san carlo alle quattro fontane
BASÍLICAS E IGLESIAS

SAN CARLO ALLE QUATTRO FONTANE

La iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane (San Carlos en las Cuatro Fuentes) se encuentra en la confluencia de las vías del Quirinale y delle Quattro Fontane. Un estratégico punto, el más elevado de la colina del Quirinal, desde el que son visibles tres de los obeliscos que se erigieron para servir de orientación y guía a los peregrinos en Roma: Santa María la Mayor, Trinidad del Monte y Plaza del Quirinal.

Toma su nombre del santo al que fue dedicada, San Carlos Borromeo, y de Quattro Fontane, las cuatro fuentes que embellecen el cruce donde se ubica.

 

 

Pero popularmente se la conoce como San Carlino. Se dice que lo es por sus “minúsculas” dimensiones: “tan grande” como uno de los pilares que sustentan la inmensa cúpula de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.

Lo cierto, sin embargo, es que se la conoce como San Carlino (literalmente, “pequeño San Carlos”) precisamente por sus reducidas dimensiones. Pero este apelativo lo fue para distinguirla de otras dos iglesias dedicadas a San Carlos existentes en el centro histórico de Roma: “San Carlo ai Catinari” y “San Carlo al Corso”.

Es la sede del Procurador General de la Orden de los Trinitarios Descalzos ante la Santa Sede. Escindida de la Orden Trinitaria, los Descalzos son una Orden religiosa española surgida tras la Reforma, y aprobada en 1599. Fue fundada por San Juan Bautista de la Concepción. Debe su nombre a que sus frailes usaban sandalias en lugar de zapatos, no a que fueran realmente descalzos: “zapato” en latín es “calceus”, y de éste se formó el vocablo latino “discalceatus”, literalmente “sin zapatos”.

Establecidos aquí provisionalmente en 1609, su principal misión era la de rescatar, mediante pago, a los prisioneros cristianos cautivos de los musulmanes. Tras adquirir unos terrenos colindantes, encargaron al arquitecto Francesco Borromini (1599-1667) la construcción, en el mismo emplazamiento, de una nueva edificación. Un proyecto que habría de incluir una iglesia, un convento y un amplio huerto o jardín, pero sujeto a dos importantes premisas:

 

  1. El menor coste posible, por ser escasos los recursos de la Orden.
  2. Un adecuado aprovechamiento del espacio disponible, reducido e irregular (92  palmos  de  fachada  principal,  198,83 de profundidad y 127,75 de fondo trasero, que equivalen a unos 1.092,25 m2.).

 

Pese a estos inconvenientes, Borromini, agudizando su ingenio para aprovechar el espacio y optimizar los recursos, ideó un proyecto unitario. Además, al ser su primer encargo en solitario, y al objeto de promocionarse como arquitecto, renunció incluso a cobrar a condición de disponer de entera autonomía y libertad para ejecutarlo.

Borromini puso todo su empeño en encontrar nuevas formas espaciales, aplicando todo su arte al servicio de la imaginación y de la fantasía. Los escasos recursos disponibles le obligaron a trabajar con materiales más pobres y modestos (ladrillo, yeso y estuco), pero también más dúctiles. Ello le facilitó una mayor libertad para modelar los elementos decorativos, tanto internos como externos, a los que imprimió su particular «dinamismo».

 

san carlo alle quattro fontane
Plano de San Carlo Alle Quattro Fontane

 

Jugando con las ondulaciones, creó espacios cóncavos y convexos con los que obtuvo unos contrastes de luces y sombras hasta entonces desconocidos. Quebró así las reglas arquitectónicas imperantes hasta el momento, y se proyectó como uno de los más grandes maestros de la Historia de la Arquitectura. Si su rival Bernini era considerado “el arquitecto de los Papas”, Borromini se convirtió en “el arquitecto de las órdenes religiosas”.

La iglesia y el conjunto conventual se caracterizan por su tamaño sorprendentemente pequeño y la simplicidad de los materiales. Todo ello de conformidad, no sólo con la Regla y la espiritualidad de los Trinitarios, sino también con las propias convicciones de Borromini, quien prefería utilizar materiales más humildes para poder mejorarlos mediante la técnica.

El resultado, en conjunto, fue una verdadera obra maestra. Borromini le imprimió un fastuoso sentido teatral e ilusionista, al que añadió su profunda religiosidad. Llevó la inspiración divina al arte, y transformó la Arquitectura en Escultura: la obra cumbre del barroco italiano.

