SAN JUAN BAUTISTA
Poco se sabe de la vida de San Juan el Bautista. Según los evangelios, fue el elegido por Dios para preparar la llegada de Jesucristo. De ahí que sea conocido como “el Precursor”.
Fue el arcángel San Gabriel quien anunció a su padre, Zacarías (sacerdote judío) su venida al mundo: tendría un hijo, al que llamaría Juan, que había de allanar el camino del Señor. Un nombre, Juan, que proviene del hebrero “Yôḥānnān” y que significa “Dios es misericordioso”, o “Dios está a mi favor”.
Zacarías quedó incrédulo por su ancianidad y por la esterilidad de su esposa (Isabel, prima hermana de la Virgen María). Al dudar de la palabra divina, el arcángel le dijo: “quedarás mudo y no volverás a hablar hasta que todo esto se cumpla”. Y no recobró la voz hasta que, tras el nacimiento, en la circuncisión de su hijo, participó a los presentes su nombre, según se le había ordenado, escribiendo en una pizarra “Juan es su nombre”.
Refieren las Sagradas Escrituras que, estando Isabel embarazada ya de seis meses, la Virgen María (también en gestación) la visitó para asistirla. Y cuando ambas se juntaron, al sentir la presencia de Jesús, Juan se estremeció en el vientre materno. Dicen que fue entonces cuando Juan recibió al Espíritu Santo: la gracia divina que le acompañó en su profética vida.
Aunque se sabe que nació en la antigua Judea, no hay certeza exacta del lugar: para unos nació en la pequeña aldea de Ain Karim (al oeste de Jerusalén); para otros, en Hebrón (al sur de Jerusalén). De lo que sí hay certeza es que nació un 24 de junio.
De su posterior infancia no queda rastro alguno. Es mencionado siendo ya adulto, tan sólo preocupado por el Reino de Dios, entregado a vagar en penitencia y oración, predicando en el desierto. Juan “preparaba un camino a Johová”, “nivelaba una calzada”. Era “la voz del que clama en el desierto”, tal y como había predicho el profeta Isaías.
Al igual que el profeta Elías (siglo IX a.C.), con el que la Biblia lo identifica, Juan viste una áspera piel de camello y cubre sus caderas con un taparrabos de cuero. Y como alimento toma cuanto la Providencia pone a su alcance: raíces, frutas y, principalmente, langostas y miel silvestre.
En su predicar, exhorta la conversión y el amor al prójimo, al tiempo que critica vivamente a los fariseos. Y anuncia la inminente llegada del Salvador y la proximidad del Reino de los Cielos. Por su virtud, pronto adquiere gran renombre; multitud de seguidores y discípulos acuden a escucharlo. Y, preparando el advenimiento del Mesías, Juan los “bautiza”.
Contaba 30 años cuando Jesús se acercó hasta el río Jordán y se hizo bautizar por él. Luego, predicando a los judíos, Jesús lo ensalzó con estas palabras: “entre todos los hombres de la tierra no hay un profeta más grande que Juan”.
Más tarde Juan sería encarcelado por el rey Herodes Antipas, tetrarca de Judea. Supuestamente por haber censurado públicamente su escandalosa vida, al mantener una relación adúltera con su cuñada, la lasciva Herodías. Según el historiador Flavio Josefo, hubiera sido inmediatamente ejecutado si Herodes no temiera una agitación popular. Por eso decidió mantenerlo encarcelado en la prisión de Maqueronte (a orillas del Mar Muerto).
Se ignora cuánto tiempo estuvo allí preso. Lo que ya es historia es que en el transcurso de una gran fiesta con motivo del cumpleaños de Herodes, bailó para éste la hija de Herodías, Salomé. Y fue tal el entusiasmo que su danza provocó en el rey, que, ante todos los presentes, le prometió darle cuanto pidiera, “aunque fuese la mitad de su reino”. Pero Salomé, instigada por su madre (que sentía una intensa aversión hacia Juan por sus constantes críticas), exigió la cabeza del Bautista. Y Herodes, empeñada su palabra, se la hizo entregar en una bandeja de plata.
Este fue el final de Juan el Bautista, acaecida en el 35 año d.C., según los Evangelios.
