FUENTE DE LAS TORTUGAS
La Fuente de las Tortugas, llamada por los romanos Fontana delle Tartarughe, es una de las fuentes más elegantes de Roma. Se encuentra ubicada en el corazón del barrio judío: el emblemático Guetto de Roma.
Hasta el momento de su construcción (1584), el guetto, como otras muchas partes de Roma, carecía de fuentes públicas. Los antiguos acueductos habían sido destruidos y descuidados, y la población se veía obligada a servirse del agua del mismo Tíber.
Fue gracias a la exhaustiva restauración del antiguo acueducto Aqua Virgo, cuando esta parte de la ciudad pudo abastecerse nuevamente de agua. Una ingente obra acometida por Nicolás V (Tommaso Parentucelli, Papa de 1447 a 1455), quien, tras repararlo, lo consagró como Acqua Vergine en 1453.
Así, en 1570 se decidió instalar una fuente en la desaparecida Plaza Judía (Piazza Giudea), lugar del Mercado de Pescado (en la intersección de las actuales Piazza delle Cinque Scole y via del Pórtico d’Ottavia). Sin embargo, ante la insistencia del noble italiano Muzio Mattei, que pertenecía a una acaudalada familia de mercaderes que controlaban entonces el comercio en el Tíber, acabó instalándose en su actual emplazamiento. Mattei, que también formaba parte de la comisión encargada de ejecutarla, se sirvió de su influencia para situarla frente a su residencia privada. Un cambio que se permitió, máxime cuando, en contraprestación, se comprometió a costear su mantenimiento y pavimentar la plaza en la que iba a instalarse.
DISEÑO Y CONSTRUCCIÓN DE LA FUENTE DE LAS TORTUGAS
Diseñada por el prestigioso arquitecto italiano Giacomo Della Porta (1532-1602), alumno del genial Miguel Ángel, la Fuente de las Tortugas fue construida entre 1581 y 1584.
Originalmente era un boceto sencillo: una simple cuenca en lo alto de un pedestal, de cuyo centro surgía un chorro de agua hacia arriba para luego caer sobre la cuenca y desbordarse hasta el plato poligonal inferior. Sin embargo, Mattei decidió ornamentarla con diversos elementos simbólicos.
De su construcción y decoración se encargó el florentino Tadeo Landini (aprox. 1550-1596), uno de los fundadores de la “Accademia di San Luca” (hoy Academia Nacional de San Lucas). Éste fue su primer trabajo escultórico en Roma y su obra más famosa.
El grupo escultórico de la fuente se sitúa en el centro de un gran estanque cuadrado, con aristas redondeadas y hecho de travertino. Está protegido por una barandilla de hierro fundido sustentada en ocho pequeños pilotes, también de travertino.
Todo el cuerpo central estaba previsto realizarlo en mármol. Sin embargo, los cuatro efebos desnudos que la ornamentan, fueron finalmente forjados, al igual que los delfines en que se apoyan, en bronce. Presumiblemente a instancias del mismo Muzio Mattei, que evidenciaba así su opulencia, por lo costoso, y por ser éste un material más consistente.
La decoración original preveía los cuatro efebos apoyando un pie sobre otros tantos delfines, dispuestos simétricamente sobre grandes conchas marinas. Mientras con una mano los sujetan por sus colas, con el otro brazo extendido amparaban otros cuatro delfines hacia la cuenca superior, de los que también brotaría el agua.
Sin embargo, la baja presión con que llegaba el Acqua Vergine debilitaba la salida del agua ante tanto surtidor, lo que obligó a modificar la fuente, eliminando los cuatro delfines superiores. Se destinaron a decorar otra de las fuentes que el mismo Giacomo Della Porta había construido en las cercanías: la «Fontana della Terrina«, inicialmente emplazada en piazza Campo de’ Fiori. Luego, ésta se reubicó en su actual emplazamiento, en Piazza della Chiesa Nuova (ante la iglesia de Santa María in Vallicela), pero los delfines, inexplicablemente, desaparecieron.
Desde entonces, el agua de la Fuente de las Tortugas brota por el surtidor principal dispuesto en el centro de la cuenca superior. De ahí se vierte directamente por cuatro cabezas de putti talladas en su base, de cuyas bocas fluye hasta el estanque inferior. Asimismo, por las bocas de los delfines en que se sustentan los efebos surgen otros tantos chorros de agua hacia las conchas inferiores, de donde rebosan confluyendo en el estanque de la base.
Gracias a ella, que pasó a ser conocida como “Fontana delli Mattei” (Fuente del Mattei) o “Fontana dei Quattro Giovinotti” (Fuente de los Cuatro Jóvenes), el vecindario pudo disponer de agua potable. Además, para mantener su limpieza y calidad, se colocó a su lado un antiguo sarcófago romano (luego retirado) para que sirviese de abrevadero para los animales.
