ROMA Y EL CALENDARIO
En la antigua Roma, el término calendario hacía referencia al “Libro de Cuentas” en el que los banqueros registraban los intereses de las cantidades prestadas, que se devengaban el primer día de cada mes. Y de ese primer día del mes, que los romanos llamaban Calendas (calendae), tomó nombre (del latín calendarium). Luego el término se aplicó a la distribución o asignación de los días del año.
Lamentablemente, tan sólo han llegado hasta nosotros unos 30 calendarios latinos. Y la mayoría, al estar grabados en losas de mármol, están muy fragmentados. Pese a ello, su evolución y su historia han llegado hasta nosotros: un legado más a tener presente.
El origen del calendario romano se atribuye al primer rey de Roma, Rómulo (753-717 a.C.). Era un calendario lunar, pues este visible planeta (que hoy sabemos es satélite), era fácil de utilizar para medir el tiempo.
Además, los ciclos de la Luna se prestaban a una misteriosa correspondencia con el ciclo menstrual de las mujeres. Recordemos que el mes lunar (el tiempo que tarda la Luna en ocupar la misma posición en el Cielo) es poco menos de 28 días, y una mujer embarazada podía esperar el nacimiento de su hijo cuando hubiesen transcurrido unos diez meses lunares. Quizá por ello Rómulo decidió establecer un calendario de 10 meses.
EL CALENDARIO DE RÓMULO
El calendario que originalmente conformó Rómulo era un anuario de 10 meses: seis de 30 días y cuatro de 31, que hacían un total de 304 días. Los 61 días que faltaban (de diciembre a marzo) hasta completar los 365, no tenían nombre asignado: eran el invierno. Ello era debido a que originalmente la cultura romana era eminentemente agrícola y, al no haber cosechas, no había actividad alguna, ni siquiera militar.
Rómulo nombró cada mes (del latín, mensis) en función a la divinidad a la que fueron dedicados, o bien al orden que ocuparon:
MARTIUS (Marzo, 31 días).
Era el primer mes del calendario. Rómulo lo consagró a su progenitor Marte (Mars, dios de la guerra), y de él tomó esa denominación.
APRILIS (Abril, 30 días).
Estaba dedicado a la diosa latina Venus (esposa de Marte y protectora de Roma), la griega Afrodita, y de ella tomó el nombre.
Otros, por el contrario, refieren que Aprilis fue llamado así porque es en este mes cuando está en sazón la primavera, cuando “abre” (aperire=abrir) y brotan las yemas de las plantas, pues eso significa el término aprilis.
MAIUS (Mayo, 31 días).
Se llamó por estar consagrado a Maia (Maya), una arcaica divinidad griega de la primavera, hija de Atlante y madre de Hermes (el romano Mercurio).
Ahora bien, también tenía ese nombre una antigua divinidad latina que luego se identificó con Terra y Bona Dea. Estaba relacionada con el culto a Vulcano, a la que el flamen Volcanalis ofrecía un sacrificio cada 1 de mayo. Su culto pronto se asoció a la Maia griega, y pasó a Mercurio, a quien se realizaban ofrendas el 15 de mayo.
Con todo, la mayoría de autores antiguos sostienen que Maius recibió ese nombre porque se dedicó a los ancianos (que los antiguos romanos llamaban maiores).
IUNIUS (Junio, 30 días).
Consagrado a Juno (la griega Hera), esposa de Júpiter, reina del Cielo y diosa de la Luz.
Sin embargo, otros sostienen que por haberse dedicado mayo a los maiores, éste se consagró a los jóvenes (iunores), y por ello fue así nombrado. De todas formas, Juno también era la diosa protectora de los jóvenes, en particular, del momento en que adquieren su fuerza vital y fecundadora. Su nombre así lo designa: de jun-, juven-, provienen los nombres de la novilla (junix) y del novillo (juvencus), del hombre joven (juvenis) y de la juventud (juventus).
QUINTILIS (Julio, 31 días).
Se llamó así por ocupar el quinto lugar (quintus).
De todos modos, fue renombrado IULIUS (Julio) en 44 a.C., a propuesta de Marco Antonio: en reconocimiento al vencedor de Pompeyo, Julio César, quien precisamente había nacido ese mes (el día 12).
SEXTILIS (Agosto, 30 días).
Al ocupar el sexto lugar (sextus), originalmente tuvo este nombre.