San Carlo alle Quattro Fontane se convirtió en un emblema para Borromini. Tanto que, según se dice, en atención al santo titular de la iglesia (San Carlos Borromeo), a partir de 1628 firmó con este apellido, en sustitución del suyo verdadero (Castelli). No obstante, fuentes más fidedignas afirman que ya su padre solía ser llamado “Bromino” (por haberse casado su madre en segundas nupcias con Giovanni Pietro Brumino). Y seguramente, de su abuela, tomó Borromini este apellido para distinguirse de los numerosos artistas apellidados “Castelli” que entonces trabajaban en Roma.

Sujeto a las disponibilidades económicas, Borromini supo aprovechar algunos de los muros preexistentes y, conforme avanzaba la obra, fue demoliendo las anteriores edificaciones y reutilizando sus materiales. Aún con ello, la construcción, pese a contar con el patronazgo del cardenal Francesco Barberini (sobrino del Papa Urbano VIII), hubo de realizarse en tres fases:

 

  1. Convento. Incluía un Claustro y un patio o Jardín de naranjos (1634-1663).
  2. Iglesia (1638-1644).
  3. Fachada (1638-1676).

 

EL CONVENTO

La construcción de las dependencias conventuales proyectadas por Borromini, anexas a la iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane, se inició en 1634. Las obras concluyeron en 1644, si bien la fachada del Convento no fue rematada hasta 1663.

Su construcción es sencilla, pues así lo exigían los cánones que en 1614 estableció la propia Orden: “Todos los espacios habían de medirse, asegurando unas medidas mínimas y la igualdad en el tamaño de las celdas”.

En tan reducido espacio, Borromini, con su genial geometría, logró crear un funcional complejo monacal, hábilmente entrelazado con la iglesia, un pequeño claustro y un amplio jardín. Y lo equipó con todos los elementos conventuales requeridos: portería, guardarropía, sala capitular, cocina, refectorio, celdas, biblioteca, archivo, cantina, letrinas y cisterna subterránea.

 

CONVENTO SAN CARLO

 

Al convento se accede por un portal de entrada, ornamentado con un serafín de mármol situado entre el tímpano y el arquitrabe. Sobre él, el “Signum Ordinis”, un fresco circular, obra de  Fabio Cristofari (siglo XVII), que reproduce el sello de la Orden. En él está representado Cristo Pantocrátor, sentado en su trono, flanqueado por dos cautivos: uno, de tez clara, portando en estandarte la cruz trinitaria, representa a un cristiano; el otro, de color, representa a un cautivo musulmán. Inscrita a su alrededor está la leyenda que lo identifica:

 

“SIGNUM ORDINIS SANCTAE TRINITATIS ET CAPTIVORUM”

(SIGNO DE LA ORDEN DE LA SANTA TRINIDAD Y DE LOS CAUTIVOS).

 

Sobre la gran ventana central del piso superior está labrado el escudo de la Orden. Es una Cruz roja y azul, coronada y sostenida por dos ángeles. Sus emblemáticos colores representan:

 

  • el rojo, la fe de la Iglesia en la verdadera divinidad.
  • el azul, la verdadera humanidad de Cristo.

 

 

Como símbolo trinitario que es, su presencia decora toda la construcción, tanto en el interior como en el exterior.

A ambos lados hay tres ventanas rectangulares, ciegas, simétricamente dispuestas y conectadas por un ojo de buey central.

Este portal de entrada da acceso al pequeño Claustro rectangular, de dos plantas (accesible también desde la iglesia). Pese a sus reducidas dimensiones, Borromini supo disponer los elementos arquitectónicos y decorativos para conferirle una sensación de mayor amplitud. Recortó las esquinas con planos convexos, varió la distancia entre las columnas (simples y pareadas), y alternó la combinación de las piezas de la balaustrada del piso superior.

 

claustro san carlo alle quattro fontane

 

No obstante su blanca sencillez, la intimidad que genera y el dinamismo logrado por Borromini se evidencia incluso ante la ausencia de elementos decorativos. Basta tan sólo con el pozo central (ahora seco) que él mismo diseñó, ornamentado con un brocal octogonal, con sencillas y elegantes volutas de hierro.

