LAS ERINIAS
En la mitología clásica griega, las Erinias (Erinyes) eran divinidades ctónicas relacionadas con el mundo subterráneo, anteriores a Zeus y a los dioses del Olimpo.
Se las tenía por divinidades infernales, hijas de la Noche (Nyx) y de Cronos. Al parecer surgieron de la sangre que brotó de Urano cuando su propio hijo Cronos lo castró: la primera gran injusticia cometida desde la Creación. La sangre de Urano fue a parar a Gaya, la Madre Tierra (Gea), fecundándola y haciéndole engendrar a las dos últimas razas pre-Olímpicas: los Gigantes y las Erinias.
Habitaban en el Érebo, la región subterránea en la que reinan las tinieblas y moran los muertos.
Aunque Homero y los poetas posteriores aluden a una o más Erinias, nunca las nombran. Sólo a partir del siglo V a.C. aparecen en las tragedias griegas en número de tres, llamadas:
- Megera (Megaira, “la celosa”). Encarna el rencor, la envidia, la avaricia y los celos. Personifica el odio y la envidia, siendo quien siembra entre los hombres las querellas y las disputas. Es la encargada de castigar principalmente los delitos contra el matrimonio, especialmente la infidelidad. Es la Erinia que persigue con mayor saña, haciendo que la víctima huya para siempre y al que continuamente grita en los oídos recordándole las faltas que cometió.
- Alecto (Aletto, “la implacable”). Como personificación de la rabia y la manía, siempre está enojada y nunca descansa. Es la responsable de castigar los delitos morales como la ira y el orgullo, propagando plagas y maldiciones. Acosa implacablemente al delincuente con teas encendidas, sin dejarlo dormir tranquilo.
- Tisífone (Tisiphonê, “la vengadora”). Persigue los homicidios; en particular los parricidios, fratricidios y asesinatos. Es la personificación de la venganza, atormentando continuamente a los culpables hasta volverlos locos.
Como fuerzas primitivas anteriores a los dioses olímpicos, no se someten a la autoridad de Zeus. Si bien actuaban con justicia, eran crueles e implacables, persiguiendo a los criminales, e incluso atormentando a los condenados en el Tártaro (el lugar del Érebo donde habitan los espíritus de los muertos).
Eran convocadas por la maldición lanzada por quien reclamaba venganza. Son diosas justas, pero implacables, y no se dejan frenar por ningún tipo de tormentos o sacrificios. Jamás toman en consideración causa atenuante alguna y castigan todos los delitos que violan el orden moral y transgreden estas leyes. En particular, persiguen los crímenes de sangre ocurridos en el seno familiar y del clan, a cuyos autores acosan sin descanso hasta hacerlos enloquecer.
En sí, representan la rectitud de las cosas dentro del orden establecido. Son las protectoras del cosmos frente al caos, constituyendo una evidente personificación mitológica del remordimiento.
Se las presentaba como ancianas, de rostro negro y malicioso. En sus espaldas desplegaban grandes alas de murciélago. Los ojos, de mirada amenazadora, los tenían inyectados de sangre. Sus pies eran de bronce y tenían multitud de serpientes arrolladas en sus brazos y sobre su cabeza. En sus manos portaban largos látigos, tachonados en bronce, y antorchas ardiendo. Por este aspecto monstruoso, su sola presencia inspiraba verdadero terror.
Las tragedias griegas están inundadas de su presencia, destacando, de entre sus víctimas más famosas, las siguientes:
- Orestes, que mató a su madre y fue implacablemente perseguido por ellas. Su tragedia se describe en “Las Euménides” (incluida en la trilogía “La Orestíada”), escrita por Esquilo hacia el 458 a.C.
- Edipo, torturado por las Erinias por matar a su padre, pese a que lo hizo en defensa propia e ignorando que el hombre al que mató era su propio padre. Su drama lo relató Sófocles en “Edipo en Colono”, alrededor del 401 a.C.
- Alcmeón, castigado por ellas por el asesinato de su madre, Erifile, hasta que finalmente fue llevado a la locura por las Erinias. Euripídes relata su tragedia en “Alcmeón en Corinto”.
- Pentesilea, reina de las amazonas, perseguida por haber herido de muerte a su hermana Hipólita, mientras ésta cazaba. Homero narra su tragedia en “La Ilíada”.
En su honor se celebraban festivales (Nefalia) en diversas ciudades griegas, recibiendo libaciones de aguamiel y ofrendas (de ovejas negras) en forma de sacrificios. A ellas les estaban consagradas la tórtola blanca y la flor del narciso. Recibían culto en Argos y en Sición. En Atenas tenían un santuario y una gruta dedicada a ellas, cerca del Areópago. También en Colono, donde poseían un santuario y una arboleda cuya entrada estaba totalmente prohibida, con el castigo de recibir su ira quienes transgredieran esa norma. Al parecer también recibieron culto en Megalópolis, donde fueron conocidas bajo el nombre de Manías (“las que te hacen enloquecer”).
Debido a su espantosa y oscura apariencia y al poco contacto que mantenían con los dioses olímpicos, en ocasiones se las confundía con las Gorgonas, las Grayas y las Arpías.
LAS EUMÉNIDES
En “Las Euménides” (tercera parte de “La Orestíada”), del escritor griego Esquilo (525-456 a.C.), las Erinias persiguen al legendario Orestes. Éste había matado a su madre, Clitemnestra, en venganza por el asesinato de su padre, Agamenón. En su primera representación, donde las Erinias conformaban el coro, esta tragedia provocó verdadero terror entre los espectadores.
Lo único que interesa a las Erinias es el acto de asesinato cometido por Orestes, sin sopesar las circunstancias que podrían explicarlo. El propio Apolo debe oponerse a su venganza implacable, concediéndole protección por haberle incitado a vengarse del asesino de su padre, que resultó ser su propia madre, Clitemnestra.
Las Erinias, según narra Esquilo, persiguen a Orestes hasta Delfos, donde se refugia en el más importante santuario de Apolo. La escena fue reproducida alrededor de 1852 por el austriaco Karl Rahl, en el lienzo “Orestes perseguido por las Furias” (Museo Estatal de Oldenburg, Alemania).
Orestes no es liberado hasta que los dioses le convencen para que acepte el veredicto del tribunal de Atenas. Allí, la diosa Atenea interviene como patrona de la ciudad y equilibra el fallo. Orestes es absuelto, obteniendo la purificación de los dioses, si bien debe traer de la Táuride una estatua consagrada a Artemisa. Tras ello, Atenea aplaca la cólera de las Erinias rindiéndoles culto en Atenas.
Desde entonces (finales del siglo V a.C.) fueron conocidas como las Euménides (“las Benevolentes”): una antífrasis utilizada para evitar pronunciar su verdadero nombre y despertar su ira.
En la mitología romana, las Furias (del latín Furiae, “las Terribles”) se identificaron con las Erinias. En realidad, nada se sabe de los orígenes de las Furias en el culto romano. Como espíritus vengadores del inframundo, son una traducción romana, puramente literaria, de las griegas Erinias (Erinyes). Evidencia de ello es que en la literatura romana las Furias mantienen los nombres griegos de éstas: Megera, Alecto y Tisífone.
No obstante, los antiguos romanos también las denominaron Dirae deae (del adjetivo dirus =“cruel”), pues las consideraban deidades crueles y maléficas.
Una de las representaciones más fidedignas de las Furias es la que encabeza este artículo, obra del francés Gustavo Doré (1832-1883). Se realizó en 1861 para ilustrar la “Divina Comedia”, de Dante Aligheri.