DIOS MITRA
PERSONAJES

MITRA

Mitra (o Mithra) era un dios indo-iraní. En la antigua Persia (Irán) aparece ya mencionado en el 1.400 a.C. en un tratado entre los hitita y los mitani, y en su Avesta (libro sagrado del Zoroastrismo) aparece como un dios benéfico (“juez de las almas”), responsable de dar protección ante los enemigos.

Por otra parte, en la India, en los himnos védicos aparece asociado a su hermano gemelo Váruna (“dios de la luz”). Se le relacionaba con los juramentos, las promesas, los contratos, la honestidad, la amistad y los encuentros, y se le tenía por el “suave sol del alba”.

EL CULTO A MITRA EN ROMA: EL MITRAÍSMO

En contraposición con las creencias romanas, que emanaban del Olimpo griego (donde se pactaba con los dioses para recibir un bien o una compensación), a finales del siglo II a.C. comenzaron a extenderse los cultos monoteístas. Sobre todo los orientales o mistéricos, que fueron recibidos en Roma como una bocanada de aire fresco. El Mitraísmo daba a los romanos, especialmente a los soldados, que vivían situaciones de continuo peligro, un nuevo sentido a su existencia, anunciando otra vida después de la muerte y asegurando a sus fieles la inmortalidad en el otro mundo.

Se cree que fue a partir del año 62 a.C. cuando los romanos incorporaron su culto al panteón de dioses patrios. Posiblemente tras las campañas orientales contra los partos y los disturbios de Jerusalén. Quizás también por la masiva llegada a Roma de esclavos procedentes de esas regiones. O bien por directa influencia griega, donde ya Alejandro Magno se sintió atraído por lo «exótico» del nuevo culto, que hasta le llevó a adoptar la costumbre oriental de portar una antorcha con el Fuego Sagrado delante de las cohortes macedónicas. Esa costumbre, como manifestación de la perpetuidad del poder, la asimilaron también los romanos.

El Mitraísmo poseía una solidez religiosa que durante casi cinco siglos compitió contra otras religiones nacientes. Y, aunque no fue un culto de masas, a finales del siglo I su culto estaba ampliamente arraigado, sobre todo entre la milicia y los comerciantes romanos.

Los romanos, pese a que mantuvieron su apariencia (el gorro frigio –persa o medo, además del pantalón propio iraní, el anaxyrides,  una túnica corta, manicata, y una capa), proveyeron a este dios de características alejadas del vedismo hindú y de los persas. Y, a partir de él, lo transformaron en una religión conocida como Mitraísmo, con un fuerte carácter esotérico. Se basaba en sociedades secretas cuyo credo iniciático exaltaba el coraje, la honestidad y el arrojo personal. Ello propició una fuerte inserción en las legiones romanas.

 

EL MITO DE MITRA

En su versión romana, el mito refiere que Mitra, en el origen del tiempo, nació de una roca (Deus ex petra natus), o en una cueva al borde de un manantial. Nace por su sola voluntad, y ve la luz en el solsticio de invierno, portando ya en sus manos una daga y una antorcha. Hasta él acuden unos pastores para adorarlo, guiados por una estrella.

La tierra, entonces, se desarrollaba con lentitud debido a la sequía propiciada por la acción del Sol. Mitra se enfrenta a él y, tras vencerlo, acaban haciendo las paces. El Sol le ofrece una corona hecha con sus rayos y sellan su amistad y mutua confianza dándose la mano, evidenciando así que no portaban armas ocultas. Este gesto ha llegado hasta nuestros días, si bien reducido a mera cortesía.

 

mitra y el sol

 

Al ser una religión mistérica basada en la transmisión oral, de iniciado a iniciado, donde los adeptos estaban obligados a mantener secretos los rituales de su culto, su conocimiento procede, sobre todo, de la iconografía que decoraba los Mitreos. Éstos son verdaderas evidencias arqueológicas halladas a lo largo y ancho de todo el Imperio, desde la India hasta Escocia. La mayoría de los Mitreos han llegado hasta nosotros intactos, pues, al ser inamovibles los objetos de culto y verse obligados a abandonarlos, bien por guerras, invasiones o persecuciones, optaron por preservar sus objetos sagrados de la manera más efectiva: ocultando los Mitreos tapando todos sus accesos.

