SAMPIETRINI
MISCELÁNEA

LOS SAMPIETRINI

Dicen que “en Roma no hay más que piedras”. ¡Cierto! Y para muestra los sampietrini, omnipresentes en la Ciudad Eterna. Son los típicos adoquines con que están pavimentadas las tortuosas calles y plazas de su centro histórico.

Al parecer empezaron a utilizarse bajo el pontificado de Sixto V (Felice Peretti, Papa de 1585 a 1590) cuando, por el mal estado del suelo, el carruaje en que viajaba el Papa estuvo a punto de volcar en la misma plaza de San Pedro. Se ideó entonces este tipo de enlosado para pavimentar la plaza y dotarla de firme consistencia.

Años más tarde, Clemente XII (Lorenzo Corsini Strozzi, Papa de 1730 a 1740), buscando potenciar la imagen de la urbe, extendió su empleo a los barrios medievales de la ciudad. Desde entonces, el uso de los sampietrini se generalizó, y hoy están presentes en las principales plazas y vías urbanas de la antigua Roma.

Según unos tomaron el nombre de sampietrini de la propia plaza de San Pedro, y por ser éste el primer lugar en que se colocaron. Para otros, sin embargo, fueron así llamados por los trabajadores que los elaboraron. De hecho, así eran conocidos coloquialmente cuantos obraban en la antigua Fábrica de San Pedro (ferreteros, carpinteros, canteros, limpiadores, etc.).

 

PRECEDENTES

El vocablo pavimento procede de término latino “pavimentum”, que, derivado de pavire, significa “golpear el suelo”. En suma, pavimento es el revestimiento del suelo destinado a darle firmeza, belleza y comodidad de tránsito (tanto de personas como de vehículos).

Para este fin ya los antiguos romanos utilizaron bloques de lava basáltica para enlosar sus carreteras.

Prueba de ello es la Vía Appia, obra del censor Apio Claudio, quien inició su construcción en 313 a.C. Fue la primera calzada consular romana, y la primera en ser pavimentada (progresivamente, desde el 258 a.C.). Además, aún conserva los adoquines originales de lo que fue su summum dorsum (grandes bloques de sílex tentados en fina arena). Un revestimiento superior hecho con leucitita, un sílex muy resistente y duradero extraído de las cercanas colinas de los Montes Albanos.

 

VÍA APPIA
Via Appia

 

No es de extrañar que de este notable precedente surgiesen los modernos sampietrini (también llamados “sanpietrini” o “selcio” por los romanos). Son pequeños bloques de leucitita, una oscura roca volcánica ultraalcalina, compuesta principalmente de leucita y piroxeno. Proceden de las canteras de los Montes Albanos (Colli Albani), un grupo de colinas en la cordillera de los Antiapeninos ubicadas a unos 25 km. al Sureste de Roma, en la región del Lacio.

Por lo general, son cubos tallados en forma de pirámide truncada de 12x12x6 cm. Pero también los hay de 12x12x18 cm. y de 6x6x6 (éstos más raros, visibles, por ejemplo, en Piazza Navona).

 

CARACTERÍSTICAS

Por las propias características de la roca que los conforma, los sampietrini son prácticamente eternos.

Amén de su calidad estética, son muy resistentes a las variaciones térmicas, a la compresión y a la abrasión. Y se integran perfectamente con el entorno urbano, no precisando un terreno uniforme para su colocación.

Además, al colocarse espaciados (sin cementación, tan sólo “batidos” sobre un lecho de arena), se adaptan fácilmente al diseño de la calzada. Ello les confiere elasticidad y capacidad de cohesión.

 

SAMPIETRINI

 

Esta forma de disponerlos permite, asimismo, que el suelo “respire”, que se ventile gracias al espaciado con que se los separa. Lo que se traduce en un adecuado drenaje, evitando la formación de “charcos” y aliviando el sobrecargado alcantarillado urbano.

Son fáciles de quitar y, al poder reutilizarse, también son fáciles de reponer. Pero ello también ha añadido una nota negativa en la propia historia de la ciudad. Por ejemplo, en las protestas de los años 60 pasados, donde se convirtieron en símbolo de lucha de la clase obrera. Entonces los sampietrini fueron el arma preferida de los “bárbaros”, que incívicamente los usaron como mera arma arrojadiza. Una “costumbre” que, lamentablemente, aún perdura en pleno siglo XXI.

Por añadidura, desde hace varios años se han convertido en un cotizado “souvenir”, quizá por lo económico que resulta su sustracción. No hay más que ver las continuas incautaciones de sampietrini en los aeropuertos romanos. ¿Y los que no pasan por controles fronterizos?

Por el contrario, su colocación no garantiza una calzada uniforme, ya que, aunque pulidos, exteriormente son irregulares. De ahí que sean peligrosos para la circulación de bicicletas y ciclomotores, dañando ineludiblemente la suspensión de los vehículos. A ello se añade la incomodidad que se percibe, incluso tras breves caminatas, en las que, además, no es nada recomendable usar tacones (sobre todo los de aguja). Y, por añadidura, es fácil tropezar en ellos.

Igualmente Cuando están mojados, se vuelven muy resbaladizos para los peatones. Además, en estas condiciones resulta “muy aventurada” la circulación de vehículos, pues la frenada nunca estará asegurada en estos suelos.

 

SAMPIETRINI

 

Por las propias características del material, su acústica se traduce en “ruidos” al paso de vehículos, lo que genera muchas molestias a transeúntes y vecindario. Para evitarlo se precisaría una hábil colocación y un adecuado mantenimiento. Algo que, al parecer, no sucede en nuestros días.

