PUENTE FABRICIO
ROMA ARCAICA

PUENTE FABRICIO

El Puente Fabricio (llamado Pons Fabricius en latín) es el puente más antiguo de Roma en funcionamiento, y ha conservado su primitiva estructura durante más de 2.000 años.

Aunque hay otros puentes más antiguos, o ya no existen, como el “Sublicio (el actual nada tiene que ver con el anterior); o no funcionan, como el “Emilio” (Ponte Rotto); o han sido prácticamente reconstruidos, como el Milvio.

Se halla emplazado próximo al lugar donde estuvo el primer puerto fluvial de Roma, el Puerto Tiberino, justo donde surgió el primitivo asentamiento romano.

El puente actual se construyó en el año 62 a.C., y reemplazó al puente de madera preexistente que, destruido por un incendio, unía el Foro Boario, en la orilla izquierda del Tíber, con la isla Tiberina. De éste consta que ya estaba en uso en 192 a.C., y posiblemente se construyera para facilitar el acceso al Templo de Esculapio, edificado en la isla Tiberina entre 289 y 291 a.C.

 

puente fabricio

 

Debe su nombre a Lucio Fabricio, el magistrado encargado de su construcción (Curator Viarum). Así consta inscrito en los bloques de travertino de cada uno de los dos arcos principales, en ambos lados del puente:

 

“L(UCIUS) FABRICIUS C(AIO) F(ILIUS) CUR(ATOR) VIAR(UM) FACIUNDUM COERAVIT”

(LUCIO FABRICIO, HIJO DE GAYO, SUPERINTENDENTE DE LAS VÍAS, SE HIZO CARGO Y ASIMISMO APROBÓ SU CONSTRUCCIÓN).

 

En el pilar central está grabado:

 

“IDEM QUE PROBAVIT” (HECHO IGUAL)

 

 

Una gran inundación acaecida en 23 a.C. (que destruyó completamente el cercano Puente Sublicio), causó graves daños al Puente Fabricio. Pero sorprendentemente resistió, si bien tuvo que ser restaurado posteriormente. De ello se encargaron, en 21 a.C., los cónsules Quinto Lépido y Marco Lollio. Así figura epigrafiado (con letras menores) bajo las inscripciones dedicatorias:

 

“Q(UINTUS) LEPIDUS M(ARCIII) F(ILIUS) M(ARCO) LOLLIUS M(ARCIII) F(ILIUS) CO(N)S(ULES) EX S(ENATUS) C(ONSULTO) PROBAVERUNT”

(QUINTO LÉPIDO, HIJO DE MARCO, Y MARCO LOLLIO, HIJO DE MARCO, CÓNSULES, APROBARON ESTO POR DECRETO DEL SENADO)

 

A lo largo de los siglos, aunque ha mantenido su nombre inicial, también ha recibido otras denominaciones. Así, el poeta latino Horacio (Quintus Horatium Flaccus, 65-8 a.C.) se refería a él en una de sus sátiras como el “puente suicida”. Al parecer era el preferido por quienes deseaban acabar con su vida arrojándose desde él al Tíber. Quizá esta práctica hizo que por entonces se le conociera como «Pons Tarpeius» (Puente Tarpeyo). O quizá fuese así llamado por su proximidad a la misma Roca Tarpeya (en el cercano Campidoglio).

En el siglo XVI también se le conoció como Ponte Judeorum (Puente de los Judíos). Se le llamó así por ser el utilizado por miles de judíos para cruzar el Tíber y dirigirse al nuevo “barrio judío” de Roma. Recordemos que el “Gueto de Roma” había sido creado en 1555 por Pablo IV (Gian Pietro Carafa, Papa de 1555-1559) con el fin de tener focalizada y controlada a esta población. Obligados a vivir en él, cientos de judíos tuvieron que abandonar el Trastévere (y otras ciudades de los Estados Pontificios) para confinarse en el Gueto de Roma.

Más tarde se le llamó Ponte di Quattro Capi» (Puente de las Cuatro Cabezas) por cuatro antiguas estelas (griegas, del siglo IV a.C.) que lo decoran.

 

 

Dos de ellas ya no embellecen el puente. Una acompaña hoy el cercano monumento al poeta Gioacchino Belli (Piazza Giuseppe Gioacchino Belli), y la otra está desaparecida. Las otras dos se encuentran al comienzo del puente, insertadas en cada una de las balaustradas laterales. Su presencia y significado no está nada claro:

 

  • Según una leyenda urbana (sin fundamento), son una representación de los cuatro arquitectos que intervinieron en la restauración que les encomendara Sixto V (Felice Peretti, Papa de 1585 a 1590). Pero tras finalizar las obras, por sus continuas disputas y desavenencias durante el proyecto, el Papa los decapitó. Y, como advertencia popular, hizo erigir sus efigies sobre el puente.