REACCIÓN CRÍTICA
La fuente destaca por su simétrica composición y la alternancia de perfiles cóncavos y convexos, sello indiscutible de Della Porta. A ella imprimió Landini una arquitectura de compleja estructura, articulada y enriquecida con la policromía de los mármoles utilizados.
Además, para romper con la frontalidad y proporcionar movimiento a las esculturas, Landini hizo uso de la técnica del contrapposto: esto es, con la opuesta disposición corporal de los efebos logró una sensación armónica de movimiento. Así, aunque todos aparentan idéntica postura, en realidad alternan la posición de sus extremidades. Generó con ello una composición dinámica que acapara la atención del espectador, en detrimento de la monumentalidad de la fuente, que pasa desapercibida.
Asimismo, si bien en la distancia todos los efebos parecen iguales, al aproximarnos se aprecian sus distintos rostros, con semblantes diferentes y peinados individuales. Un detalle apenas perceptible con el que Landini, tallándolos minuciosamente, consiguió que las esculturas transmitiesen vitalidad y energía.
El resultado de tan excelsa combinación enseguida obtuvo el beneplácito popular, siendo objeto de exitosas críticas. Así, en 1588 el escritor Girolamo Ferrucci, al actualizar “La antigüedad de Roma” (de Andrea Fulvio)”, la incorporó en ella definiéndola como “la fuente más hermosa y perfecta de Roma”.
Una belleza que no pasó desapercibida a Giovanni Baglione, pintor romano y crítico de arte, quien en 1642 se refirió a ella como “un homenaje a la virtud de su patrón”.
Prueba de su gran popularidad es la serie de dibujos e impresiones que de ella se realizaron, fieles testimonios de la época y de indiscutible valor histórico. Entre otras muchas, sirva la ilustración que se acompaña, obra del prestigioso grabador italiano Giovanni Battista Falda (1643-1678) y publicada tras su muerte.
LA INCORPORACIÓN DE LAS TORTUGAS
Las tortugas de bronce, muy realistas, fueron agregadas tras una restauración efectuada en 1658, a instancias de Alejandro VII (Fabio Chigi, Papa de 1655 a 1667). Su diseño y construcción se atribuye al insigne arquitecto y escultor napolitano Bernini, si bien otros consideran ser obra de Andrea Sacchi (1599-1661), pintor y arquitecto italiano. Sea como fuere, ocupan el lugar de los delfines en su día eliminados, de ahí que las manos de los efebos no alcancen a ampararlas. Y, pese a su presencia discordante, aportan un detalle curioso y pintoresco. Tanto que, desde entonces, pasó a denominarse “Fontana delle Tartarughe”.
No obstante, las tortugas que hoy contemplamos son copia de las originalmente dispuestas. Éstas, robadas en diversas ocasiones y felizmente recuperadas (excepto una, aún desaparecida), desde 1978 se conservan y custodian en los Museos Capitolinos.
También en esta restauración se eliminó la base escalonada en que originalmente estuvo emplazada. Con ello se logró disminuir la altura de la fuente (que actúa por gravedad) con respecto al punto de suministro, aumentando así la presión en los surtidores y su flujo.
De esta restauración de 1658 queda constancia en cuatro “cartuchos” marmóreos dispuestos entre las caracolas de la base. En ellos, en una secuencial inscripción latina, se lee:
«ALEXANDER VII – RESTAVRAVIT – ORNAVITQVE – ANNO PONTIFIC IV».
(RESTAURADO Y DECORADO POR ALEJANDRO VII EN EL CUARTO AÑO DE SU PONTIFICADO).
ÚLTIMAS RESTAURACIONES DE LA FUENTE DE LAS TORTUGAS
A lo largo de los siglos ha sido restaurada en numerosas ocasiones, principalmente en labores de conservación para eliminar la acumulación del calcio aportado por el Acqua Vergine. La intervención más importante se acometió en 2003, cuando se renovaron los sistemas de circuito cerrado y de tratamiento del agua de la fuente. Además, se llevó a cabo una limpieza integral para la eliminar las incrustaciones calcáreas, que habían alterado las esculturas ocultando completamente su policromía. Los trabajos, efectuados por la empresa concesionaria ACEA, encargada también de su iluminación artística, supusieron un coste de unos 300.000 €.
Entre 2005 y 2006 fue nuevamente restaurada, mayormente para eliminar la pátina verde que los agentes contaminantes habían hecho surgir en los bronces. También entonces se reacondicionó el espacio circundante, incorporando cámaras de videovigilancia, así como grandes jardineras y esferas de basalto para protegerla del tráfico rodado.
