SAN SEBASTIÁN
PERSONAJES

SAN SEBASTIÁN

Para acercarnos a la figura de San Sebastián hemos de partir de dos importantes premisas:

  • No queda registro documental fidedigno alguno de su existencia; esto es, de su vida y obras. Tan sólo algunas inscripciones e imágenes constatan su martirio y la época en que vivió.
  • Lo que de él ha llegado hasta nosotros procede mayormente de transmisiones orales. Y éstas sólo se plasmaron por escrito siglos después de su fallecimiento.

Así, los escasos datos que conocemos de San Sebastián proceden mayormente de traducciones latinas y griegas, en ocasiones malinterpretadas, cuando no tergiversadas o adulteradas. No obstante, sí son totalmente genuinas las localizaciones topográficas que a él hacen referencia.

Con todo, el fervor popular ha mantenido viva hasta nuestros días la imagen del insigne San Sebastián. Y hoy nos es posible escudriñar su legendaria vida, que, a grandes rasgos, y con alguna que otra variante, resumimos a continuación.

La tradición sostiene que San Sebastián era hijo de una noble familia cristiana, de padre narbonés y madre milanesa. Nació en torno al año 256 d.C. en Narbo Martius (hoy Narbona, en la actual Occitania, Francia), entonces capital de la provincia romana de la Galia Narbonense. Al poco tiempo la familia se trasladó a Milán, donde el joven Sebastián recibió una esmerada educación. Optó por la vida militar y, por su carisma y celo, acabó en Roma, donde fue nombrado Tribuno de la primera cohorte de la Guardia Pretoriana. Ejerció su cargo con esmero, a las órdenes inmediatas de Diocleciano (Gaius Aurelius Valerius Diocletianus) y de su asociado Maximiano (Marcus Aurelius Valerius Maximianus), que entonces regían el Imperio Romano de Occidente.

Aconteció entonces que dos hermanos gemelos, Marceliano y Marcos, hijos de una ilustre familia romana, fueron denunciados por ser “cristianos”. Detenidos y enjuiciados por ello, resultaron sentenciados a muerte. Tan sólo podrían evitar ese fatal desenlace si se sometían a la religión romana. Para ello, se les exigía renunciar a sus creencias cristianas y hacer ofrendas a los dioses patrios. Sus familiares les rogaban insistentemente que accediesen a tal requerimiento a fin de salvar sus vidas.

Es en esos momentos cuando Sebastián interviene. Su profunda religiosidad católica le impulsa a explicar a esos hermanos el verdadero fin del cristianismo. Les hace ver lo perentorio de la vida terrenal y les advierte de la futura vida eterna que acogerá a quienes profesen la fe de Cristo. Ante la clarividencia de sus palabras, los hermanos, pese al futuro que se les avecinaba, decidieron perseverar en su fe. Sebastián explicó esos fundamentos a todos sus familiares (padres, hermanos, esposas e hijos), quienes decidieron abrazar también el cristianismo. Es más, también logró atraer al cristianismo a cuantos intervinieron en el proceso.

Pocos días después los dos hermanos fueron finalmente torturados y ejecutados. Y con ellos, algunos de sus familiares y de quienes los juzgaron y custodiaron. Entre éstos, su padre Tranquilino; el hijo del juez Cromaco; Cástulo, el oficial encargado de su custodia; y otros más.

Lo acontecido llegó a oídos del emperador, quien reprendió a Sebastián por defender el cristianismo en detrimento de los dioses patrios y en menoscabo de la corte imperial. Pero Sebastián se reafirmó en su fe y convicciones, anteponiendo el Imperio de Cristo sobre todo lo pagano, incluido el culto imperial. Ante tal afrenta, el emperador lo mandó prender y ordenó darle muerte asaeteado por arqueros de su misma guardia pretoriana.

La orden se ejecutó de inmediato, y en las proximidades. En concreto, ante las escaleras del Templo del Sol que Heliogábalo (Sexto Vario Avito Basiano, emperador romano del 218 al 222) había construido en el Palatino. Allí Sebastián, tras ser desnudado y atado a una columna, fue blanco de las flechas de sus propios arqueros mauritanos.  Tras este suplicio, sus verdugos se marcharon, dejando allí abandonado a su suerte el cuerpo moribundo del ya extribuno Sebastián.

