SIMÓN EL MAGO
Apenas quedan rastros evidentes de este personaje legendario, Simón el Mago. Es considerado por los padres de la Iglesia como el primer hereje: el Patriarca de las Herejías.
No obstante, la prueba más fidedigna de su existencia se encuentra en la misma Biblia, en el Nuevo Testamento. Allí se le menciona bautizado por Felipe el Diácono cuando éste predicaba en Samaria. Así mismo, se describe la disputa y la consiguiente indignación que suscitó en el apóstol Pedro.
VERACIDAD DE SU EXISTENCIA
El texto, contenido en “HECHOS DE LOS APÓSTOLES” (8, 9-25), literalmente reza:
“En la ciudad había ya de tiempo atrás un hombre llamado Simón que practicaba la magia y tenía atónito al pueblo de Samaria y decía que él era algo grande. Y todos, desde el menor hasta el mayor, le prestaban atención y decían: «Éste es la Potencia de Dios, llamada la Grande” (se suponía que una emanación del Dios supremo habitaba en Simón, quien le debía sus poderes sobrenaturales).
Le prestaban atención porque les había tenido atónitos por mucho tiempo con sus artes mágicas. Pero cuando creyeron a Felipe que anunciaba la Buena Nueva del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo, empezaron a bautizarse hombres y mujeres. Hasta el mismo Simón creyó y, una vez bautizado, no se apartaba de Felipe; y estaba atónito al ver las señales y grandes milagros que se realizaban.
Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Éstos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.
Al ver Simón que mediante la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu, les ofreció dinero diciendo: “Dadme a mí también ese poder para que reciba el Espíritu Santo aquel a quien yo imponga las manos”. Pedro le contestó: “Vaya tu dinero a la perdición y tú con él; pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero. En este asunto no tienes tú parte ni herencia, pues tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esa tu maldad y ruega al Señor, a ver si se te perdona ese pensamiento de tu corazón; porque veo que tú estás en hiel de amargura y en ataduras de iniquidad. Simón respondió: “Rogad vosotros al Señor por mí, para que no venga sobre mí ninguna de esas cosas que habéis dicho.
Ellos, después de haber dado testimonio y haber predicado la Palabra del Señor, se volvieron a Jerusalén evangelizando muchos pueblos samaritanos”.
De esa indigna intención de Simón el Mago surgió el término Simonía: la compraventa deliberada de bienes espirituales (como las prebendas y beneficios eclesiásticos). Una acepción que, resurgida en el mismo seno de la Iglesia, supuso una auténtica lacra en la sociedad medieval (sobre todo en los siglos X y XI) y que, al menos, perduró hasta el siglo XVI.
SIMÓN EL MAGO Y LOS TEXTOS APÓCRIFOS
Los textos en los que posteriormente aparece referenciado Simón el Mago son mayormente del siglo II d.C. y están escritos por autores cristianos. Como tales, y al carecer de toda base histórica, son considerados apócrifos; esto es, de dudosa autenticidad (en cuanto a los hechos). Son más bien “novelitas didácticas” con las que se pretendía adoctrinar al pueblo.
Así, entre otros, San Justino de Roma, mártir del siglo II d.C., en sus “APOLOGÍAS” (Las Herejías, 26.1) refiere:
“En tercer lugar, después de la ascensión de Cristo al cielo, los demonios han impulsado a ciertos hombres a decir que ellos eran dioses, y ésos no sólo no han sido perseguidos por ustedes, sino que han llegado hasta juzgarlos dignos de recibir honores. Así, a un tal Simón, samaritano, originario de una aldea por nombre Gitón, habiendo hecho en tiempo de Claudio César prodigios mágicos, por arte de los demonios que en él obraban, en su imperial ciudad de Roma, fue tenido por dios y como dios fue por ustedes honrado con una estatua, que se levantó en la isla del Tíber, entre los dos puentes, y lleva esta inscripción latina: «A Simón Dios Santo». Y concluye su Segunda Apología diciendo: “Yo agrego esto: la doctrina impía y errónea de Simón difundida en mi nación, la he testimoniado sólo para su desprecio”.