Luego sus discípulos recogieron su cuerpo y le dieron sepultura. Otros, por el contrario, sostienen que su cuerpo fue incinerado, pero al parecer la comunidad cristiana consiguió recuperar su famosa cabeza. Y, con el paso de los siglos, sus restos (muchos más de los que son) han ido apareciendo.
Del establecimiento de la Iglesia como religión oficial en Occidente surgió un desmedido afán por poseer reliquias con las que engrandecer sus templos. A ello contribuyeron las Cruzadas, que, emprendidas por recuperar los Santos Lugares, facilitaron la salvación (o el expolio) de cuantas reliquias pudieron allí hallarse. Posiblemente el mayor tráfico de restos de los santos se deba a los caballeros Templarios y Hospitalarios. Éstos, al regresar tras sus incursiones en Tierra Santa, poblaron de edificaciones cristianas todo el territorio europeo. Y lo “sembraron” de ingentes reliquias sagradas, que se veneran, dispersas, en multitud de lugares.
LOS RESTOS DE SAN JUAN BAUTISTA
A mediados del siglo IV el sepulcro de San Juan Bautista se veneraba (privado de la cabeza) en Samaria, cerca de la ciudad de Naplusa (la actual Nablus, en Cisjordania). Posiblemente estuvieran en la cercana ciudad de Sebastia (en Cisjordania), donde una mezquita lleva su nombre: «Mezquita del Profeta Juan» (Jama’a Nabi Yahya). Allí, en la cripta, se conserva la que se considera su primera tumba, junto a las de Elíseo y Abdías, todos ellos considerados profetas del Islam.
Sin embargo, las fuentes históricas refieren que, alrededor del año 361, en tiempos del emperador Juliano “el Apóstata”, sus restos fueron profanados e incinerados, y las cenizas dispersadas.
La ciudad siria de Damasco se vanagloria de albergar las auténticas reliquias del Bautista. Allí hubo un primer templo romano dedicado a Júpiter (Júpiter Damasceno). Éste fue reemplazado por una gran basílica cristiana, consagrada a san Juan Bautista (su cabeza se custodiaba en un precioso relicario). Ésta se erigió en tiempos de Teodosio I (emperador romano de Occidente del 379 al 395), tras la cristianización del Imperio y la oficialidad de la Iglesia.
Siglos más tarde, hacia el 664, los árabes convirtieron Damasco en la capital del imperio Omeya. Desmontaron piedra a piedra la basílica cristiana y, sobre el solar, el califa al-Walid construyó su Gran Mezquita. Pero salvaguardó el precioso relicario que contenía la cabeza de san Juan Bautista. Hoy Damasco es considerada el “Paraiso de Oriente”, y los musulmanes continúan venerando a san Juan, el profeta bautista al que ellos llaman “Yahya”. Y el relicario con la cabeza de San Juan aún se conserva en un edículo sagrado (haram), en el lado Este de la Gran Mezquita de los Omeyas.
El museo-palacio de Topkapi, en Estambul (Turquía), considerado el “Vaticano” del islamismo, custodia un brazo, parte del cráneo y una mano de San Juan Bautista. Se exponen en la «Sala de la Reliquias Sagradas» (Sala IV), protegidas en un suntuoso relicario.
En Roma, en la basílica de San Silvestre in Capita (Piazza di San Silvestro) se conserva la que dicen es la parte superior del cráneo de San Juan Bautista. Como reliquia, se exhibe y venera desde el siglo XII en la capilla de la “Piedad”, tras un cartel en italiano, que reza:
“CAPUT STI. JOANNIS BAPTISTAE PRAECURSORIS DOMINI”
(CABEZA DE SAN JUAN BAUTISTA, PRECURSOR DEL SEÑOR).
Y, aunque es tenida por “verdadera”, en realidad se ignora su procedencia, y el cómo y cuándo llegaron aquí esos restos.
La catedral de Notre-Dame de la ciudad francesa de Amiens custodia dos reliquias del santo: la parte superior frontal de su cráneo (sin dentición), y una astilla que le falta a éste. Al parecer proceden de Constantinopla, y fueron traídas por un canónigo durante la IV Cruzada (alrededor del año 1206).