MARTIRIO SAN SEBASTIÁN

Dice la tradición que, llegada la noche, la viuda de Cástulo, Irene, y su criada Lucina, fueron a recoger el cuerpo del mártir para darle cristiana sepultura. Sin embargo, pese a quienes aseguran que tenía tantas flechas clavadas en su cuerpo que éste “parecía el de un erizo”, hallaron a Sebastián, milagrosamente, aún con vida. Quizá este relato explica por sí mismo la intervención “divina”. Probablemente fuera “engordado” para, aumentando así la crueldad del martirio, incrementar la devoción popular. Con todo, resultaría más acertado suponer sus arqueros se habrían esmerado en su cometido evitando afectar sus órganos vitales.

Sea como fuere, Irene y Lucina recogieron el moribundo cuerpo de Sebastián y lo llevaron secretamente a su casa, donde curaron sus heridas. Una vez sanado, le aconsejaron abandonase Roma para evitar exponerse nuevamente a las iras del emperador. Sebastián se negó rotundamente a ello, pues, reafirmado en su fe, su inmediata intención era presentarse ante el emperador y reprobarle personalmente su conducta hacia los cristianos.

Y así lo hizo. Sabedor de dónde podía hallarlo, Sebastián se presentó ante él en el Palatino y le recriminó sus actuaciones para con los cristianos. Creyéndolo muerto, el emperador (no se sabe si Diocleciano o Maximiano) no sólo quedó sorprendido por su presencia. Ante las increpaciones e improperios que en favor de los cristianos le dirigió, el emperador se enfureció aún más. Por ello, mandó prenderlo nuevamente y darle muerte al instante, a golpes, en el cercano Estadio Palatino. Y dispuso que luego se deshicieran de su cuerpo arrojándolo por las alcantarillas, como seguidamente se cumplimentó. Esto sucedió, al parecer, un 20 de enero del año 288.

La tradición sostiene que pocos días después Sebastián se apareció en sueños a Lucina, la criada de Irene, y le indicó dónde se encontraba su cuerpo, instándola a darle sepultura. Al lugar indicado se dirigió ésta, hallando el cuerpo del mártir Sebastián en una cloaca. En concreto, su cadáver se encontraba atorado por un palo en la cloaca que hoy discurre bajo la actual Basílica de Santa Andrea della Valle (Piazza Vidoni, 6).

Rescatado, el cadáver fue sepultado en ad Catacumbas, pues así eran llamadas entonces las catacumbas de la Vía Apia. El lugar era también conocido como Memoria Apostolorum, pues allí habían ido a parar provisionalmente, en 258 d.C., los cuerpos de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Y en su honor, sobre las mismas catacumbas se erigiría en el siglo IV una basílica para honrar su memoria: Basílica Apostolorum. Luego, los restos de estos santos apóstoles fueron trasladados al interior de la ciudad, donde reposan en sus respectivos templos: Basílicas de San Pedro (en el Vaticano) y San Pablo Extramuros.

Con el tiempo, llegado el siglo VIII, la basílica construida sobre la Memoria Apostolorum, al permanecer aún allí el venerado cuerpo de San Sebastián, fue renombrada en su honor. Es, ya reedificada y totalmente transformada, la actual Basílica de San Sebastián Extramuros (Via Appia Antica, 136).

Y a finales del siglo IX, junto al lugar donde aconteció su primer martirio (ante las escaleras del antiguo Templo del Sol), se erigió una modesta iglesia en su honor. Es la que hoy conocemos como San Sebastián al Palatino (Vía San Buenaventura, 1).

No concluye aquí nuestro relato del doble martirio de San Sebastián.

Al poco de su muerte el entonces obispo de Roma, Cayo (Papa del 283 al 296), que era además sobrino del emperador Diocleciano, le otorgó el título póstumo de “DEFENSOR DE LA IGLESIA”. Todo un reconocimiento para nuestro santo, y además el primer título que, como tal, confirió la iglesia de Roma.

La devoción por San Sebastián se incrementó y popularizó pocos siglos más tarde. El mundo occidental estaba impregnado de las historias referidas por Homero en su “Iliada”. En ella, el mismo Apolo disparaba sus mortíferas flechas sembrando la peste entre los aqueos (Canto I, 45). Y esto estaba muy presente en la idiosincrasia de toda la población. Y, ante ellos mismos, la notable figura de San Sebastián, que había sobrevivido a las saetas en ese su primer martirio.

Fue con motivo de la peste que asoló Roma en el verano del año 680. La letal enfermedad diezmó la población, donde padres, hijos, hermanos y vecinos morían sin pausa ni distinción alguna. Refiere la Historia de los Longobardos que, entonces, alguien tuvo una revelación: la peste no cesaría hasta que se erigiera un altar al mártir Sebastián en la basílica de San Pedro llamada “en las cadenas”. Es la basílica que hoy conocemos como San Pietro in Vincoli (Piazza San Pietro in Vincoli, 4-a). Así se hizo, y nada más construirse el altar en la mencionada basílica, hasta allí fueron llevadas llevadas y veneradas sus reliquias, con lo que la peste cesó. Sobra decir que la devoción por el insigne mártir Sebastián se propagó rápidamente por todo Occidente.

