LOS «TROPIEZOS»
Caminando por las calles de la antigua Roma, entre siglos de historia y de arte, aún pueden descubrirse multitud de curiosidades. Algunas de ellas son prácticamente imperceptibles por los viandantes, pues la vista suele recrearse, comúnmente, con lo que tiene enfrente o asoma por lo alto.
Así ocurre cuando se transita por el barrio judío, el que fuera Ghetto de Roma (junto al Tíber, entre el Pórtico de Octavia y la Piazza delle Cinque Scole).
Entre los adoquines de sus estrechas callejuelas (por ejemplo, en vía de Delfine) asoman escuetos “tropiezos” (stolpersteine, en alemán). También conocidos como “piedras de aguijón” o “piedras de picadura”, son testimonio de la barbarie que sufrieron los judíos durante la ocupación nazi de Roma.
Desde el año 2010 “ilustran” estas callejuelas rememorando lo que allí aconteció:
“Al amanecer del 16 de octubre de 1943 los nazis rodearon el ghetto. Más de 1.000 judíos fueron sacados a la fuerza de sus casas y detenidos. Dos días después fueron “cargados” en vagones de tren y trasladados a Auschwitz”.
Tan sólo 16, de los 1.023 judíos entonces deportados, lograron sobrevivir al exterminio nazi.
Los dorados “tropiezos” (de 10 cm3), personalizados, evidencian ante el umbral de sus moradas los hechos acaecidos y el lamentable final que obtuvieron.
Son fruto de la iniciativa que, en 1995, tuvo el artista alemán Gunter Demig (Berlín, 1943). Con ella pretendió perpetuar la memoria de todos los asesinados y exterminados por el fascismo nazi durante la II Guerra Mundial. Una plausible iniciativa que pronto se extendió; tanto, que en 2016 ya se habían colocado más de 50.000 de estos tropiezos por toda Europa.
No obstante, otros muchos judíos lograron salvarse. Algunos gracias a la benefactora providencia de sus conciudadanos.
Así ocurrió en Roma cuando, ocupada por los nazis (1943-1944), se impusieron leyes antisemitas contra los judíos romanos.
El Hospital Fatebenefratelli (conocido como “Lazzaretto Brutto”, hoy Hospital San Giovanni Calibita), sito en la Isla Tiberina, jugó entonces un papel esencial.
El centro, especializado en tratamientos epidemiológicos, pudo acoger como enfermos a varios cientos de judíos. Allí, como pacientes, pudieron refugiarse y evitar su captura y deportación. De ello se encargó su director, el Dr. Giovanni Borromeo, en connivencia con su asistente, el fraile franciscano, polaco, Maurizio Bailek. Éstos, gracias a la colaboración del doctor judío Vittorio Sacerdoti, permitieron traer “pacientes” del hospital judío para que se les atendiera en el Fatebenefratelli. A su ingreso les diagnosticaron una nueva enfermedad (realmente ficticia) llamada “Síndrome K”.
El decurso de los acontecimientos lo recogieron posteriormente los cronistas de la época:
“Durante la incursión nazi del ghetto judío en Roma el 16 de octubre de 1943, los escapados judíos buscaron refugio en el hospital. Borromeo los aceptó y declaró que estos nuevos «pacientes» habían sido diagnosticados con una enfermedad contagiosa y mortal llamada “Il Morbo di K” («el Síndrome K»), que podría interpretarse como «enfermedad de Koch» o «enfermedad de Kreps».
El nombre, sugerido por el psiquiatra y partisano Adriano Ossicini (colaborador del Dr. Borromeo), designaba con la letra “K” a los refugiados judíos para distinguirlos de pacientes reales. “K” se derivó del oficial alemán Albert Kesselring, que dirigió las tropas en Roma, y del jefe Sicherheitspolizei Herbert Kappler, nombrado jefe de la policía de la ciudad.
El «Síndrome K» se suponía que era una enfermedad neurológica cuyos síntomas incluían convulsiones, demencia, parálisis y, en última instancia, muerte por asfixia. Si bien los síntomas de la enfermedad fueron deliberadamente ambiguos, se observó que los nazis se abstenían de investigar el hospital o incluso de realizar búsquedas de judíos en las instalaciones por temor a contraer la enfermedad. A los pacientes judíos se les aconsejó “que parecieran enfermos y tosieran fuerte, afectando síntomas similares a la tuberculosis”.
Así lo corroboró también fray Fabiano Secchi, un novicio franciscano presente allí a finales de 1943. Y añadió detalles de lo acontecido:
“En esos meses vinieron muchos judíos: eran hombres, en su mayoría adultos, de modestas condiciones económicas. Algunos pueden ser hospitalizados siempre que haya espacio. Se les dio los nombres de ex pacientes, se les obtuvieron radiografías y registros médicos, para estar preparados para las inspecciones. Fueron vendados y, con los ojos vendados, se quedaron unos días, mientras duró el mayor peligro. Disfrazados entre otros, a veces incluso iban a comulgar. Algunos se disfrazaron de frailes. […]”.
Se pudo salvar así la vida de, al menos, a 61 judíos romanos. Pudieron huir de sus torturadores entre los muros del Hospital Fatebenefratelli, perseguidos aunque ya se había firmado el armisticio (8 de septiembre de 1943).
Así fue como la Isla Tiberina se transformó, aunque fuera brevemente, en “isla de salvación”.