paolo fuori le Mura. Entonces se instalaron aquí los monjes benedictinos, regidos por la Abadía de Cluny.

No obstante, pocos decenios después el Papa Inocencio II (Gregorio Papareschi, Papa de 1130 a 1143) les quitó el monasterio a los cluniacenses (que habían apoyado el cisma del Anacleto II). Lo entregó a los cistercienses y, bajo la dirección del nuevo abad, Bernardo de Pisa (Bernardo Paganelli Montemagno), se restauró y reformó la abadía en 1221. Se completó años más tarde, tras ser elegido Papa (Eugenio III, Papa de 1145 a 1153). De estas fechas es la estructura que hoy puede contemplarse en la abadía, pues apenas registra cambios desde entonces.

Por esas fechas, ya habían surgido problemas de malaria en la zona. Al parecer los humedales circundantes eran un foco donde los mosquitos se reproducían, facilitando su propagación. Para evitarla, la comunidad solía pasar los veranos en el castillo de Nemi. Ésta era una abadía “hija” que fundaron en Arabona (en Manoppello, cerca de la costa adriática), que tenía un clima más saludable. No obstante, la intensa actividad agrícola de los monjes cistercienses, al convertir las marismas en áreas de cultivo y reducir las zonas de aguas estancadas, mitigó considerablemente la enfermedad.

El prestigio de la abadía se enriqueció en 1370 con las reliquias de San Vicente de Zaragoza (también conocido como San Vicente el Diácono). Éste fue nombrado también titular de la iglesia principal, desde entonces dedicada a los santos Vincente y Anastasio. Sin embargo, casi al mismo tiempo surgirían problemas en la abadía, pues la cabeza de San Anastasio fue robada. Y no pudo ser recuperada hasta 1407, cuando se halló en la sacristía de la basílica de Santa María en Trastévere, en Roma.

Asímismo, la riqueza que las actividades agrícolas que ésta y otras abadías generaron, propiciaron que Urbano VI ( Bartolomé Prignano – Papa entre 1378 y 1389) pusiese a su frente a los primeros abades in commendam (comendatarios): no eran monjes; solían ser simples laicos, o cardenales de alto perfil, a quienes legalmente hicieron abades de monasterios, simplemente para beneficiarse de sus ingresos. Los abusos que surgieron en prácticamente todos los monasterios bajo ese tipo de dirección llevaron a una seria decadencia de los mismos.

Pero aquí, en Tre Fontane, se utilizó un subterfugio legal útil para preservar la vida monástica. Se nombró también un abad claustral para gobernar la comunidad, que continuó siendo cisterciense. Desde 1383, la abadía pasó a tener dos abades: uno in commendam, encargado de la gestión económica, y otro claustral, responsable de la vida monástica. Además, en 1518, la abadía se unió a la provincia toscana cisterciense. Ello mejoró la supervisión de la calidad de la vida monacal, pues anteriormente dependía de la abadía de Clairvaux, demasiado lejana, en Francia.

Durante la Edad Media los cistercienses trabajaron sus propias tierras de cultivo. Para ello se sirvieron de campesinos analfabetos (llamados inicialmente conversi, y más tarde conocidos como “hermanos laicos”). Éstos, en busca de seguridad, sin recibir las órdenes religiosas, aceptaban la castidad y la vida monacal a cambio de evitar el hambre, que entonces asolaba toda Europa. No obstante, a medida que la sociedad avanzó y prosperó, la vida como “hermano laico” perdió su atractivo, y abandonaron la vida monacal en busca de nuevas oportunidades y de más libertad.

Las abadías cistercienses, incapaces de trabajar las tierras de cultivo por sí mismos, comenzaron a arrendarlas. Ello supuso el abandono de gran parte de las tierras, que aquí particularmente se tradujo en que la marisma del valle Norte comenzó a extenderse y, como no podía ser de otra manera, la malaria retornó con más fuerza.

De depender de la Congregación toscana se pasó, en 1783, a estar bajo la Congregación romana. Pero ello no ayudó prácticamente en nada, pues el Monasterio se encontraba entonces en un estado ruinoso, al decir de los peregrinos de la época, y habitado tan sólo por unos pocos monjes enfermos.