LA POLICROMÍA DE SUS MÁRMOLES
Landini enriqueció la obra, no sólo con su delicada talla, sino empleando diferentes mármoles. Una acertada policromía, en perfecta simbiosis con el travertino y el bronce, que transformó la fuente en una suntuosa joya del arte manierista.
Así, observando detenidamente el conjunto, se distinguen los siguientes mármoles:
- Bigio africano. Con él está labrada la cuenca superior. Es un mármol de fondo oscuro, color “gris ceniza”, veteado con manchas blancas y rojizas. Aunque recibió el apelativo de “africano”, en realidad es “turco”, pues procede de canteras ubicadas en la antigua ciudad de Teos (cerca de Izmir, en Esmirna).
- Pavonazzetto. Con este mármol se configuró el basamento, el cuerpo central de toda la estructura y que también ampara las pilas acaracoladas inferiores. Es un mármol blanco o amarillo parduzco, con vetas oscuras que van del gris al morado. Recibe este nombre por derivación del italiano pavonazo, término que designa las tonalidades azul violáceo o púrpura “pavo real”. Procede de la isla griega de Quíos, en el mar Egeo, de ahí que también se le conociese como “mármol Frigio”. En la antigüedad era muy apreciado, siendo uno de mármoles predilectos utilizados por el emperador Adriano en sus construcciones.
- Portasanta. Empleado en las cuatro grandes caracolas de la base, se distingue por sus tonos rojizos o marrones, o grises rosáceos. Procede de canteras próximas a Gavorrano, una localidad italiana de la provincia de Grosseto. Recibe este nombre por la gran semejanza que guarda con el que están hechas las jambas de la “Puerta Santa” de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.
EL SIMBOLISMO ¿OCULTO? DE LA FUENTE DE LAS TORTUGAS
Los Putti.
Las cabezas de los cuatro putti (plural del latín puttus=“niño”) tallados en la base de la cuenca superior posiblemente no sean más que meros motivos ornamentales. Eran recursos artísticos característicos en las representaciones del arte renacentista y barroco. No obstante, Landini estilizó sus semblantes con diferentes tocados e hinchando sus mejillas, como si estuviesen “soplando” el agua que mana de sus bocas.
Los Efebos.
La presencia de las esculturas de los cuatro efebos, sin embargo, parece ser obra interesada del referido Muzio Mattei, patrocinador de la fuente.
En la Antigua Grecia, efebo (derivado del latín ephēbus=”adolescente”, y éste del griego éphēbos) designaba al muchacho recién entrado en la pubertad. Su presencia en el mundo del arte fue muy difundida desde la antigüedad, y solían ser representados como adolescentes, con apariencia delicada y femenina. Como tales se consideran los esculpidos en la Fuente de las Tortugas. Máxime cuando su disposición corporal, en contrapposto, era ya común en la tradición iconográfica griega.
Esa disposición corporal (contrapposto) había llegado al arte de la mano del “mito de Ganímedes”. En la mitología griega, Ganímedes (hijo del rey Tros, el fundador de la legendaria Troya) era un apuesto príncipe troyano, considerado en la antigüedad “la encarnación de la belleza”. Homero (siglo VIII a.C.), el insigne poeta autor de los dos grandes poemas épicos de la antigua Grecia (la Ilíada y la Odisea), lo describe como “el más bello de los mortales”.
Un día en que se encontraba pastoreando su ganado a los pies del monte Ida, en las proximidades de Troya, fue visto por Zeus. Prendado de su belleza, el supremo dios del panteón griego decide convertirlo en su amante. Para ello el omnipotente dios se metamorfosea en águila y lo atrapa con sus garras. Así consiguió raptarlo y llevárselo al Olimpo, donde lo convirtió en su amante y donde acabaría siendo “el copero de los dioses”.
El mito fue recogido por infinidad de autores antiguos. Son clásicos los versos del ilustre poeta latino Ovidio (Publio Ovidio Nasón, 43 a.C.-17 d.C.), quien así lo describe en su obra “Metamorfosis” (Libro XV):
“El rey de los altísimos, un día, del frigio Ganimedes en el amor
ardió, y hallado fue algo que Júpiter ser prefiriera,
antes que lo que él era. En ninguna ave, aun así, convertirse
se digna, sino la que pudiera soportar sus rayos.
Y no hay demora, batido con sus mendaces alas el aire,
robó al Ilíada, el cual ahora también copas le mezcla,
y, de Juno a pesar, a Júpiter el néctar administra”.