 

  • Para otros son una alegoría del dios romano Jano (Ianus). En la antigua Roma, Jano era el dios de las puertas (porches=iani), de los umbrales, así como de los comienzos y de los finales. Como tal, vigilaba hacia adentro y hacia afuera, y su presencia alude a las vicisitudes de la vida. Por ello se le representaba con dos caras (Jano bifronte):

 

    • una encarnando lo positivo, la decisión acertada.
    • la otra aludiendo al error, la opción incorrecta.

Y esta representación de “Jano cuadrifronte” evidenciaría que el dios, además, velaba también por el río (en ambas direcciones).

 

  • Sin embargo, todo apunta a que se trate de herma (o hermes). Así llamaron los antiguos griegos a los pilares (cuadrangulares, piramidales o truncados) coronados por una cabeza humana barbuda. Generalmente representaban a Hermes, el dios mensajero griego, protector de las fronteras y de los viajeros que las cruzan. Con esa función solían colocarse como mojones a lo largo de las calles, en los cruces, en las fronteras, etc. Los romanos asimilaron esta costumbre (Hermes fue el Mercurio romano), y con el tiempo llegaron a representar otras divinidades, e incluso personajes ilustres.

 

Es más, así denominamos actualmente cualquier escultura de pilar que, con sólo una parte del torso (sin brazos), represente una cabeza humana.

Sea como fuere, estas herma posiblemente sostuvieron las barandillas originales de bronce del puente, que encajaban en sus ranuras laterales. En 1679 Inocencio XI (Benedetto Odescalchi, Papa de 1676 a 1689) realizó obras de refuerzo en el puente para consolidarlo, reemplazando el recubrimiento de travertino por otro de ladrillo. Y así lo hizo reflejar en otra inscripción en la cabecera del puente (hacia la isla Tiberina). Y, tras pavimentarlo, se reemplazó la balaustrada por el actual parapeto de ladrillo, dejando estas dos herma incrustadas en él.

Las fuerzas de la naturaleza, unidas a la adversa meteorología y el propio transcurrir del tiempo, son obstáculos impredecibles que el hombre siempre ha pretendido vencer y controlar. Si por algo se caracterizan las antiguas construcciones romanas es por ser obras bien ejecutadas, ajustadas al fin propuesto y de impecable factura: proporcionadas, sólidas, resistentes y estables.

Prueba de ello es este Puente Fabricio, cuya estructura conocemos gracias a los trabajos, entre otros, del arquitecto, arqueólogo y afamado grabador italiano Piranesi (“Antiguedades Romanas”, 1756).

 

puente fabricio piranesi

 

El puente mide 62 m. de longitud y 5’5 m. de ancho, y originalmente estaba revestido con mármol travertino y provisto de una barandilla de bronce. Su estructura descansa sobre un sólido pilar central, ojival para diluir la fuerza de la corriente. La arcada que en él se abre, de 6 m. de ancho, además de reducir la presión sobre los cimientos, facilita el drenaje durante las inundaciones. Lo flanquean dos arcos, cuya gran amplitud (24’5 m. de luz) facilita la navegación. Además, estos arcos se fusionan bajo el nivel del agua formando círculos completos, con lo que aumenta su estabilidad: descargan el pilar central distribuyendo el peso hacia el fondo del cauce.

Las rampas de acceso dispuestas en cada extremo del puente eran sustentadas por otro arco más pequeño (de 3’5 m. de ancho). Hoy, tras la construcción de los muros de contención del Tíber (entre 1876-1926), han desaparecido bajo las edificaciones. Tan sólo se conserva algún resto visible en las bodegas del actual restaurante Trattoría Sora Lella y en el antiguo café de la isla Tiberina.

Los pilares, así como las vigas de los arcos, están hechos con  bloques de peperino: una oscura y consistente toba volcánica,  muy resistente (“a prueba de fuego”, decían). Los dos grandes arcos se realizaron con un núcleo de hormigón, conocido como opus caementicium: un mortero elaborado a base de cal y cenizas volcánicas.

El empleo de materiales específicos y la técnica constructiva que emplearon los antiguos romanos se evidencia en obras como ésta. Tras más de 2.000 años en funcionamiento, el Puente Fabricio, aunque hoy de uso exclusivo peatonal, es fiel reflejo de la perdurabilidad de sus obras y de su integración en el espacio ambiental. Algo que aún no hemos sido capaces de superar, pero que podemos disfrutar en la Infinita Roma.

 

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