También Tertuliano (Quinto Septimio Florente Tertuliano, aprox. 160-220) en su obra “APOLOGETICUM” (Apología) menciona hechos similares. Los menciona en el Capítulo XIII, “Contra los gentiles en defensa de los cristianos”, donde dice:
“A los emperadores muertos confieso que dignamente dais la misma honra que a los dioses. En esto no se darán ellos por agraviados; antes os quedarán agradecidos, que habiendo sido sus vasallos se vean iguales a sus señores. Sólo podrían tener algún enojo, viendo que al lado de Juno, Ceres y Diana adoréis a Larentina, rústica ramerilla, dejando a Lais y a Friné rameras de más rumbo y más estofa; y que Simón Mago tenga inscripción divina y estatua levantada”.
Sin embargo, todo parece indicar la imposibilidad material de que Simón estuviese ya en Roma en tiempos del emperador Claudio, quien gobernó del año 41 al 54 d.C. Además, esa referencia a la estatua de Simón el Mago en la isla Tiberina es considerada fruto de un error. Allí en realidad hubo una estatua al dios sabino Semo Sancus, pero el epígrafe de su inscripción, posiblemente “SEMO SANCO DEO FIDIO SACRUM” (SEMO SANCO, DIOS DE LA CONFIANZA SAGRADA), fue malinterpretado. Se transliteró la primera “E” por una “I”, lo que originó la confusión, máxime si los primeros cristianos de Roma ignoraban la existencia de aquella primitiva deidad sabina.
Asimismo, San Irineo de Lyon (siglo II d.C.), en su obra “ADVERSUS HAERESES” (Contra los herejes) afirmó que Simón había aparecido en Samaria como el Padre, en Judea como el Hijo y entre los paganos como el Espíritu Santo (una manifestación del Eterno). De él dejó escrito:
“Simón el Mago es el patriarca de todos los gnósticos cristianos. Durante el siglo I estos sectarios se concentraron en las regiones de Palestina y Siria, pero ya a mediados del siglo II se extendieron a Egipto y al Occidente”.
Y más adelante añade:
“Simón el Mago y Menandro son los ancestros. El primero se hacía pasar por «la Potencia de Dios llamada la Grande». Por medio de trucos mágicos atrajo a mucha gente a su secta, e incluso pretendió comprar a los Apóstoles el secreto de las obras del Espíritu Santo. Enamorado de una tal Helena, prostituta que encontró en Tiro, la hizo venerar como la encarnación, en ese momento, del “Pensamiento” que originó en sus principios a los Ángeles hacedores del Cosmos. Éstos, para librarse de su dominio y adueñarse de su poder, la habrían tenido encarcelada en varios cuerpos, como el de Helena de Troya: Simón, la Gran Potencia, habría venido a liberarla, así como también liberaría a todos los seres humanos, de la tiranía de los Ángeles que pretendían dominar mediante los mandamientos que exigían obras de justicia.
Menandro siguió esta doctrina de su Maestro, pero se proclamó “el Salvador” enviado para comunicar la gnosis a los hombres y liberarlos de la dictadura de los Ángeles. Ambos, “liberados” de los mandamientos (que serían imposiciones de los Ángeles) se sentían libres para toda suerte de fornicaciones y otras obras prohibidas para dominarnos”.
LOS SIMONITAS
También habla San Irineo de sus partidarios (los fieles seguidores de Simón el Mago), de los que dice:
“Sus místicos sacerdotes viven libidinosamente, hacen actos de magia, cada uno de ellos como puede. Usan de encantos y exorcismos. También se ejercitan fervorosamente haciendo filtros, conjuros, interpretación de los sueños y todo tipo de prácticas semejantes. Asimismo conservan las estatuas, que se han fabricado para adorarlas, de Simón, a la que han dado la figura de Júpiter, y la de Helena como la imagen de Minerva. A sí mismos se denominan simonitas, tomando el nombre del padre de tan impía doctrina. De ellos sacó su origen la falsamente llamada gnosis, como es fácil conocer de sus mismas afirmaciones”.