Sin embargo, en 8 a.C. el Senado le otorgó el sobrenombre de AUGUSTUS (que derivó en Agosto), en honor del primer emperador de Roma, Augusto: pues en este mes había obtenido su primer consulado.
SEPTEMBER (Septiembre, 30 días).
Tomó este nombre por ocupar el séptimo lugar (septem) del calendario.
El emperador Domiciano (Tito Flavio Domiciano, emperador del 81 al 96), lo renombró GERMANICUS en su honor. Él mismo se había otorgado ese título tras sus campañas en la Germania Superior. Pero recuperó su anterior denominación tras fallecer el emperador.
OCTOBER (Octubre, 31 días).
Al ser el octavo mes (octo), así fue nombrado.
También Domiciano, en su honor, lo renombró DOMITIANUS. E igualmente, tras su asesinato, recuperó su denominación inicial.
NOVEMBER (Noviembre, 30 días).
Su nombre deriva de nueve (novem); y, al ser el noveno mes, de ahí el nombre.
DECEMBER (Diciembre, 31 días).
Era el décimo y último mes del calendario. Por ello, al ocupar el décimo lugar (decem), fue llamado así.
Sin embargo, el transcurrir de los años evidenció la falta de concordancia entre las fases de la luna y las estaciones del año: el desfase entre los ciclos lunar y solar generó que las estaciones no coincidiesen con los meses preestablecidos en el calendario. Y, al no poder regirse por él en sus cotidianas actividades, el sucesor de Rómulo decidió reformarlo.
LA REFORMA DE NUMA POMPILIO
Para tratar de ajustar ambos ciclos, lunar y solar, Numa Pompilio (reinó del 715 al 674 a.C.), acometió la reforma del calendario elaborado por su predecesor.
Su reforma consistió en un calendario luni-solar basado en 12 meses (añadió dos meses más). Y, siguiendo un ciclo bienal y cuadrienal, intercaló un mes adicional, de duración variable. Además, varió la duración de los meses de 30 días, pues, por superstición, consideraba nefastos los números pares.
En concreto, los meses instaurados por Numa fueron:
IANUARIUS (Enero, 29 días).
Está dedicado al dios Jano (Ianus). Su nombre derivó del latín Ianuarius, y de éste al tardío Enuarius, llegando al español como Janeiro y Janero, que acabó derivando en Enero.
En la mitología romana, Jano (Ianus) era el dios de las puertas, de los comienzos y de los finales, y por eso le fue consagrado el primer mes del año: el primer día de enero, Jano era invocado en primer lugar y Vesta en el último. Por ello pasó a ocupar el primer lugar en el calendario romano.
Según Plutarco, a Marzo, por llevar el nombre de Marte, le quitó el lugar preferente del calendario, otorgándoselo a Enero: como queriendo Numa, en todo, dar más valor que a la capacidad militar a la política.
FEBRUARIUS (Febrero, 28 días).
Estaba dedicado al dios Plutón (el griego Hades), dios del inframundo y de los muertos. Era el dios romano más temido y respetado, pues todo ser vivo terminaba en sus dominios: nunca nadie se reveló contra él.
Febrero toma nombre del latín februus (purificar), pues estaba destinado a la purificación de los romanos: en este mes se hacían sacrificios a los muertos (en las Parentalia, o “Fiestas de los difuntos”, del 13 al 21) y se celebraban las Lupercalia, cuyas ceremonias expiatorias eran auténticos rituales de purificación.
Entre los antiguos romanos, februa era también una referencia a las sombras de los antepasados. Además, Ovidio añade (“Fastos”, Libro I) que los padres romanos también llamaron februa a los instrumentos de purificación:
“los pontífices piden al rey y al flamen unas lanas que la lengua de los antiguos tenían el nombre de februa, y las tartas tostadas y la sal que coge el lictor (en realidad, el everratior, heredero o pariente que se encargaba de limpiar la casa tras sacar de ella al difunto) para purificar las casas cuando se las barre se llaman igual. El mismo nombre tenía la rama que, cortada del árbol, cubre con hojas puras las castas sienes de los sacerdotes… En fin, todo aquello con que purificamos nuestros cuerpos tenía este nombre entre nuestros intonsos abuelos… quienes creían que las purificaciones podían eliminar todo sacrilegio y toda causa del mal. Grecia dio origen a esta costumbre, pensando que los pecadores, al purificarse, lavan sus hechos sacrílegos”.
MERCEDONIUS (Mercedonio, 27-28 días).