Su venerada figura fue implorada ante las incesantes pestes que devastaron Europa durante toda la Edad Media. Y, pese a que en aquellos tiempos no existía el proceso de canonización, por la divina intersección de Sebastián, todos lo consideraron Santo. Y así lo distingue como tal la iglesia católica hasta el día de hoy.

Desde entonces su figura está presente en cada pueblo, en cada ciudad, en cada capital, donde es religiosamente recordado y venerado. Y esa merecida devoción popular ha hecho que los mejores artistas que han dado los siglos se hayan esmerado al representarnos la figura de este insigne mártir.

Como curiosidad, el pasado año 2024 se estrenó en Youtube un cortometraje católico sobre la vida de San Sebastián, producido por Siervos HM Films. El film, dirigido por Brian Alexander Jackson e interpretado por Pablo Lladó Victoria, está disponible públicamente en este enlace.

Por lo que a nosotros atañe, Roma cuenta con memorables imágenes de San Sebastián. A algunas ya hemos hecho referencia; al resto, por no extendernos más, aludiremos en sucesivos artículos. Pretendemos con ello, no sólo constatar que la Ciudad Eterna es también la eterna capital cristiana, sino que ésta forma parte indisociable de nuestra Infinita Roma. Y la figura del mártir San Sebastián es, sin duda alguna, uno de sus máximos exponentes.

BIBLIOGRAFÍA: Para documentar esta página se han consultado, entre otras, las siguientes fuentes:
  • ROMA, la ciudad del Tíber” (2015), de Pilar González Serrano, doctora en Historia por la Universidad Complutense de Madrid.
  • Nueva Enciclopedia Larousse” (1980), Editorial Planeta.
  • TRECANI ”, Enciclopedia italiana.
  • Catálogo general de bienes culturales de Roma”, Página web del Ministerio de Cultura italiano.
  • Vatican/va ” Página web oficial del Vaticano.
  • Glosario ilustrado de arte arquitectónico”, en Web.
  • La Antigua Roma a la luz de los recientes descubrimientos” (1891), del arqueólogo romano Rodolfo Lanciani (1845-1929).
  • RAE”, diccionario de la Real Academia de la Lengua española.
  • TESAURO”, Diccionario de Historia Antigua y Mitología.
  • El mundo ilustrado” (1880), Revista Nr. 14 de la “Biblioteca de las Familias” (Biblioteca Nacional de España).
  • Cathopedia”, Enciclopedia católica.
  • Historia de las excavaciones de Roma y noticias sobre las colecciones romanas de la antigüedad” (I Volumen), del arqueólogoromano Rodolfo Lanciani (1845-1929).
  • Romanchurches”, Página web de las iglesias de Roma.
  • ACIPRENSA”, Enciclopedia Católica “on line”.
  • LA LEYENDA DE ORO para cada día del año. Vidas de todos los santos que venera la Iglesia” (1844). Obra que comprende todo el “Ribadeneyra”, y más, mejorado y revisado por el catedrático de Sagrada Escritura Dr. D. José Palau.
  • Las iglesias de Roma” (1902), guía histórica y artística de las basílicas, iglesias y oratorios de la ciudad de Roma, obra del escritor y crítico de arte florentino Diego Angeli (1869-1937).
  • En torno a las catacumbas cristianas de Roma: historia y aspectos iconográficos de sus pinturas” (2018), del arqueólogo Silvio Strano, publicado en Boletín de Arte (Nr. 26-27) de la Universidad de Málaga.
  • Historia de los Longobardos” (Historia Langobardorum, VI, 5), escrita en el siglo VIII por Pablo el Diácono, traducción de Pedro Herrera Roldán (Universidad de Cádiz, 2006).
  • Urbanismo y Religión. San Sebastián y su huella en la trama urbana de Roma”; (2008), de Miguel Castillo Guerrero.
  • Flos Sanctorum”, una recopilación anónima medieval de antiguos manuscritos cristianos.
  • Una aproximación al estudio iconográfico de San Sebastián” (2007), de Joaquina Lanzuela Hernández, Universidad de Zaragoza.
  • Liber Pontificalis” (El libro de los Papas), traducción de Louise Ropes Loomis (1916).
  • Las ruinas y excavaciones de la antigua Roma” (1897), del arqueólogo romano Rodolfo Lanciani (1845-1929).

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