Según esa iconografía, el mito prosigue de la siguiente manera:

En su heroica empresa Mitra caza un toro (cuyos cuernos son la luna) y lo lleva cargándolo sobre sus hombros. Pero el toro consigue huir y el Sol, advirtiéndolo, y consciente del acuerdo entre ambos, le envía como mensajero un cuervo con el encargo de matarlo.

Ayudado por un perro, Mitra captura de nuevo al toro y lo lleva a una cueva (spelunca). Lo sujeta por la rana y le clava un cuchillo en el costado (aunque con disgusto, pues Mitra desvía la mirada de su acción), mientras el perro colabora en la acción mordiendo al toro en el cuello. Del cuerpo del toro nacen todas las plantas beneficiosas para el hombre: de la columna vertebral nace el grano, fruto de la regeneración espiritual (en las representaciones, la cola del toro suele terminar en forma de una gran espiga de trigo, símbolo de la fertilidad el “pan de vida” o “alimento de la inmortalidad”) y de su sangre, el vino (la bebida sagrada que simboliza el conocimiento).

 

dios mitra

 

Con la muerte del toro y el vertido de su sangre surge la vegetación. Pero Ahrimán, que en el culto a Mitra representaría al “dios del Mal”, envía una serpiente y un escorpión para contrarrestar esta profusión de vida. El escorpión intenta herir los testículos del toro para apropiarse del contenido vital contenido en su semen mientras la serpiente pretende beber su sangre, pero en vano. Finalmente, el toro asciende a la Luna, dando origen a todas las especies animales.

Por la iconografía hallada, sabemos que la Tauroctonía es el icono central y fundamental del Mitraísmo. Es el momento en que el dios Mitra mata al toro.

 

mitra y el toro

 

En las arcaicas culturas egipcias, micénicas y minoicas, el toro era considerado (sobre todo el toro bravo) como contenedor de una energía transformadora. Por ello fue el animal propicio para los sacrificios, dando su sangre para la salvación o evolución del espíritu. Quienes bebían su sangre y comían su carne se regeneraban, transfigurándose en nuevos hombres, en una especie de semi-dioses.

LA TAUROCTONÍA

El sacrificio del toro se desarrolla en la cueva, y en la iconografía están presentes el Sol, la Luna y, frecuentemente, los signos del Zodiaco y los planetas, lo que parece reforzar el aspecto cósmico del sacrificio del toro. En algunas ocasiones también aparecen junto al borde inferior un león (emblema del fuego) y una crátera (emblema del agua), que, junto a la serpiente (emblema de la tierra), representan conjuntamente la lucha de los elementos a los que los devotos de Mitra rendían culto. Así lo muestran las múltiples representaciones halladas, bien en relieves en los muros, pintadas directamente en la pared, o en esculturas.

A menudo la deidad se representa flanqueada por dos jóvenes, vestidos con atuendos similares a los del dios, pero sin serlo (por ello aparecen en menor tamaño). Son los llamados dadóforos, los portadores de la antorcha: Cautes la sostiene alzada, simbolizando el amanecer (Orto), mientras que Cautopates la lleva bajada, indicando el declinar del día (Ocaso). Su presencia representa el ciclo vital: el calor luminoso de la vida y el frío de la muerte.

 

dios mitra

 

La Tauroctonía es la representación de Mitra como un dios tan poderoso que es capaz de transformar el orden mismo del Universo. Mitra, dios y hombre a la vez, enseñaba a liberarse del mundo, del tiempo y de la muerte, y a alcanzar la deificación en el cielo. El toro sería el símbolo de la constelación de Tauro, y su sacrificio simbolizaría este cambio, causado, según los creyentes, por la omnipotencia de su dios. Todo ello en consonancia con los animales que acompañan la escena: perro, serpiente, cuervo, escorpión, león, el toro y la copa, que se interpretan como las constelaciones de Canis Minor, Hydra, Corvus, Escorpio, Leo, Tauro y Acuario, todas ellas en el ecuador celeste durante la era de Tauro, lo que explicaría la profusión de esas imágenes en la iconografía mitraica.

Es más, la capa que arropa al dios Mitra, siempre azul y ondeando al viento, suele estar jalonada con 7 estrellas. Posiblemente sea una referencia a esas constelaciones, o a los planetas entonces conocidos. O quizá a los diferentes grados iniciáticos de sus adeptos.