Desde el claustro (también desde la Iglesia), se accede al Convento, distribuido por una escalera helicoidal vuelta hacia el amplio jardín interno. La planta baja está ocupada por habitáculos colectivos, y los dos pisos superiores están destinados a celdas conventuales.

La tercera planta (ático) alberga la Biblioteca (y archivo). Su contenido, pese a las dos grandes desamortizaciones eclesiásticas habidas, ha permanecido siempre aquí. Tras ser restaurada y ampliada, sus textos y documentos fueron desinfectados y clasificados en 1996.

 

 

De los más 40.000 ejemplares que contiene, la mayoría fruto de sucesivas donaciones, 16.000 proceden de la original Biblioteca Borrominiana. Destaca el “Libro della Relazione e Fabrica”, escrito hacia 1650, que facilita el acercamiento a las técnicas constructivas empleadas por Borromini. La mayoría son anteriores al siglo XIX, y 70 de ellos son “incunables”. Además, entre otras joyas literarias que aquí pueden encontrarse, alberga dos “primeras ediciones” de El Quijote (una de España y otra de los Países Bajos).

Sin embargo, en 1710 (tan solo 30 años después finalizar las obras) se efectuó una reestructuración del área conventual. De ello se encargó el arquitecto Alessandro Sperone, quien varió la distribución interior, ajustándola a nuevas necesidades funcionales. Entonces se construyeron dos nuevas “cantinas” subterráneas, que precisaron la apertura de tres nuevos huecos bajo el jardín.

Desde la zona conventual se accede al amplio patio, en su día un hermoso jardín de naranjos y huerta. Su presencia y amplitud fue un requisito imprescindible de la Orden, tanto para la labor (el trabajo manual es practicado y alabado por los trinitarios) como para la subsistencia. Con la particularidad de ser el primer lugar de Roma donde, según dicen, se plantó apio. Al parecer fue traído en el siglo XVIII por un mercader griego, y en nuestros días es muy utilizado en la característica gastronomía romana.

 

LA IGLESIA

Borromini construyó la iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane entre 1638-1644. No obstante, no fue consagrada hasta 1646, pese a que aún estaba inconclusa su fachada (terminada en 1676).

La iglesia está dedicada conjuntamente a la Santísima Trinidad y a San Carlos Borromeo (canonizado en 1610 por Pablo V). A la Santísima Trinidad por la propia Orden Trinitaria. A San Carlos Borromeo, al parecer, por la admiración que hacia él sentía Borromini. San Carlos (1538-1584) había sido cardenal y arzobispo de Milán, y allí trabajó y conoció su obra Borromini antes de trasladarse a Roma.

Pese a las dificultades técnicas y al poco espacio disponible (unos 19 m. de frente, 26m. de fondo y 56m. de alto), Borromini consiguió crear un magistral templo: una iglesia llena de luz que, al contemplarla, inunda los sentidos y nos hace huir de las miserias cotidianas.

No obstante su irregular interior, Borromini centró la iglesia en un plano geométrico romboidal. Éste nace de dos pares de triángulos equiláteros de base común. La unión de sus extremos origina una forma ovalada simple, base para la novedosa cúpula elipsoidal y del sinuoso tambor que la soporta.

Los muros interiores, ondulados, soportan el entablamento, que sigue la misma curvatura elíptica de las paredes. A ellas están adosadas 16 columnas corintias, que flanquean nichos y puertas. El resultado es un espacio interior ondulante y variado.

Una gran cornisa delimita el espacio entre el interior del templo y la cúpula, de donde surge la luz. Y Borromini, en un alarde de imaginación, usó la luz para jerarquizar los espacios:

 

  • La parte más oscura es la que parte baja, la que pisan los fieles. Nada más acceder al templo todo el espacio nos encamina hacia el Altar Mayor. Hacia él nos dirige la luz que, a nuestra espalda, sin apenas percibirla, penetra por el gran ventanal abierto en la fachada. Una espectacular solución geométrica con la que Borromini potenció, aún más, la geometría del conjunto.

 

san carlo alle quattro fontane

 

  • La base de la cúpula está más iluminada gracias a la terna de ventanas allí dispuestas. Ventanas que, imperceptibles desde el suelo, iluminan el espacio de forma rasante. Y lo iluminan de tal forma que la cúpula parece “flotar” sobre el templo.