Su nombre, relacionado con el pago (deriva del latín merces-edis=mercedes), pues en él se pagaba a la servidumbre. Numa Pompilio intercaló este mes extra (cada dos y cuatro años), e inmediatamente después del 23 de febrero. Ello con el fin de ajustar el calendario lunar al ciclo tropical, vinculando así el calendario al año solar.
También se llamó, por ello, INTERCALARIS (derivado del latín intercalarius=intercalar). En la práctica supuso agregar, cada dos años, 22 días adicionales; y cada cuatro años, 23 días más.
Con esta reforma, el año romano quedó establecido en siete meses de 29 días, cuatro de 31 días (marzo, mayo, julio y octubre), y uno de 28 (febrero), que hacían un total de 355 días. Y con la adición del mes Mercedonius el calendario se completaba hasta los 365,25 días.
Aún con estas reformas, el año romano continuó iniciándose el 1 de Marzo. En cambio, en 153 a.C. el principio del año se fijó en el día 1 de enero. Ello vino provocado por las lejanas campañas (en Hispania) en que se vieron inmersos entonces los romanos: fue preciso adelantar dos meses el nombramiento de los cónsules para que pudiesen, tras el asueto invernal, trasladarse e iniciar sus actividades militares.
Este calendario reformado por Numa Pompilio perduró durante casi siete siglos. No obstante, la irregular duración de los meses desconectaba el calendario del ciclo lunar. Además, al oscilar en su duración, acarreó numerosas confusiones que los Pontífices, en su facultad de intercalar, intentaron corregir, muchas veces de forma arbitraria, movidos por intereses políticos y económicos. Y ese proceder provocó abusos y errores que se tradujeron en un retraso de más de dos meses con respecto al ciclo real de las estaciones. Así lo reflejó Suetonio en su obra “Libro de los doce Césares” (Libro I): “ni las fiestas de la siega coincidían con el verano, ni las de la vendimia con el otoño”.
En vista de ello, en 46 a.C. Julio César elaboró un nuevo calendario, por él conocido como “Calendario Juliano”.
EL CALENDARIO JULIANO
Julio César, en su calidad de Pontífice Máximo (lo era desde 63 a.C.), acometió la reforma del calendario, tratando de ajustarlo a los ciclos solares.
Asesorado por el astrónomo egipcio Sosígenes de Alejandría, Julio César configuró un calendario anual de 365 días que, con la simple adición de un día cada cuatro años, se ajustaba al ciclo solar. Y, pese a existir un desfase, éste era prácticamente imperceptible: tan sólo se retrasaba 11 minutos y 14 segundos al año.
También suprimió los años intercalares, erradicando el año lunar del calendario. Para ello, ajustó la duración de los 12 meses preexistentes a una duración variable, pero fija:
- 7 meses de 31 días (enero, marzo, mayo, julio, agosto, octubre y diciembre).
- 4 meses de 30 días (abril, junio, septiembre y noviembre), desterrando la superstición a los números pares impuesta por Numa Pompilio.
- Y 1 mes (febrero), que se mantuvo con los 28 días iniciales.
Ello daba un cómputo anual de 365 días, por lo que, para ajustarlo al año solar (365 días y unas 6 horas), decidió añadir un día a mayores cada cuatro años. Y dispuso que ese día se intercalase entre el 24 y el 25 de febrero. Por ello, a ese día intercalado se le llamó “bis sextus”: pues el 24 de febrero era el “sexto día” antes de las calendas de marzo (bis-sexto die ante calendas martias). De aquí procede la denominación con que hoy conocemos al año bisiesto.
No obstante, con el transcurrir de los años ese día se postergó al final del mes (febrero siempre tiene 28 días, excepto los años bisiestos, en que se le añade uno más, pasando a tener 29).
Pero para corregir los errores acumulados y ajustar las reformas efectuadas, al año en que se instauró la reforma juliana (46 a.C.) se le agregaron 85 días. Así, el año 46 a.C. llegó tener ¡450 días! Fue un año caótico para Roma; tanto, que pasó a la Historia como el “Año de la confusión”.
Y, pese a no ser perfecto, el calendario que Julio César nos legó rigió, durante más de 16 siglos, los destinos de Occidente.
No obstante, conviene tener presente que el año romano aparece referenciado en los calendarios de tres modos diferentes:
- “Ab urbe condita” (a.U.c.): esto es, desde la fundación de Roma (en 753 a.C.).
- Desde la instauración de la República (en 509 a.C.), en que los reyes fueron expulsados (post reges exactos).