Y concluye:
“De parte de ellos, no hay sino error, seducción, ilusiones mágicas con las que impíamente engañan a las personas”.
Para conseguir sus fines, los simonitas (también llamados simonianos), empleaban la magia y el espiritismo. Evocaban el alma de los muertos (teúrgia), junto con encantamientos y pociones de amor. Consideraban intrascendente la idolatría, a la que no consideraban buena ni mala. Proclamaban que la fornicación no era más que la expresión natural del amor perfecto. Además de llevar una vida inmoral y muy desordenada, consideraban que no eran las buenas obras las que hacían a los hombres bienaventurados en la próxima vida, sino la gracia otorgada por Simón y Helena a quienes se unían a ellos.
Los simonitas fueron considerados por San Eusebio de Cesarea (siglo III d.C.) los más inmorales y depravados de la humanidad. Así lo constata en su obra “STORIA ECCLESIASTICA” (Historia Eclesiástica), donde escribe:
“De hecho nos sorprende, como todavía ocurre hoy entre los seguidores de su secta inmune, quien, con el mismo método que su iniciador, se insinúa en la iglesia como peste y sarna, corrompiendo profundamente a aquellos en quienes logran inyectar el terrible veneno que está oculto en ellos” (1. 12).
Y, a continuación, añade:
“Aprendimos que el primer jefe de toda la herejía era Simón: a partir de él, y hasta la fecha, aquellos que siguen su secta simulan la filosofía de los cristianos, universalmente celebradas por su templanza y pureza de la vida, pero sin embargo siempre permanecen apegados a la superstición idolatrial de la que parecían liberados, y se prostrarían frente a los libros e imágenes del propio Simón y Helena, ya mencionada como su compañera, venerándolos con incienso, sacrificios y libaciones” (13. 6).
Pero quizá los textos más relevantes que han alimentado las tradiciones más populares sobre la figura legendaria de Simón el Mago sean los siguientes:
- Las “Recognitiones” (Reconocimientos), también conocidas como “Pseudoclementinas”, que son un conjunto de antiguas homilías atribuidas a Clemente I (Papa del 92 al 99).
- Y los “Hechos del Apóstol Pedro”, un compendio del siglo II d.C. de múltiples versiones manuscritas (en diferentes lenguas) que narran, de forma novelada, cuando no fantasiosa, la vida y hechos del apóstol tras la muerte de Jesús.
Ambos son considerados apócrifos, relatos imaginarios carentes de toda base histórica. No obstante, de ellos ha entresacado la tradición popular el último enfrentamiento legendario entre Simón el Mago y el apóstol Pedro.
EL “VUELO DE SIMÓN EL MAGO”
Pese a que existen diferentes versiones, la tradición más generalizada, aunque muy resumida, es la que exponemos a continuación:
Simón el Mago habría llegado a Roma en tiempos del emperador Nerón. Aquí, con sus prácticas mágicas y su actitud arrogante, había embaucado a la población, incluso al mismo Nerón (emperador del 54 al 68). Éste lo llegó a considerar un ser “divino”. Considerado un “hechicero” por los cristianos, con sus métodos herejes soliviantaba los cimientos de su naciente religión.
Para contrarrestar sus influencias llegaron a Roma los apóstoles Pedro y Pablo. Con su presencia, el enfrentamiento con Simón el Mago y sus seguidores fue continuo.
Así, cierto día Simón el Mago quiso demostrar al pueblo sus poderes. Convocó a una gran multitud en el Foro Romano, en la misma Vía Sacra. Ante la presencia del mismo emperador, retó al apóstol Pedro a hacer lo que él haría: ascender a los cielos como lo había hecho el Dios de los cristianos. Y, ante la incredulidad de quienes lo presenciaban, mostrando sus virtudes extraordinarias y sobrenaturales, al instante se elevó por los aires sobrevolando a los asistentes.
