EL PUENTE SISTO
A su paso por Roma, el Puente Sisto salva el curso medio del río Tíber, uniendo el centro de la urbe con el Trastévere. Toma nombre de su promotor, Sixto IV (Francesco della Rovere, Papa de 1471 a 1484), quien lo hizo erigir con ocasión del Año Jubilar de 1475.
Este Papa lo incluyó en su ambicioso programa de renovación urbana, embelleciendo con él la ciudad a la vez que proporcionaba una segunda vía de acceso al Vaticano. Una obra necesaria, sobre todo tras el colapso del Puente Sant’Angelo, cuyas balaustradas cedieron en el anterior Jubileo de 1450, muriendo muchos peregrinos al caer al río.
Su construcción, iniciada en 1473 y completada en 1479, se atribuye al arquitecto florentino Baccio Pontelli (1450-1494). Así lo constata el pintor, arquitecto e historiador italiano Giorgio Vasari (1511-1574). No obstante, otros consideran que el Puente Sisto es obra de un equipo dirigido por el arquitecto italiano conocido como Meo del Caprina (Amedeo de Francesco, 1430-1501).
Sea como fuere, aunque inconcluso, el puente fue inaugurado en el Año Jubilar de 1475. De ello dejó constancia el propio Sixto IV, quien hizo grabar dos losas marmóreas para perpetuo testimonio de su impronta y de tan excelsa obra.
Las losas originales fueron retiradas tras varios actos vandálicos, y hoy se conservan en el Museo Nacional Romano. En 1999 se sustituyeron por sendas réplicas, que hoy decoran los parapetos del Puente Sisto, flanqueando el acceso por lungotevere dei Tebaldi. Podemos apreciar en ellas las elegantes inscripciones latinas, compuestas por el humanista Bartolomeo Sacchi (1421-1481), más conocido por Il Platina.
En la losa de la izquierda se lee:
“MCCCCLXXV – QUI TRANSIS XYSTI QUARTI BENEFICIO DEUM ROGA UT PONTEFICEM OPTIMUM MAXIMUM DIV NOBIS SALVET AC SOSPITET BENEVALE QUISQUIS ES UBI HAEC PRECATUS FUERIS”
(1475 – VOSOTROS QUE PASÁIS GRACIAS A SIXTO IV, ROGAD AL SEÑOR PARA QUE NOS GUARDE POR MUCHO TIEMPO Y EN BUENA SALUD AL EXCELENTÍSIMO PONTÍFICE. VETE EN PAZ, QUIENQUIERA QUE SEAS, DESPUÉS DE HABER RECITADO ESTA ORACIÓN).
La de la derecha, reza:
“XYSTUS IIII PONT MAX AD UTILITATEM PRO PEREGRINAEQVE MULTITUDINIS AD IUBILEUM VENTURAE PONTEM HUNC QVEM MERITO RUPTUM VOCABANT A FUNDAMENTIS MAGNA CURA ET IMPENSA RESTITUIT XYSTUMQVE SUO DE NOMINE APPELLARI VOLVIT”
(SIXTO IV PONTÍFICE MÁXIMO, EN BENEFICIO DEL PUEBLO ROMANO Y DE LA MULTITUD DE PEREGRINOS QUE PARTICIPARÁN EN EL JUBILEO, ESTE PUENTE QUE CON RAZÓN LLAMARON “ROTTO”, RECONSTRUIDO A PARTIR DE SUS CIMIENTOS CON MUCHO ESMERO Y GASTO, QUISO QUE DE SU NOMBRE SE LLAMARA SISTO).
El Puente Sisto se construyó donde, en su día, estuvo emplazado el antiguo Pontem Agrippae (Puente de Agripa), tal y como muestra un fresco del antiguo Hospital Santo Spirito in Sassia (Lungotevere in Sassia, 1). En él se reproduce la escena en que Sixto IV coloca, el 29 de abril de 1473, la primera piedra del nuevo puente sobre el primitivo derruido. Entonces se redujo el ancho del puente a 6,40 m., frente a los 9 m. de aquél.
El Puente de Agripa había sido construido por el general Marco Vipsanio Agripa (63-12 a.C.) con anterioridad a su fallecimiento (en 12 a.C.). Originalmente era un puente de madera, y Agripa lo erigió para conectar sus inmensas propiedades a ambos lados del Tíber: una impresionante villa en el Trastévere, en terrenos que hoy ocupa la moderna “Villa Farnesina” (Via della Lungara, 230), y el inmenso complejo termal que edificó en el Campo de Marte.