- Por el nombre de los Cónsules que, cada año, ocupaban esa magistratura, que dieron nombre a los Fasti consolari (Fastos Consulares).
Ahora bien, en 525 d.C. acaeció un hecho trascendental: el monje y matemático escita Dionisio el Exiguo (Dionysius Exiguus = “Dionisio el Enano”) determinó que Jesucristo había nacido el 25 de diciembre del año 753 después de la fundación de Roma. Y propuso, a partir de esa fecha, los años fuesen llamados Año del Señor (Anno Domini): así, el 754 después de la fundación de Roma pasó a ser el año 1 de la Era Cristiana.
Dionisio no consideró en sus cálculos el año “cero”, pues ese concepto se ignoraba hasta que fue introducido muy posteriormente por los árabes. Y, pese a que sus cálculos fueron erróneos (al parecer el nacimiento de Jesucristo acaeció en 4 a.C.), desde entonces ese Anno Domini rige nuestro cómputo anual occidental: en la grafía aparece como A.D., en correspondencia con la habitual d.C. (después del nacimiento de Cristo).
LA SEMANA ROMANA
La semana hace referencia, en su propia denominación, al período cronológico de siete días en que se subdividió el mes lunar. Toma su nombre del latín tardío Septimana (Septimanus=“siete en número”, y éste de «séptimo»=septĭmus).
Originalmente, la primitiva semana romana era de ocho días completos: el noveno día (dies nundinarum) era día de Mercado. En él se suspendían todas las ocupaciones ordinarias, pues era día de feria y estaba destinado al intercambio de mercaderías entre el campo y la ciudad. De ahí que primeramente se denominase nundinae, en referencia al intervalo de nueve días que transcurrían entre mercado y mercado (nundinum). En los antiguos calendarios romanos esos días eran referenciados con las primeras ocho letras del alfabeto latino (de la A a la H), conocidas como nundinales.
Se ignora porqué los antiguos romanos fijaron inicialmente una semana de ocho días. Y se desconocen los motivos y cuándo cambiaron finalmente a una de siete. Quizá se introdujera junto con otras prácticas propias de pueblos y cultos orientales con los que Roma tuvo contacto posteriormente. Lo que sí se sabe es que a principios del siglo III d.C. los romanos ya convivían con una semana de siete días.
Según Dión Casio, sus nombres provienen de los dioses a los que fueron consagrados los siete planetas (entonces conocidos) que orbitaban el cielo romano. Es más, cada primera hora de cada día, según sus astrólogos, estaba influenciada por el planeta correspondiente: las horas siguientes se hallaban, asimismo, bajo el influjo del planeta que le seguía, en un ciclo permanente. Así denominaron sus días (dies):
Lunae (Lunes).
Asociado al planeta Luna (hoy satélite), era, originariamente, el primer día de la semana romana. Estaba consagrado a la diosa griega Selene, mítica personificación de la Luna (Lunae), y por ella así fue llamado.
Martis (Martes).
Asociado al planeta Marte. Toma su nombre del dios de la guerra, Marte (Martis), a quien estaba dedicado.
Mercurii (Miércoles).
Asociado al planeta Mercurio. Estaba consagrado al dios del comercio, Mercurio (Mercurii, el Hermes griego), de quien tomó el nombre.
Iovis (Jueves).
Asociado al planeta Júpiter, el más grande de los planetas del Sistema Solar. Estaba consagrado al dios supremo de la mitología romana, Júpiter (Iovis, el griego Zeus), y por él fue así llamado.
Veneris (Viernes).
Asociado al planeta Venus. Debe su nombre a la diosa del amor, de la belleza y de la fertilidad, Venus (Veneris, la griega Afrodita), a quien estaba dedicado.
Saturni (Sábado).
Asociado al planeta Saturno, cuya influencia se consideró negativa para el hombre. Estaba consagrado a Saturno (Saturni, el griego Cronos), dios de la agricultura y las cosechas.
Para los judíos la semana empieza en sábado (Shabbat), denominación que proviene del nombre del planeta Saturno en hebreo, Shabbetai, como se puede ver en el Talmud de Babilonia.
Solis (Domingo).
Asociado al planeta Sol (hoy astro). Estaba dedicado a Apolo (el griego Helios), dios del Sol, y de ahí le viene el nombre.
A finales del siglo III se produjo un sincretismo entre la religión mitraica y ciertos cultos solares de procedencia oriental. Como consecuencia de ello, la nueva religión del Sol Invictus fue establecida en el año 274 como oficial en el Imperio por el emperador Aureliano.