Este relato mitológico pasó de los escritores clásicos al mundo del arte, y fue ampliamente plasmado en el Renacimiento. Tanto en la escultura como en la pintura, y sobre todo en ésta, las representaciones de Ganímedes se hicieron muy populares en la Roma de la época. Y siempre se representó en contrapposto, como un esbelto efebo, desnudo y con mínimos atributos sexuales, en ocasiones cubiertos éstos con un escueto lienzo.
Ello es perceptible, entre otros muchos ejemplos, en una de las más bellas obras del romanticismo: “El rapto de Ganímedes”, realizada en 1543 por el magistral pintor italiano Girólamo da Carpi (1501-1556).
El “mito de Ganímedes” describe una de las múltiples y prolíficas aventuras amorosas de Zeus (el Júpiter romano). Pero ésta, en particular, dio a los antiguos griegos una sanción divina para el amor homosexual.
Con el tiempo, la incipiente moral cristiana consideró que el “progreso” de Ganímedes hacia el Cielo (el Olimpo) no era físico, sino espiritual. Simbolizaba, literalmente, el estrago del Espíritu de Dios y la pérdida de la inocencia humana, cuyo “pecado” quedaba atrás, en el mundo mortal. Por ello, de cuantos amores tuvo Zeus, fue el menos representado por los artistas cristianos, que lo consideraron inadecuado e inmutable por su contenido homoerótico.
Se sabe que la familia Mattei estaba muy familiarizada con este mito, que ya había hecho reproducir artísticamente en varios de sus palacios romanos. No obstante, el por qué Muzio Mattei incluyó las figuras de los efebos en esta fuente, públicamente, sigue siendo una incógnita.
Las Tortugas.
La posterior adición de las tortugas a la fuente aún sigue siendo una incógnita. Aunque de etimología incierta, el término Tortuga se considera derivado del griego tardío Tartaroûkhos: “habitante del Tártaro”. Éste era el mítico lugar subterráneo al que el implacable Zeus (el Dios supremo del Olimpo) relegó a los Titanes vencidos.
En la mitología clásica el Tártaro siempre aparece conectado con los tiempos primigenios y situado en las esferas más profundas del Cosmos. Así, en la antigüedad, los “habitantes del Tártaro” eran seres míticos que moraban en el fondo del Universo. Una acepción que, con el paso de los siglos, se confundió con el Hades (o Inframundo), el lugar al que iban a parar los espíritus de los muertos (de los humanos muertos).
Ambas denominaciones, en la concepción pagana grecorromana, pasaron a denominar el reino de los muertos. Y a Tártaro, Hades e Inframundo se fueron uniendo, con el paso de los siglos, otros términos con idéntico significado: Más Allá, Erebo, Averno, etc.
A ellos se sumó, tras la implantación del cristianismo, Infierno, término que designa “lo subterráneo”, “lo que se encuentra abajo”. E infernal, como adjetivo, pasó a ser lo referente al Averno: lo maligno, lo inmundo, donde nadie quería ir. De ahí que en el primitivo simbolismo cristiano la tortuga representase el “espíritu del mal”.
Ignoramos si esta simbología es la que Alejandro VII pretendió evidenciar en la fuente al incorporar las tortugas (y no otros animales decorativos) en su restauración de 1658. Lo cierto es que aquí siguen, justo coronando el monumento sobre los cuatro efebos.
RÉPLICAS DE LA FUENTE DE LAS TORTUGAS
La fama y belleza de la Fuente de las Tortugas ha traspasado no sólo las fronteras de Roma, sino también las de Italia. Hasta es posible que sea, en su sentido más literal, la fuente más copiada del mundo. Al menos en los Estados Unidos de América hay constancia de varias réplicas, situadas en:
- Huntington Park (San Francisco).
- Jardines de Cranbrook House, en Bloomfield Hills (Michigan)
- Museo de Arte “Mable Ringling”, en Sarasota (Florida).
- Jardines del edificio “Elms” (367 Bellevue Avenue), en Newport (Rhode Island).
- La “Edad Dorada”, una cabaña de verano de Emily Vanderbilt Sloane White, en Elm Court-Lenox (Massachusetts).
- Tuxedo Park, en Carhart Estate (New York).
Curiosidad: entre 1853 y 1854, durante un breve período de puritanismo en Roma, los órganos sexuales de los efebos se cubrieron con hojas de higuera. Casualmente las del mismo árbol que, según la tradición, cobijó a Rómulo y Remo: la higuera Ruminal.
Hoy la Fuente de las Tortugas, como otras muchas de Roma, perdura como patrimonio artístico y cultural de inestimable valor. Y, como todo el casco histórico de Roma, forma parte del Patrimonio de la Humanidad, así declarado por la UNESCO en 1980.
Como tal, La Fuente de las Tortugas merece ser conocida, apreciada y conservada. Y disfrutada, aunque sea desde nuestra modesta divulgación.