Su existencia está atestiguada por una inscripción hallada en 1887 en vía Giulia, que refiere obras de restauración en él en época de Tiberio (14-37 d.C.). Sin embargo, durante muchos años se lo situó a unos 160 m. aguas arriba del Puente Sisto. Allí se localizaron restos de varios pilares sobre el lecho del río, y se consideró que ese era el emplazamiento del desaparecido Puente de Agripa. Sin embargo, resultaron ser parte del sistema defensivo de época imperial tardía: una barrera de sujeción de cadenas para blindar el río y evitar el acceso al enemigo. Algo que ya recogían las fuentes históricas, entre otras, las referidas a las guerras góticas (entre 535-554 d.C.).
La duda quedó finalmente resuelta en 1887, cuando el arqueólogo italiano Luigi Borsari localizó, bajo el Puente Sisto, varios fragmentos (datados hacia el 40 d.C.) que hacían referencia al Puente de Agripa. También se hallaron entonces restos pétreos de lo que pudo ser una antigua escala graduada (inversamente numerada). Con ella los antiguos romanos apreciaban el aumento de nivel de las aguas y podían determinar cuánto faltaba para alcanzar el nivel de guardia. Todo ello concluyó en que ambos puentes se ubicaron en el mismo emplazamiento.
En 1938 se halló un fragmento de los Fasti Ostiensi (calendario de Ostia), que ha permitido identificarlo con el Puente de Antonino. En él se registran las restauraciones efectuadas en 147 d.C. por Antonino Pío (86-161) en el ya vetusto Puente de Agripa, que fue prácticamente reconstruido. De ahí que a partir de entonces fuese conocido con este nuevo nombre.
Más tarde las fuentes antiguas se refieren a él como Puente Aurelio. Quizá aludiendo al verdadero nombre de Antonino Pío (emperador del 138 al 161) antes de ser adoptado por Adriano: Titus Aurelius Fulvus Boionius Arrius Antoninus.
Otros sostienen que fue llamado así tras una supuesta restauración realizada en 215 por Caracalla (emperador del 211 al 217). Y por él (Caracalla se llamaba Marcus Aurelius Severus Antoninus) se renombró así.
No obstante, es más que posible que tomase ese nombre por ser el puente que llevaba a Puerta Aurelia (la actual Porta di San Pancrazio), en lo alto del Janículo. Ésta formaba parte de la extensa muralla defensiva construida por Aureliano (Lucius Domitius Aurelianus, emperador del 270 al 275), y era el punto de inicio de la vía Aurelia.
Por su estratégica posición también aparece nombrado como Ponte Janicularis o Ponte Gianicolense, pues conducía hasta el monte Janículo (o Gianicolo).
Más tarde se le llamó Pons Valentiniani (Ponte di Valentiniano) por la restauración que acometiera en él Valentiniano I (Flavius Valentinianus, emperador romano de Occidente del 364 a 375). La restauración fue efectuada entre 366 y 367 por el entonces praefectus urbis (prefecto de la ciudad) Lucio Aurelio Avianio Simmaco. Entonces se erigió un gran Arco Triunfal en su entrada (por el margen izquierdo del Tíber), decorado con grandes estatuas de bronce, que lo coronaban. Restos de estas estructuras (arcos, balaustradas, inscripciones dedicatorias, e incluso las estatuas de bronce) fueron recuperadas del río entre 1878 y 1892. Hoy se conservan en el Museo Nacional Romano.
En noviembre del año 589 resultó gravemente dañado tras el desastroso desbordamiento del Tíber. Y, aunque resistió, sucumbió totalmente en 791, llevado por el ímpetu de las aguas, que llegaron a cubrir las murallas de la ciudad. Desde entonces permaneció abandonado, y durante siglos fue conocido como “Puente Ruptus”, “Tremulus” o “Fractus”.
Hasta la construcción del Puente Sisto se tuvieron que usar barcazas para trasladarse de un lado a otro del Tíber. Éstas, guiadas por un cable tendido entre ambas orillas, conectaban las playas de “Arenula” (en la margen izquierda) con la “Renella” (en la derecha).