Los adeptos de Mitra también sacralizaban este día (dies Solis) y, pese a la llegada del cristianismo, sus ritos coexistieron en el Imperio.
No obstante, en tiempos de Constantino (306-337) este día se estableció como festivo para todo el Imperio: para los paganos, en honor al dios Sol Invictus (dies Sol Invictus); para los cristianos, como Día del Señor (dies Dominica), en honor a Jesucristo, pues en ese día resucitó.
Los cristianos cambiaron el sábado, que también era el día tradicional de guardar judío (sabbath), por considerarlo pagano y funesto. En su lugar, eligieron el día del Sol para su liturgia. Y lo justificaron, según explicó el padre de la Iglesia san Justino Mártir al emperador Antonino Pío y a sus hijos, así:
“Es en el día que llaman del Sol cuando todos los que moran en la ciudad o en el campo se juntan… y nosotros nos reunimos en el día del Sol porque es el primer día de la creación, cuando Dios hizo de la oscuridad y la materia informe el mundo, y también es el día en que Jesucristo, nuestro salvador, se alzó de entre los muertos. Porque ellos lo crucificaron el día anterior al día de Saturno, y el día después del día de Saturno, que es el día del Sol, Él se presentó ante sus apóstoles y discípulos y les habló”.
Con el tiempo, la original denominación pagana dies Solis desapareció: se impuso el dies Dominica, denominación que acabó derivando en Domingo, y que aún perdura en nuestros días.
LOS DÍAS DE LA SEMANA ROMANA
Los romanos se rigieron inicialmente por el calendario lunar; esto es, por la lunación (del latín tardío lunatio/-onis, derivado de “luna”). Es el tiempo entre dos conjunciones sucesivas de la Luna (Llena o Nueva) con el Sol, unos 29’5 días. Hoy sabemos que son exactamente 29 d., 12 h., 44’ y 2,8’’, dividido en cuatro partes casi exactamente iguales, a las que llamamos “fases”: Luna Nueva, Cuarto Creciente, Luna Llena, y Cuarto Menguante.
Los tres días-base que utilizaron los antiguos romanos para indicar las fechas del mes son:
- CALENDAS. Es referido a la Luna Nueva, y es el día 1 de todos los meses. Las calendas estaban consagradas a la diosa Juno (la griega Hera), reina del cielo y diosa de la luz: en particular, a Juno Lucina, como protectora de la maternidad y de los nacimientos.
- NONAS. Su nombre hace referencia a las nonae (9 días antes de la Luna Llena). Es el día 5 de todos los meses, excepto para los de 31 días (marzo, mayo, julio y octubre), que cae en el día 7.
- IDUS. Referido a la Luna Llena, divide el mes en dos partes casi iguales. Es el día 13 de todos los meses, excepto, al igual que en las nonas, para los que tienen 31 días, que entonces cae en el 15.
Como curiosidad, Julio César, pese a los presagios adversos, se empeñó en ir al Senado en los idus de marzo del año 44 a.C. Tras su asesinato, el mundo romano utilizó mucho la expresión “cuídate de los idus de marzo”, como advertencia para prevenir y evitar, en la medida de lo posible, un desastre que ya está predicho.
Para indicar los días anteriores y posteriores a esos días-base, los antiguos romanos utilizaban, respectivamente, los términos pridie y postridie. Los comprendidos entre dos fechas fijas eran indicados con la expresión ante diem, seguida del ordinal correspondiente al siguiente día-base (sin olvidar el original cómputo inclusivo romano).
LA NATURALEZA DE LOS DÍAS
Fue el segundo rey de Roma, Numa Pompilio, quien reguló la vida religiosa de la antigua Roma. Según la tradición, lo hizo siguiendo las instrucciones que –según decía- cada noche le dictaba una ninfa (Egeria) llegada desde el Olimpo. Y, al reformar el calendario, diferenció los días según las actividades prescritas a cada uno.
Esta facultad fue posteriormente transferida a los Pontífices, quienes, cada año, eran los encargados de señalar el carácter de cada día. Y ello según considerasen que iban a ser propicios a los dioses, o no. En el calendario se referenciaban con una notae dierum, una inicial, o acrónimo, que así lo identificaba:
(F) – Fastos (dies Fasti).