Con la llegada de las tropas napoleónicas y la ocupación del Estado Pontificio, las fundaciones religiosas fueron suprimidas y los monjes cistercienses en 1808 se vieron obligados a abandonar Tre Fontane. El monasterio fue privado de todas sus posesiones, relicarios y muebles preciosos, donados por papas y reyes a lo largo de los siglos. Los archivos, los textos y códigos de la biblioteca fueron transferidos a las bibliotecas del Vaticano y Casanatense. Con estos saqueos, y la infestación del lugar por la malaria, la abadía quedó completamente en ruinas. Y en 1814, al restaurarse el gobierno papal, ninguno de los antiguos monjes quiso regresar.

Así las cosas, el Papa decidió entregar el complejo en 1826 a los franciscanos, pero la malaria les impidió realizar una adecuada vida monacal.

En 1868, el Papa Pío IX (Giovanni Maria Mastai Ferretti, Papa de 1846-7 a 1878) confió la Abadía a la Orden del Císter. Desde entonces, el complejo monacal lo regenta una pequeña comunidad de monjes cistercienses conocidos como “Trapenses” (seguidores de la «Observancia Estrecha»).

 

 

Por aquellos tiempos todavía se pensaba que la malaria era causada por el aire estancado (“mal aire”, de ahí el nombre), por lo que el gobierno insistió en que los monjes implementaran un proyecto para plantar toda el área con eucaliptos de Australia que refrescarían la atmósfera (muchos de los árboles originales plantados aún sobreviven). Se les entregaron 450 Ha de tierra, en enfiteusis (cesión del dominio) perpetua, con la condición de plantar 125.000 plantas de eucaliptos para el saneamiento de la zona. Efectivamente, el saneamiento se realizó por medio de canalizaciones, eucaliptos, pero sobre todo enterrando un pantano, que era el principal foco de la malaria en el valle.

Con el tiempo, la malaria desapareció, pues las marismas finalmente se agotaron: los eucaliptos “tienen sed” y, aunque solucionaron este problema, contribuyeron a otro. Al descender la capa freática, en 1950, las fuentes sagradas dejaron de fluir. Desde entonces, el flujo se mantuvo artificialmente hasta que se descubrió que el agua estaba contaminada, por lo que las bombas tuvieron que apagarse a principios del siglo XXI.

Y, pese a que el nuevo gobierno italiano secuestró prácticamente todas las propiedades monásticas en Roma en 1873, la abadía de Tre Fontane no resultó afectada.

Gran parte de los terrenos de la Abadía se expropiaron en 1936 para la realización de la Exposición Universal de Roma E42, llamada así por decisión de Mussolini (estaba prevista para 1942). Sin embargo, el proyecto no pudo realizarse por el estallido de la guerra, si bien los trabajos pudieron reanudarse en 1951, dando lugar al actual barrio EUR (llamado así por las iniciales de la Exposición Universal de Roma), una amplia y tranquila zona residencial con multitud de oficinas y museos.

En la actualidad, la abadía es un vergel de paz y belleza. Un oasis de silencio donde disfrutar de un entorno medieval inmejorable: una experiencia única para compartirla, sobre todo, con uno mismo.

Además, la actividad de los monjes trapenses llega hasta nosotros con el sinfín de especialidades que laboriosamente fabrican: miel, chocolates y galletas variadas. Pero, sobre todo, cervezas, elaboradas con recetas propias y diferentes: Birra trappistes, Birra Triple Tre Fontane, aromatizzata all’eucaliptus, de alta fermentación (8,5% vol. Alc.)

Por si fuera poco, los monjes usan diferentes variedades de hojas de eucalipto para hacer un preciado licor llamado “Eucalittino, muy popular entre los romanos (supuestamente por ser bueno para los resfriados, en realidad también porque desagrada a la flora intestinal).

También es posible alojarse como huéspedes, siempre bienvenidos a la Regla de San Benito. Aquí se puede disfrutar de un corto retiro espiritual (6 días como máximo). La estancia, en habitación privada con baño, incluye las comidas diarias y permite participar en los oficios litúrgicos. Es preciso reservar con antelación.

 

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