El Puente Sisto (1473-1479) fue el primer puente construido en Roma en época moderna. Entonces tan sólo existían en funcionamiento los puentes de la isla Tiberina (Fabricio y Cestio) y el de Sant’Angelo.
Se le nombró también como Pons in Onda (Puente en Onda), por su proximidad a la iglesia de “San Salvatore in Onda” (Via dei Pettinari, 56-58). En ese convento residió Sixto IV antes de acceder al Pontificado, y se cuenta que allí ideó la reconstrucción del ruinoso Puente de Agripa. Al parecer le resultaba incómodo llegar al Vaticano por el Puente Sant’Angelo, prometiéndose a sí mismo que si alcanzaba el pontificado reconstruiría el puente, que quedaba justo frente a su residencia. Un relato anecdótico, pero sin duda infundado, pues siendo Papa ya no precisaría puente alguno para trasladarse al Vaticano.
E incluso se llamó “Puente de las Prostitutas”, por la contribución de estas “cortesanas” a sufragar su construcción. Las crónicas de la época (siglos XV y XVI) refieren que Roma superaba entonces ligeramente los 50.000 habitantes. De ellos, unas 5.000 eran prostitutas, consideradas “mujeres de la curia” por estar obligadas a inscribirse regularmente en los Registros eclesiásticos. Eran los propios Tribunales eclesiásticos quienes otorgaban las licencias a los burdeles de la ciudad y, como del resto de trabajadores, de ellos también recaudaban sus impuestos. Así lo refleja el aventurero y polígrafo milanés Gregorio Leti (1630-1701) en su obra “Il puttanismo Roman” (“El putanismo romano”, 1668), Y cuentan que Sixto IV “toleró” (cuando no “potenció”) su presencia en Roma, para así poder costear cuantas obras realizó, entre ellas la que nos ocupa.
Con todo, el Puente Sisto no resultó todo lo sólido y estable que pudiera desearse. Desde 1564 hay constancia de insistentes requerimientos al Municipio (Ayuntamiento) para su restauración, pues amenazaba ruina. Finalmente hubo de ser el propio Pío IV (Giovanni Angelo de Medici, Papa de 1559 a 1565) quien lo restaurase, en 1567.
La inundación de 1598 también lo dañó seriamente, siendo restaurado el siguiente año por Clemente VIII (Ippolito Aldobrandini, Papa de 1592 a 1605). Entonces se renovaron el pavimento y el travertino de los parapetos.
Entre 1608 y 1614, Pablo V (Camillo Borghese, Papa de 1605 a 1621) acometió obras hidráulicas en el puente para abastecer el Campo de Marte. Desde entonces, bajo él discurren ocho grandes tuberías del acueducto Aqua Paola (el antiguo Aqua Traiana).
Tras la gran inundación de 1870 se consideró su demolición. Sin embargo, en 1877 se decidió su ampliación (11 m. de ancho), colocándole aceras suspendidas de hierro fundido y nuevos parapetos reforzados. Pero la ampliación de este monumento histórico resultó muy controvertida, generando grandes críticas. En consecuencia, de cara al Jubileo del año 2000 se eliminaron estos añadidos, devolviéndole su medieval aspecto renacentista.
Hoy podemos disfrutarlo plenamente, pues el Puente Sisto es exclusivamente peatonal. Está hecho a base bloques de mampostería de toba, cementados con puzzolana, y revestido exteriormente con mármol travertino. Mide 108 m. de largo y 6’40 m. de ancho, y descansa sobre cuatro grandes arcadas (levemente rebajadas las de los extremos), sustentadas por cinco sólidos pilares. Cada pilar está rematado en su base por espolones ojivales, enfrentados a la corriente para contrarrestar su empuje. El pilar central cuenta con un gran “occhialone” circular, coronado con el escudo de armas de su promotor (Sixto IV). Pero este gran “óculo” no es tan sólo un mero elemento decorativo. Además de reducir la presión sobre los cimientos, sirve para alertar del riesgo de inundaciones y facilitar el drenaje de las aguas.
No está de más divulgar la esencia romana que hemos heredado, sobre todo los puentes:
“Testigos para la posteridad del espíritu de un pueblo”.
Y aunque algunos se hayan convertido en “tesoros” del Tíber, los que perduran muestran esa sublime y continua evolución que conjuga “arte” y “técnica”. Todo un legado romano a nuestro alcance, y que podemos contemplar y disfrutar en la Infinita Roma.