Su nombre proviene del latín Fastus (derivado de fas=”hablar”), que indica que era un día en que se podía “hablar”. Eran días en los que no había ningún impedimento religioso para realizar negocios, permitiéndose cualquier actividad, económica o social. Pero, sobre todo, eran días propicios para administrar justicia: los magistrados podían pronunciar las fórmulas legales y dictar sentencias judiciales solemnes sin ofender a la religión.
(C) – Comiciales (dies Comitialis).
Toman su nombre por estar reservados a los comicios (del latín comitialis). Eran días apropiados o convenientes para celebrar reuniones, comisiones o asambleas. Se consideraban días Fastos, y no impedían otras actividades.
(N) – Nefastos (dies Nefastus).
En contraposición a los dies Fasti, eran días dedicados a los Dioses, en los que se suspendían todas las actividades públicas, excepto las religiosas. En particular, eran inhábiles para administrar justicia, pues no se podían pronunciar ninguna de las tres palabras con las que los magistrados solían administrarla. Esto es: “do”, “dico”, “addico” (entrego, asigno, atribuyo).
Entre los nefastos, se incluyeron los NP (Nefastus Parte o Nefastus Principio). Eran días que, siendo Nefastos al principio, podían pasar a ser Fastos tras concluirse algún acto o rito religioso, generalmente sacrificios. Sólo algunos magistrados, por lo general los Pretores, ostentaban esta capacidad.
También existieron días mixtos (intercisi), que fueron conocidos como dies:
- Endotercisi (EN). Eran días mixtos (8 en total), considerados Nefastos en parte, a excepción del tiempo entre las dos fases del sacrificio: la matanza de la víctima en la mañana y la ofrenda de las vísceras por la tarde.
- Fissi. Eran días “divididos” (3 a lo largo del año). Se consideraban Nefastos hasta el momento de realizarse un determinado acto religioso, a partir del cual el día pasaba a ser Fasto. Se indicaban con los acrónimos siguientes:
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- QRCF. Tenía dos significados: “QVANDO REX COMITAVIT, FAS” (CUANDO EL REY ASISTE A LA ASAMBLEA, FASTO), o “QVANDO REX COMITIO FVGERIT (FAS)” (CUANDO EL REY HAYA ABANDONADO LA ASAMBLEA, FASTO). Eran los días 24 de marzo y 24 de mayo.
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- QSTDF.- Literalmente: “QVANDO STERCVS DELATVM, FAS” (CUANDO LA BASURA HAYA SIDO SACADA, FASTO). El día referido era el 15 de junio, en alusión a la limpieza ritual que las Vírgenes Vestales debían hacer ese día del Templo de Vesta.
Por otra parte, también existieron días que se consideraban “días de mala suerte”, predestinados al fracaso. Se conocieron como dies Atri (días negros, u oscuros), y estaban conformados por dos subcategorías:
Dies Postriduani:
Aunque mayormente eran considerados días Fastos, los malos augurios recomendaban evitar cualquier actividad privada. Lo fueron todos los días inmediatos siguientes a las Calendas, Nonas e Idus de cada mes. Además:
- Salvo casos de urgencia, no se consideraban propicios para ninguna actividad; en especial: encender fuego, emprender negocios, iniciar viajes, etc.
- En los templos, el culto público estaba explícitamente prohibido. Y estaban vedados todos los sacrificios, incluidos los privados.
- Por lo general se consagraban al recuerdo de los difuntos, y no debían pronunciarse el nombre de ciertos dioses (incluidos Júpiter y Jano). Lo eran los días: del 13 al 21 de febrero; 1 y 15 de marzo; 9, 11 y 13 de mayo.
- Los días dedicados a los dioses del inframundo (Plutón, Ceres y Proserpina): 24 de agosto, 5 de octubre y 8 de noviembre.
- El día en que Roma quedaba desprotegida por sacarse los escudos (ancilia) en procesión: el 1 de marzo.
Dies Vitiosi:
Estos días, al haber acaecido en ellos algún desastre para Roma, fueron considerados de “mala suerte”. Eran fechas concretas que decretaba el Senado mediante un senatusconsultum. Por ejemplo:
- el 18 de julio, en el aniversario de la derrota en el río Alia (dies Alliensis, en 387 ó 390 a.C.), que propició el posterior saqueo de Roma por los galos comandados por Breno.
- El 2 de agosto, cuando el cartaginés Aníbal derrotó al ejército romano en la inmemorable Batalla de Cannas (en 216 a.C., ó 538 a.U.c.).
