SANTA MARTINA
Martina significa mujer unida a Marte. Esto es, “guerrera”. Santa Martina fue una doncella de una ilustre familia romana que perdió a sus padres siendo aún muy joven.
Se hizo cristiana y, por su solidaridad, empleó su abundante riqueza en ayudar a los pobres. Arrestada por su abierta fe, la llevaron ante el emperador Alejandro Severo. Éste, pese a ser tolerante con el cristianismo, la obligó a postrarse ante el dios pagano Apolo y a ofrecerle sacrificios. Martina se negó, y el emperador ordenó azotarla y rasgarle los párpados con unos garfios de hierro.
Ella persistía en su actitud y rogaba a Dios por quienes la torturaban. Los torturadores sentían ser ellos los sometidos al suplicio. Compadecidos y movidos por la fe, se volvieron al cristianismo (más tarde los decapitarían por ello). Poco después un terremoto afectó al templo de Apolo y la estatua del dios cayó al suelo y se fracturó.
Martina fue llevada nuevamente ante el emperador, quien, al renegar nuevamente de hacer sacrificios a dioses paganos, ordenó desnudarla, azotarla y rasgarle la piel con pequeños cuchillos. Luego la encarcelaron, y de allí a unos días la enviaron al templo de Artemisa para que hiciese sacrificios ante ella. Martina se negó, y tremendos truenos y relámpagos cayeron sobre el templo, convirtiendo en ceniza la imagen de la diosa.
En vista de ello, ordenó el emperador echarla a las bestias para que la despedazasen. Le soltaron un león que había estado tres días sin comer y, acercándose a ella, se mostró sumiso. Y, no sólo no le hizo daño alguno, sino que empezó a lamerle las heridas que tenía por todo su cuerpo. El león terminó postrándose a sus pies. Decidió entonces el emperador enjaular al león (por cierto, mató, destrozó y se comió al propio Limanco, su cuidador) y mandó quemar a Martina.
La llevaron al centro de una gran pira. Una vez encendido el fuego comenzó a llover torrencialmente y se levantó un fuerte vendaval, que esparció las brasas y abrasó a quienes estaban a su alrededor, contemplando el espectáculo. Finalmente, el emperador mandó sacarla fuera de la ciudad y decapitarla, lo que se ejecutó, al parecer, en la Milla X de la vía Ostiense, el día primero de enero del año 228 d.C.
En el año 625, el Papa Honorio I le dedicó una iglesia cerca del Foro Romano, Santa Martina (más conocida como “la Iglesia en los Tres Foros”), luego adjudicada al gremio de pintores. En 1634, cuando Petro da Cortona efectuaba unas excavaciones para restaurar la iglesia, se descubrieron los restos de la santa, y hoy reposan bajo el Altar Mayor de la iglesia, renombrada como Iglesia de los santos Lucas y Martina.
Su culto también está atestiguado también en la localidad de Martina Franca (Tarento, Italia). El cardenal Tommaso Innico Caracciolo (de la familia de los duques de Martina), bajo cuya potestad estaba la iglesia romana de los Santos Lucas y Martina, quiso regalar a esa ciudad algunas reliquias de la santa (por ser homónimas). En 1730, unos meses antes de fallecer, envió una afectuosa misiva acompañada de un precioso relicario con varios fragmentos de huesos de la santa. Éstos son venerados en la Colegiata de San Martino de esa ciudad.
Su fiesta se celebraba en el siglo VIII, pero fue paulatinamente olvidada. El Papa Urbano VIII restauró la festividad, estableciéndola, no obstante, el 30 de enero, haciéndola también una de las santas patronas de Roma.
También es patrona de las madres lactantes (en posible sustitución de la arcaica Rumina, diosa romana pagana, valedora de las madres lactantes y de sus hijos).