 

 

  • La mayor iluminación brota de lo alto de la cúpula. De su linterna (la parte más cercana al Cielo) emana la mayor fuente de luz. Allí está también representado el Espíritu Santo: la Luz que alumbra y guía a los fieles hacia la gloria celestial.

 

 

La cúpula, en sí, es todo un alarde de geometría e imaginación. Sustentada por los muros de la iglesia, se eleva a base de semicasquetes esféricos casetonados. Su interior está decorado con profundos casetones hexagonales y octogonales que, siguiendo las leyes de la perspectiva, disminuyen en tamaño con la altura. Sus intersecciones forman cruces griegas: símbolo cristiano y de la Orden Trinitaria. Y la iluminación que reciben enfatiza los contrastes de luces y sombras, percibiéndose aún más grandiosa.

 

ALTAR MAYOR

El Altar Mayor de San Carlo alle Quattro Fontane está presidido por una gran lienzo que representa a “San Carlos Borromeo y los fundadores de la Orden adorando a la Santísima Trinidad”, obra del pintor francés Pierre Mignard, “el romano” (1612-1695). Bajo él, hay un tabernáculo de mármol y alabastro que, por sus sinuosas formas, ha sido atribuido al mismo Borromini.

Flanqueando el Altar Mayor, dos grandes nichos albergan las estatuas, en yeso, de los dos fundadores de la Orden Trinitaria: “San Juan de Mata” (izquierda) y “San Félix de Valois” (derecha), obras del escultor español Isidoro Uribesalgo (1900).

 

san carlo alle quattro fontane

 

A la izquierda del Altar Mayor se encuentra la Capilla de la Madonna. Es una pequeña capilla hexagonal, también conocida como Capilla Barberini por el escudo familiar (del patrocinador de la iglesia) que adorna su techo. Aquí reposan, bajo el altar, los restos de la beata Isabel Canori Mora (1774-1825): una laica trinitaria, madre de familia y modelo de perfección cristiana, beatificada por Juan Pablo II el día 24 de abril de 1994. Su interior también acoge la excelente obra “Huida a Egipto”, del pintor italiano Giovanni Francesco Romanelli (1610-1662).

Centrados en la iglesia, sobre dos altares de estuco dorado, se alzan otros dos hermosos lienzos:

 

  • “Éxtasis de San Miguel de los Santos” (derecha). Realizada en 1847, es la única obra en Roma de la pintora florentina Amalia de Angelis. Representa al trinitario español intercambiando su corazón con el Sagrado Corazón de Jesús. Junto al cráneo puede verse un pequeño látigo: la “disciplina” utilizada por los religiosos de la época como penitencia.

 

  • “Éxtasis de San Juan Bautista de la Concepción” (izquierda). Fue pintado en 1819 por el italiano Próspero Mallerini. Muestra al Reformador de los trinitarios levitando mientras adora un Crucifijo.

 

Dispuestos a ambos lados de la iglesia hay cuatro curiosos confesionarios. Dos de ellos fueron diseñados por Borromini, y todos han sido restaurados a principios del siglo XX.

A la derecha de la entrada, en la diminuta Capilla de la Crucifixión, también hexagonal, pueden verse tres hermosas pinturas devocionales: “La Crucifixión” (sobre el altar); “La flagelación de Cristo” (izquierda); y “La coronación de espinas” (derecha). Todas son obras del pintor de Giuseppe Milanese (1653).

Sobre la puerta de entrada se encontraba “La Anunciación”, un fresco del francés Pierre Mignard (1641). Se cubrió en 1855, al instalarse una galería para acoger el coro y un pequeño órgano. Lamentablemente, al retirarse la galería y el órgano, pocos años después, el fresco se perdió, y apenas queda rastro de su presencia.

La puerta a la derecha del Altar Mayor conduce a la Sacristía. Desde ella se tiene acceso a las diferentes estancias conventuales, así como al Claustro, Cripta y Campanario.

La modesta Sacristía (antiguo Refectorio), contiene exquisitos muebles del siglo XVII. En ella puede admirarse un excelente lienzo, especialmente configurado para ser visto desde abajo: “San Carlos Borromeo adorando a la Santísima Trinidad” (1611). Es obra del pintor romano Orazio Borgianni, e inicialmente estaba destinado a presidir el Altar Mayor.