Había también días que reaparecían cada período de nueve: son las Feriae Nundinae (días de Mercado), que en nuestro cómputo acaecían cada ocho días. Otras festividades no eran regulares, y habían de ser señaladas previamente por los Pontífices o Magistrados correspondientes. Primitivamente estas festividades (Feriae) fueron de tres clases:
- Feriae stativae. Acaecían cada año en la misma fecha, y eran festividades fijas: Agonalia, Carmentalia, Lupercalia, etc.
- Feriae conceptivae. Eran fiestas ordinarias, pero móviles, por lo que habían de ser planificadas cada año: Latinae, Sementivae, Paganalia y Compitalia.
- Feriae imperativae. Eran las fiestas no previstas, de carácter excepcional o extraordinario. Así, con motivo de eventos relevantes (victorias bélicas, elección de un nuevo emperador, etc.), ciertos magistrados (“cum imperium”) podían decretarlas.
Con todo, el término Fastos pasó pronto a significar el calendario mismo. Ello provino de la costumbre de reseñar en él los nombres de los cónsules que cada año desempeñaban ese cargo, por lo que fueron nombrados Fastos Consulares (Fasti Consolari). Posteriormente surgieron listas con los generales que habían obtenido el Triunfo, y, por analogía, se llamaron Fastos Triunfales (Fasti Trionfali).
EL CRISTIANISMO Y EL CALENDARIO
La llegada del Cristianismo al mundo romano propició la celebración del I Concilio Ecuménico, celebrado en Nicea (en 325). Entre otras cosas, en él se estableció la festividad de la Pascua de Resurrección:
«Se celebraría el primer domingo después de la Luna Llena que coincida o que suceda al equinoccio de primavera del hemisferio Norte (21 de marzo). Y, en caso de que la Luna Llena tuviera lugar en domingo, la Pascua se traslada al siguiente».
Recordemos que la Pascua de Resurrección es la festividad cristiana más importante. El Nuevo Testamento relata que Jesús fue crucificado durante la Pascua judía. Y éstos, inevitablemente, la habían ligado a su calendario lunar: la Semana Santa dependía de complicados cálculos lunares que el consejo judío, a través del Sanedrín, había de determinar.
Los primeros cristianos habían fijado la muerte de Jesús en un viernes y la Pascua de Resurrección en el domingo siguiente. Pero se regían por el calendario juliano, un calendario solar. El Concilio de Nicea pretendió solventar el desfase existente entre el calendario solar de Julio César y el calendario lunar judío.
Sin embargo, no fue posible predecir con exactitud las fases de la luna y localizarlas en el calendario solar para toda la comunidad cristiana. El desajuste pervivió durante años, y la inexactitud del Calendario Juliano se fue acumulando con el paso de los siglos.
Así se llegó hasta 1512, cuando León X (Juan de Médicis, Papa de 1513 a 1521) convocó el V Concilio de Letrán para acometer la reforma del calendario. Sus intentos para solventar el problema resultaron infructuosos, y pidieron ayuda a todos cuantos pudiesen aportar soluciones.
No sería hasta 1582 cuando el Papa Gregorio XIII consiguió reformarlo. Lo hizo mediante la bula “Inter Gravissimas”, imponiendo un nuevo Calendario, desde entonces llamado Calendario Gregoriano.
EL CALENDARIO GREGORIANO
Gregorio XIII dispuso que después del 4 de octubre siguiera el 15 del mismo mes. Ello implicaba que al año siguiente el equinoccio de primavera ocurriría, tal como lo requieren las estaciones en el calendario, el 21 de marzo. Y, para prevenir la diferencia resultante de la acumulación de los 11 minutos anuales que arrastraba el anterior Calendario Juliano, el Gregoriano omitió el día bisiesto en los años que terminaban en centenas (salvo los divisibles por 400). Así quedó establecido, y, desde entonces, es el calendario que rige nuestras vidas.
Al parecer, Gregorio XIII (Ugo Buoncompagni, Papa de 1572 a 1585) pudo acometer esta reforma asesorado por dos eminentes astrónomos: el matemático jesuita Cristóforo Clàvius, y el médico Luigi Lilius. De éste último, tras su muerte, se publicó un “brebario” bajo el título “COMPENDIUM NOVAE RATIONIS REFUNDENDI KALENDARIUM” (1577).
No obstante, hay indicios más que suficientes que avalan que los cálculos que promovieron estas reformas surgieron, ya en 1515, de la Universidad de Salamanca. Calculos que ésta, viendo que no se acometían, reiteró en 1578.