El populacho quedó atónito ante el maravilloso espectáculo que presenciaban. San Pedro, viendo que el público se enardecía presenciando tan prodigiosa demostración, optó por arrodillarse y rezar, implorando a Dios para que detuviera tan demoniaca representación. Y sus oraciones fueron fructíferas: el vuelo de Simón el Mago cesó, y éste, irremediablemente, se precipitó al suelo.
Dicen que, aunque quedó maltrecho de la caída, tan sólo se rompió una pierna. Sin embargo, le llovieron cantidad de piedras, pues la gente comenzó a apedrearlo, acusándolo de embustero y falsario. Sus partidarios, que también presenciaban el espectáculo, para evitar males mayores, lo recogieron y se lo llevaron de allí.
REPRESENTACIONES DEL “VUELO DE SIMÓN EL MAGO”
El arte de Roma se ha hecho eco del suceso y permite rememorar tan portentoso evento. Prueba de ello son los dos espléndidos cuadros que pueden contemplarse en el interior de la Basílica de Santa María de los Ángeles y los Mártires (Via Cernale, 9 – Piazza della Repubblica):
- “Caída de Simón el Mago”, realizado en 1765 por el pintor italiano Pompeo Batoni (Pompeo Girolamo Batoni, 1708- 1787). Aunque originalmente estaba dispuesto para decorar la Basílica de San Pedro, finalmente se ubicó en ésta. Puede admirarse en la esquina del lateral izquierdo del Crucero.
El lienzo muestra la vertiginosa caída de Simón el Mago, cuyo gorro de piel ya ha caído al suelo, con sus demonios dispersándose por la derecha. Los asistentes, unos se muestran perplejos ante lo acontecido, mientras que otros huyen atemorizados del lugar. El emperador Nerón preside el centro de la escena, sentado en su trono junto a una estatua de Hércules y rodeado de varios estandartes y fasces romanos. El anciano San Pedro, con su característico pelo canoso y vistiendo una túnica azul, destaca a la izquierda del lienzo, con las clásicas llaves a sus pies. Aparece representado arrodillado, implorando, con sus manos elevadas hacia el Cielo, a Dios para que ponga fin al vuelo de Simón. Tras él está San Pablo, de espaldas y con túnica verde, presenciando la escena por el otro lado de la columna que tiene ante él.
- “Caída de Simón el Hechicero”, obra del pintor francés Pierre-Charles Trémollière (1703-1739). Es copia del que pintara en 1603 el sienés Francesco Vanni (1563-1610), que hasta 1925 presidió el altar del Sagrado Corazón de la Basílica de San Pedro (ya muy deteriorado y hoy en los depósitos de la Basílica Vaticana).
Está situado en el brazo derecho del Crucero, bajo la pequeña oquedad abierta en la cornisa que permite el paso de la luz solar para que incida en la Meridiana: el esplendoroso reloj solar incrustado en el pavimento para calcular la posición del Sol y las estrellas, obra del astrónomo veronés Francesco Bianchini (1662-1729).
De temática similar al anterior, el lienzo simboliza la victoria del catolicismo sobre la herejía, en particular sobre la simonía.
LAS IMBORRABLES HUELLAS DE SAN PEDRO
Sin embargo, la muestra más tangible de tan portentoso suceso se venera en la Basílica de Santa Francesca Romana (Piazza di Santa Francesca Romana, 4, también conocida como Santa María Nova).
Esta basílica ocupa hoy el lugar de un Oratorio precedente originalmente dedicado a los santos apóstoles Pedro y Pablo, fundado por el Papa Pablo I (757-767). Éste lo hizo erigir a raíz del triunfo de los apóstoles tras el calamitoso acontecimiento, acaecido en las cercanías, que ante ellos protagonizara Simón el Mago.