La Catedral de San Lorenzo, de Génova (Italia), acoge igualmente reliquias del santo. Allí se veneran sus cenizas, contenidas en un arca procesional (decorada en el siglo XV con oro, plata y esmaltes). Al parecer proceden de Asia Menor, y fueron traídas tras la expedición genovesa a Tierra Santa (comandada por Guillermo Embriaco) a finales de la I Cruzada (1096-1099).
También allí se custodia el que se conoce como “Plato de San Juan”, la bandeja donde su cabeza fue presentada a Salomé. Se trata de una placa de calcedonia (romana, del siglo I), que en el siglo XIV fue ornamentada en Francia por la casa real de Valois. Entonces se embelleció con oro, rubíes y esmaltes. Además, el centro se decoró con una cabeza que representa al santo. El reborde, revestido de una lámina de oro, contiene la inscripción:
“JOANNES BAPTISTE INTER NATOS MULIERUM NON SURREXIT MAIOR”
(ENTRE LOS QUE NACEN DE MUJER NO SE HA LEVANTADO OTRO MAYOR QUE JUAN EL BAUTISTA).
Supuestamente procede de los bienes embargados a los Templarios, que se habían hecho con él en Tierra Santa. De la corte real francesa acabó en manos del Papa genovés Inocencio VIII (Giovanni Battista Cybo, 1484-1492), y éste la donó a la catedral para su custodia.
En España, en la Catedral de Granada se veneran el brazo derecho de San Juan Bautista y parte de su cabello. Se custodian en un relicario de plata que la reina Isabel la Católica hizo depositar en la Capilla Real.
Y el Real Monasterio de San Juan de Acre (en Salinas de Añana, Álava) conserva como insignes reliquias el brazo y la mano derecha del santo. Se custodian en un enorme relicario de plata (del siglo XV) que reproduce un brazo derecho, creado para contener estos sagrados restos.
Al parecer proceden del convento que las “Comendadoras de San Juan de Jerusalén” tenían en Valdoreix (Barcelona). Allí llegaron monjas de la congregación de Santa María de Sijena (Huesca). Éstas, tras la desamortización, en 1970 iniciaron un periplo que las llevó por varios conventos de la Orden: primero al convento de Bonanova, luego al de Valdoreix. Finalmente acabaron agrupadas en el monasterio de Salinas de Añana. Pero, supuestamente, se llevaron consigo estas (y otras) reliquias, hoy objeto de litigio entre ambas comunidades (Aragón y Cataluña).
En 2010 se halló en Bulgaria, en la Isla de San Juan (Sveti Ivan), en el mar Negro, un relicario con restos que los arqueólogos atribuyen a San Juan Bautista.
Estos restos, consistentes en un diente y fragmentos de una mano (un nudillo) y de la mandíbula, estaban en una urna de alabastro, sellada con argamasa roja. Estaba encastrada en el altar de una antigua iglesia conventual dedicada a San Juan Bautista (abandonada en 1620). Supuestamente esta urna llegó al Convento en el siglo IV; al parecer procedía de Constantinopla, adonde había trasladada desde Antioquía.
Tras estudiar genéticamente estos fragmentos óseos, se determinó que pertenecían a la misma persona: un varón que vivió en el siglo I, oriundo de Oriente Medio (de donde era natural San Juan el Bautista). Hoy se custodian y exponen en el Museo Arqueológico de la turística ciudad de Sozopol, en la costa continental de Bulgaria.
Lo anterior es tan sólo una pequeña muestra de lo referido. Detalla los lugares más emblemáticos donde, supuestamente, se veneran reliquias de San Juan Bautista. Sería imposible referirlas todas. Baste saber que en más de 28 templos (entre catedrales, iglesias y monasterios) se veneran partes de su cráneo (íntegros en 16 de ellas). Si a éstas se incluyen las cenizas, brazos, dedos, cabellos, etc…, la cifra sobrepasa los 60.
Pese a que la proliferación de tantos restos “supera” nuestro entendimiento, puede justificarse: dan notoriedad al lugar, mantienen el fervor popular y avivan la Fe de los creyentes.
2 Comentarios
Jessica Álvarez sequeiro
Genial!!! Como cada entrada…una nueva aventura
J. Méndez
Muchas gracias Jessica!