SALAMANCA, «LA ROMA CHICA».
Así es conocida la sencilla y monumental ciudad española de Salamanca (Helmántica). A la par que la madre Roma, su diminuto apelativo le viene de asentarse tan sólo sobre tres colinas: San Vicente, Los Caídos y San Cristóbal.
Está ubicada en plena Vía de la Plata, una de las calzadas romanas más importantes de la península Ibérica, que conectaba Emerita Augusta (Mérida) con Asturica Augusta (Astorga).
No sólo cuenta con un magnífico Puente Romano, presumiblemente de época del emperador Trajano (siglo I). También alberga la Universidad más antigua de España, creada en 1218 por el rey Alfonso IX de León. Además, fue la primera de Europa que ostentó el título de Universidad (según un edicto de 1253 del rey Alfonso X el Sabio).
Así lo reconoció posteriormente Alejandro IV (Rinaldo Conti, Papa de 1254 a 1261), en la bula “Digmun Arbitramum” (1255), concediéndole la categoría de Estudio General (junto a Bolonia, París y Oxford).
Su lema es toda una declaración, no sólo de intenciones, sino de fundamentos:
“OMNIUM SCIENTIARUM PRINCEPS SALMANTICA DOCET”
(LOS PRINCIPIOS DE TODAS LAS CIENCIAS SE ENSEÑAN EN LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA).
Por ello, no es de extrañar que de aquí salieran los cálculos esenciales para que Gregorio XIII pudiese acometer la reforma del Calendario Juliano.
De ello da puntual cuenta Dª. Ana María Carabias Torres (Doctora en Historia y en Filosofía), en su obra “SALAMANCA Y LA MEDIDA DEL TIEMPO” (USAL/2012): un texto que desvela la decisiva aportación de la Universidad de Salamanca en la implantación del Calendario Gregoriano.
Para quienes estén interesados, el texto está disponible y puede consultarse gratuitamente en este enlace.
Y, aunque en las Escuelas Menores de esta Universidad también reza el “lema”:
“QUOD NATURA NON DAT, SALMANTICA NON PRÆSTAT”
(LO QUE LA NATURALEZA NO DA, SALAMANCA NO LO OTORGA).
Los trabajos efectuados por la Dª. Carabias son todo un gesto altruista que, como salmantinos, nos enorgullece. Desde aquí nuestro más sincero agradecimiento.
EL ALMANAQUE
No está de más reseñar que en español surgió el término Almanaque, procedente del mozárabe almanáẖ. Es un vocablo derivado del árabe clásico munāẖ, que significa “alto de caravana”, porque los pueblos semíticos comparaban los astros y sus posiciones con la de los camellos que estaban en ruta.
El árabe al-munāh significa «parada en un viaje», y procede del verbo antiguo anāh, «arrodillarse el camello», del que, por asimilación, se identificó con «morada», «albergue». Y con este sentido se aplicó posteriormente a los signos del Zodíaco, a los que se tenía por «mansiones». Con este significado se pronunciaba al-manākh en el territorio de Al-Andalus (Andalucía), tras la invasión árabe de Hispania (711 al 726). Por evolución semántica, en árabe acabó significando «clima», y era donde se hacían constar las “mansiones” de la luna y los signos del Zodíaco que correspondían a cada día y mes del año. Un término que en las lenguas indoeuropeas se superpuso al clásico «calendario».
Más tarde, por extensión, el término se usó para el Registro o Catálogo que comprende todos los días del año, distribuidos por meses. Un Registro que incluía datos astronómicos y noticias relativas a celebraciones y festividades religiosas y civiles. Y de ahí surgió el significado que hoy asignamos al vocablo Almanaque: publicación anual que recoge datos, noticias o escritos de diverso carácter, eminentemente agrarios (referentes a los ciclos de siembras, cosechas, lunas, etc.).
UN CALENDARIO UNIVERSAL
No obstante, el Calendario Gregoriano aún arrastra diferencias significativas respecto al año astronómico: el año gregoriano dura 26 segundos más que el año trópico. Pero aún no han podido solventarse.
Nacido en Roma, se erigió como calendario latino, inundó el Imperio, se extendió por todo el Occidente, y hoy se ha transformado en un calendario Universal. Y todo, ¡cómo no!, gracias al portentoso ingenio de la Infinita Roma.
Y, pese a sus imperfecciones, como legatario de la Antigua Roma, el Calendario Gregoriano continúa rigiendo nuestra vida cotidiana.