Junto a este primitivo Oratorio, reconstruido como iglesia (Santa María Nova) entre 847 y 996, en la Vía Sacra, se exhibían dos losas de basalto. En ellas estaban impresas las supuestas huellas dejadas en el pavimento por las rodillas de San Pedro cuando oró a Dios para que detuviese el vuelo de Simón.
Originalmente fueron veneradas in situ en la misma Via Sacra, y luego traídas a la iglesia para su custodia. Hoy continúan en el interior de la basílica, junto al Altar Mayor. Están incrustadas en el centro de la pared derecha del Crucero y protegidas por sendos enrejados, justo bajo el órgano del templo. Sobre ellas, una inscripción explicativa (en italiano) constata el acontecimiento:
“IN QUESTE PIETRE POSE LE GINOCCHIA S. PIETRO QUANDO I DEMONII PORT. SIMON MAGO PER ARIA.”
(EN ESTAS PIEDRAS PUSO LAS RODILLAS SAN PEDRO CUANDO LOS DEMONIOS LLEVARON A SIMÓN MAGO POR LOS AIRES”)
EL FIN DE SIMÓN EL MAGO
Cuentan que tras la aparatosa caída de Simón el Mago, sus fieles seguidores optaron por sacarlo de Roma. Tomaron la Vía Appia y se encaminaron con él hacia la ciudad costera de Terracina (a unos 110 Km. al Sur de Roma), con la intención de embarcar allí para Judea y retornar a su patria.
Sin embargo, no pudo pasar de Ariccia (a unos 26 Km. de Roma), la primera estación de descanso (statio) para quienes partían hacia el Sur, donde falleció. Al parecer fue sepultado a las afueras de la ciudad, junto a la antigua puerta Sur que daba acceso a la ciudad: Porta Urbica.
Esta antigua puerta aún se conserva (soterrada) en la intersección entre Vía Appia Antica y Via di Vallericia. Y el lugar es hoy conocido popularmente como Basto del Diávolo o di Simón Mago (Albarda del Diablo o de Simón el Mago), supuestamente porque fue desde aquí desde donde el Diablo “transportó” a Simón el Mago al Infierno.
Algunas fuentes indican que realmente Simón el Mago no llegó a fallecer por sus heridas. Refieren, por el contrario, que, recuperado, se hizo sepultar en vida para resucitar al tercer día, como Nuestro Señor, y demostrar así su grandeza y poder. Pero no resucitó, y allí quedó sepultado.
Sea como fuere, en el siglo XVI se halló en las inmediaciones de ese lugar un fragmento del supuesto sepulcro de Simón el Mago. Un siglo más tarde, para testimoniarlo, el Príncipe Bernardino Savelli hizo grabar en él la siguiente inscripción:
«Fragmento de la piedra sepulcral en la que Simón Mago fue enterrado cerca de Aricia después de su caída en Roma, precipitada por la voz y oraciones de San Pedro. Bernardino Savelli, Príncipe de Albano, Duque de Ariccia, Mariscal perpetuo de la Santa Iglesia Romana, custodio del Cónclave, dispuso colocar este monumento como prueba de la victoria del Príncipe de los Apóstoles en el vuelo mágico».
Hoy ornamenta, bajo el pórtico de un moderno edificio en esquina (en la confluencia de las vías Appia Nuova con Largo Savelli), la Fontana delle Tre Cannelle (Fuente de los tres caños). Es una preciosa fuente de basalto ubicada frente al Palacio Chigi, realizada en 1614 a instancias de la familia Savelli y renovada completamente por Bernini en 1666. Está rematada con las montañas y la estrella, emblema familiar de Alejandro VII (Fabio Chigi, Papa de 1655 a 1667).
Sobre ella se expone lo que queda de la lápida sepulcral de Simón Mago, junto a una moderna inscripción en que se lee:
“FRAMMENTO SEPOLCRALE DI SIMON MAGO. IL COMUNE RICCOLLOCO. A.D. MCMXCIII”
(FRAGMENTO SEPULCRAL DE SIMON EL MAGO. RECOLOCADO POR EL MUNICIPIO. AÑO 1993)