También podemos ver una pequeña y exquisita pila de porcelana de agua bendita, cuyo diseño se atribuye a Borromini. En la sala contigua puede verse un cuadro con un retrato suyo, así como un pequeño plano original de la obra proyectada.

El pasillo contiguo a la Sacristía está decorado con dos hermosas pinturas:

  • “Santa Úrsula” (1642).

 

 

  • “La Sagrada Familia con las santas Inés y Catalina de Alejandría” (1643).

 

 

Ambas son obra de Giovanni Domenico Cerrini (1609-1681), conocido como “il Cavaliere Perugino”. Inicialmente ocuparon los dos altares laterales de la iglesia, siendo sustuidas por los actuales.

LA CRIPTA

A la Cripta, ubicada bajo la iglesia, se accede descendiendo por una escalera junto a la Sacristía. Es una amplia capilla de forma octagonal, sobria y austera, armoniosamente dispuesta bajo un techo abovedado.

 

CRIPTA SAN CARLO ALLE QUATTRO FONTANE

 

Su interior alberga dos capillas. Se dice que en una de ellas (hoy vacía) quería ser enterrado Borromini. Sin embargo, al fallecer éste a consecuencia de suicidio (en 1667), y contravenir ello las disposiciones católicas de la Orden Trinitaria, ésta se negó a acogerlo. No obstante, aunque fuese su pretensión cuando diseñó la cripta, esto parece no ser más que un mito. Realmente en su testamento Borromini especificó su deseo de ser enterrado en la iglesia de San Giovanni Battista dei Fiorentini. Allí había trabajado, y es donde hoy reposa, en una tumba junto a la de su tío Carlo Maderno.

La desaparición de la esclavitud durante el siglo XIX, cuya misión redentora tenían encomendada los Trinitarios,  estuvo a punto acabar con su presencia en Roma. Además, el paso inexorable del tiempo había hecho mella en esta edificación, que precisaba restauración. A estos males se sumaba la escasez vocacional. Sin apenas recursos, sin fines, y sin medios personales, San Carlo alle Quattro Fontane no tenía ante sí un porvenir halagüeño.

No obstante, la diócesis española de Bilbao se involucró masivamente aportando nuevas vocaciones. Gracias a ellos se ha podido mantener y sostener hasta nuestros días.

Evidencia y recuerdo de su presencia es el frónton que aún perdura anexo al jardín del Convento.

Al parecer surgió en los años 40 del pasado siglo, al edificarse un terreno colindante. Un trozo de terreno sobrante les fue cedido a los trinitarios, quienes, pese a su pequeñez, lo aprovecharon con este fin. Un lugar privilegiado para romper la vida monacal ejercitándose en el juego de pelota vasca. Allí jugaron varias tandas de curas y seminaristas, muchos de ellos de origen vasco. E incluso realizaron competiciones con miembros de la cercana Universidad Georgiana. Y cuentan que el mismo Karol Wojtyla (luego Juan Pablo II), alojado en el colegio belga adyacente, se quejaba a menudo del ruido que hacían cuando tenía que estudiar.

Pero desde el 2003, al no quedar frailes vascos que mantengan la afición, está en completo desuso y sumido en el abandono.

También entonces la iglesia se benefició de altruistas aportaciones vizcaínas. Prueba de ello es el actual pavimento de mármol que luce la iglesia (el original era de ladrillo). Fue sufragado por Casilda de Iturrizar (1818-1900), viuda de Tomás de Epalza (uno de los socios fundadores del Banco de Bilbao). Como testimonio de ello, en el blasón trinitario ubicado en el centro del suelo de la iglesia, una inscripción recuerda esta aportación:

 

“MUNIFICENTIA PIISSIMAE DOMINAE CASILDAE ITURRIZAR VIDUAE EPALZA FLAVIOBRIGENSIS IN HISPANIA PAVIMENTUM HOC STRATUM ADORNATUMQUE EST – A. D. MDCCCXCVIII”

(LA GENEROSA Y MUY PIA DAMA CASILDA ITURRIZAR, VIUDA DE EPALZA, DE LA DIÓCESIS FLIVIOBRIGENSE EN ESPAÑA, ADORNÓ EL PAVIMENTO DE ESTE SUELO – AÑO 1898 D.C.)

 

No está de más matizar que la referencia “Flaviobrigensis” es el nombre latino de la diócesis de Bilbao (Vizcaya).