 

EL FUTURO DE LOS SAMPIETRINI

Se estima que tan sólo un 2% del trazado urbano está así pavimentado, lo que realmente supone unos 100 km. urbanos “sampietrinados”. Y, aunque llevan más de 400 años entre nosotros, lo evidente es que “no se elaboraron para nuestros días”.

Por todas estas razones el Ayuntamiento de Roma ha decidido reemplazarlos paulatinamente por asfalto. Es el conocido “Plan Sampietrini”, que pretende trasladar los adoquines de unas 70 grandes vías (con gran y pesado tráfico viario) a otras más pequeñas y peatonales. Y, pese a que se asegura su permanencia en los barrios más emblemáticos, la polémica está servida.

En la actualidad la mayor parte del centro histórico de Roma está alfombrado con estos característicos sampietrini. Y, pese a sus detractores, indudablemente aportan a la ciudad una personalidad propia, inundándola de un particular y fascinante ambiente legendario. Tanto es así, que Roma ya no sería la misma sin ellos.

De ahí que, con el objetivo de proteger, promover y difundir la historia del sampietrino romano, surgiese hace años la “Asociación Cultural Sampietrino”. Además de la puesta en valor de este pavimento, lo protege y promueve como patrimonio arqueológico, artístico y cultural. Todo ello pretendiendo preservar tanto la identidad histórica de Roma como la seguridad vial de sus ciudadanos. Una digna y meritoria labor de esta Asociación, accesible a través de su página web: www.sampietrino.it. Además, puede participarse en la encomiable encuesta que allí promueven: ¿Sampietrino, SI o NO?

 

LOS SAMPIETRINI «MÁS SINGULARES»

Algunos de estos típicos sampietrini fueron sustituidos por otros dorados: los memorables “tropiezos” (stolpersteine, en alemán). Tal y como ya describimos, son testimonios de la barbarie sufrida por los judíos durante la ocupación nazi de Roma.

Sin embargo, el sampietrini más famoso de toda Roma es el Corazón de Nerón (“Il cuore di Nerone”).

 

SAMPIETRINI CORAZÓN DE NERÓN
Sampietrini Corazón de Nerón

 

Es un adoquín de pórfido rojo en el que se aprecia, bellamente tallada, la peculiar figura de un corazón. Y, pese a encontrarse en plena Plaza de San Pedro, su presencia pasa completamente inadvertida a quienes diariamente visitan el Vaticano.

Circulan por Roma varias leyendas urbanas (la mayoría sin fundamento) que tratan de aportar explicación sobre su supuesto origen:

 

  • La tradición sostiene que, puesto que la Basílica de San Pedro ocupa el área donde antiguamente estuvo el Circo de Nerón, es un homenaje a cuantos murieron martirizados en él. Por ello está aquí labrado, y es nombrado “Corazón de Nerón” en memoria de todas aquellas víctimas.

 

  • No obstante, la mayoría de eruditos lo consideran tan sólo un precioso trozo de alguna antigua columna o sarcófago romano fracturado, cuyos restos se reciclaron y reutilizaron para este menester.

 

  • Los románticos lo conocen como el “Corazón de Bernini”, aduciendo que éste lo talló como símbolo del amor verdadero que nunca halló.

 

  • Para otros es el “Corazón de Miguel Ángel”, argumentando que lo esculpió el artista para testimoniar un amor roto y desafortunado (e ignorado).

 

  • Algunos consideran que fue allí colocado por una mujer, como perpetuo homenaje a su marido, injustamente condenado a muerte y ajusticiado.

 

  • Incluso se cuenta que es obra de un soldado, que así quiso evidenciar (triste y sentimentalmente, “de corazón”), el fin de la República Romana. Y se dice que lo talló durante el solemne discurso pronunciando allí por Garibaldi el 2 de julio de 1849, justo antes de que éste abandonase Roma.

 

Se encuentra incrustado en la maravillosa “Rosa de los Vientos” que circunda el Obelisco Vaticano, en el centro de la plaza. En concreto, en el casetón que indica el viento *Sud West * Libeccio* (el viento del Suroeste que toma nombre de su procedencia africana, Libia).

 

 

Lo cierto es que este misterioso sampietrino se encuentra aquí desde 1817, cuando Pío VII (Gregorio Luigi Barnaba Chiaramonti, Papa de 1800 a 1823) hizo remodelar la plaza para transformar el obelisco Vaticano en un gigantesco reloj de sol.

De ello se encargó el abad Filippo Luigi Gilij (1756-1821), insigne astrónomo y, además, experto naturalista. Gilij fue quien remodeló el pavimento de la plaza insertando en él la elipse granítica con las marcas meridianas del gnomon solar, así como la espléndida Rosa de los Vientos alrededor del obelisco.

Y es muy posible que fuese él quien asentó allí el “Corazón de Nerón”. Al parecer Gilij tenía un huerto en el Vaticano donde exclusivamente cultivaba plantas traídas de Sudamérica. En 1789 había elaborado un tratado sobre botánica: “Observaciones fitológicas sobre algunas plantas exóticas introducidas en Roma”. En él, entre las nuevas plantas, describió con orgullo y dibujó la que denominó “solanum lycopersicum pyriforme” (la planta que hoy conocemos como “tomate pera”). Su dibujo se asemeja mucho a este sampietrini, lo que ha dado pie a suponer que éste es el sello de su impronta, una peculiar manera del abad testimoniar su noble afición.

Sea como fuere, su evocadora presencia nos adentra un poco más en los secretos y misterios que bullen en la Infinita Roma…

 

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