LA FACHADA

La construcción de la fachada de la iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane la inició Borromini. No obstante, su prematuro suicidio (en 1667) hizo que tuviese que ser concluida por su sobrino, Bernardo Castelli. Éste, respetando lo proyectado por su tío, pudo finalmente completarla en 1677, si bien los últimos complementos escultóricos no se añadieron hasta 1682.

 

SAN CARLO ALLE QUATTRO FONTANE

 

Realizada en mármol travertino, su diseño estaba condicionado por su situación. Al estar en una calle estrecha, Borromini hubo de disimular su altura y verticalidad. Lo hizo alabeándola, creando entrantes y salientes cóncavo-convexos. Además, la dividió en altura en dos pisos, distribuidos, en una referencia a la Trinidad, en tres sinuosas calles verticales: convexa la central y cóncavas las laterales. Y las enmarcó en cuatro enormes columnas corintias cuyos capiteles, fantásticos, soportan los salientes y los rebajes de cornisas y entablamentos.

Adaptando la fachada al espacio disponible, y respetando la simetría compositiva y la verticalidad, Borromini consiguió un sorprendente efecto dinámico.

El portal de entrada está flanqueado por ventanas ovales, coronadas y apoyadas en una pilastra. Están decoradas con  una cabeza de ciervo y una cruz, símbolos de la Orden Trinitaria.

El entablamento superior contiene tres hornacinas. La central alberga la estatua del titular de la iglesia: San Carlos Borromeo (1680), enmarcado por las alas de dos ángeles. Es una magnífica obra del escultor suizo-italiano Hércules Antonio Raggi, conocido como “el Lombardo” (alumno de Bernini). Los nichos que la flanquean están ocupados por las estatuas de los fundadores de la Orden Trinitaria: San Juan de Mata (derecha) y  San Félix de Valois (izquierda), esculpidas en 1682 por el italiano Sillano Sillani.

Los dos órdenes están divididos por un grandioso y ondulado entablamento con la inscripción dedicatoria de la iglesia:

 

“IN HONOREM SS TRINITATIS ET D(IVI) CAROLI MDCLXVII”

(EN HONOR DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y DE SAN CARLOS 1667).

 

El piso superior está dominado por un gran ventanal central, cóncavo, que se abre a un fastuoso balcón en forma de tabernáculo convexo. A ambos lados se incrustan sendas hornacinas (vacías), con los escudos de la Orden esculpidos sobre ellas.

 

SAN CARLO ALLE QUATTRO FONTANE

 

Sobre el ventanal se erige un conjunto escultórico formado por un gran óvalo sostenido por dos ángeles, obra del escultor Cesare Dono. Originalmente contuvo un fresco de la “Santísima Trinidad coronando a la Virgen” (1667), obra del pintor italiano Pietro Giarguzzi. Pero a mediados del siglo XX desapareció, por la humedad y la falta de restauración.

La fachada de San Carlo alle Quattro Fontane está coronada con una dinámica cornisa mixtilínea, rematada con una ondulante balaustrada.

Tras la fachada, en línea con el chaflán donde se ubica la fuente del río Tíber, se alza, semioculto, el campanario. Fue construido en 1670 por Bernardo Castelli, en sustitución de otro anterior realizado por su tío, Borromini, pero que éste hizo derruir al no satisfacerle su factura.

Al finalizar las obras, el Procurador de la Orden, complacido ante los resultados logrados por Borromini, alabó así la construcción:

 

“… en pavimento tan ceñido dispuso Iglesia, Claustro, quartos y oficinas de un convento de calidad, que nada falta, donde no parece avia lugar para lo más mínimo. Es, sin ponderación en la pequeñez, la admiración de Roma. Y se suele decir comúnmente en esta ciudad de lo mucho que ay admirable en ella: “por lo grande, el templo de San Pedro; por lo pequeño y curioso, el de San Carlos”.

 

Añadiendo:

 

“En opinión de todo el mundo, nada parecido con respecto al mérito artístico, al capricho, a la excelencia y particularidad se puede encontrar en ninguna parte del mundo. Esto está testimoniado por miembros de diferentes naciones que, a su llegada a Roma, tratan de conseguir planos de la iglesia. Nos los han pedido alemanes, flamencos, franceses, italianos, españoles e incluso indios. Todo está colocado de tal manera que una parte suple a la otra y que el espectador es estimulado a dejar vagar su mirada alrededor incesantemente”.

 

 

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