Conviene recordar que ya entre los sumerios y los primitivos indo-arios, el número 7 encerraba el misterio de lo desconocido: la ansiedad, tras haber completado un ciclo, por conocer cómo habría de ser el siguiente. Arcaicamente era considerado un número mágico, pues se compone del sagrado nº 3 (la perfección) y del terrenal nº 4 (en referencia a los cuatro elementos – tierra, aire, fuego y agua – y a los cuatro puntos cardinales). El mágico número 7 es el puente entre el cielo y la tierra, y representa la totalidad del universo en movimiento, de ahí que su simbología ocupe un lugar preeminente en el culto a Mitra.

MITREOS Y LOS MISTERIOS DE MITRA

Su culto se realizaba en los Mitreos (Mithraeum), originariamente cavernas naturales, pues la cueva (spelunca) representaba la bóveda celeste (el Universo), adonde entra el alma para su vida mortal y de la que sale para llegar a la inmortalidad.

 

Mitreo de la Basílica de San Clemente

 

Los misterios de Mitra pretendían que los iniciados participaran del misterio del descenso del alma al mundo y su posterior regreso a su origen inmortal y luminoso. Más adelante, imitándolas, fueron construcciones artificiales, siempre oscuras y carentes de ventanas (aunque algunas tenían una claraboya sobre la bóveda, posiblemente para proporcionar una tenue luz interior, iluminadora). Tenían capacidad limitada, pues la mayor parte de ellos no podrían acoger a más de 30 ó 40 adeptos.

En un Mitreo típico pueden distinguirse 3 espacios, claramente diferenciados:

  • Antecámara (Vestibulum). Era una pequeña antesala que hacía las veces de vestidor.
  • Cueva (Spelunca). Era una sala alargada, casi siempre bajo el nivel del suelo, a la que generalmente se descendía por una escalera de 7 peldaños. Solía estar decorada con pinturas y tenía dos bancadas a lo largo de cada una de las paredes largas. Aquí se reunían los adeptos y participaban de los banquetes sagrados.
  • Santuario. Era el lugar en el que se ubicaban el altar y la imagen de Mitra. Habitualmente tenía forma de ábside, y solía estar situado al fondo de la cueva, en lugar elevado al que se accedía subiendo 3 pequeños peldaños. En él, normalmente, estaba representada la Taurotocnía: el sacro acto de matar al toro sagrado.

El acto central del culto mitraico era el ágape, rememoración del mítico banquete sagrado celebrado por Mitra con el Sol tras vencer al toro. El banquete era presidido por el Padre (Pater) junto con el Corredor del Sol (Heliodromus), en representación de Mitra y del Sol respectivamente. Podría considerarse como un acto exclusivo entre ambos dioses, pero los adeptos, siguiendo el ejemplo de sus dioses, participaban de él, si bien realmente sólo lo hacían los del nivel más elevado, actuando los demás como acólitos o sirvientes del banquete.

Aunque presumiblemente las viandas principales fuesen la carne y la sangre del toro sacrificado, los restos hallados apuntan a que en la mayoría de los casos no se sacrificaba una víctima tan importante, pues han sido hallados más restos de aves que de toros. Lo que sí formaba parte del banquete sagrado eran el pan y el vino, en posible sustitución de la carne y de la sangre del toro, y quienes participaban de él estaban llamados a resucitar después de la muerte.

Siguiendo el mito, cuando concluye el banquete, con el que clausura su obra en la tierra, Mitra sube al carro del Sol, y éste, como Ser Supremo, lo eleva hasta el Cielo. Y allí comparte con él el dominio universal.

En el culto romano de los misterios de Mitra existían 7 niveles iniciáticos. Éstos permitían a los neófitos ir recorriendo, a través de los 7 cielos, el camino de retorno al Origen del alma, deshaciendo el camino que ésta había descendido al encarnarse en el nacimiento. Presumiblemente, esos 7 niveles iniciáticos estaban relacionados con los 7 planetas entonces conocidos: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Luna, Sol y Saturno, en este preciso orden.

En la escatología del hombre, una infinita multitud de almas pre-existió en los cielos etéreos, y de allí descendieron para habitar en los cuerpos de los hombres. Al descender, pasan por las esferas gobernadas por los planetas y reciben de ellos ciertas cualidades, cuya proporción determina el carácter del hombre:

  • Mercurio: de él se reciben otros deseos.
  • Venus: el apetito sensual.
  • Marte: la combatividad.
  • Júpiter: la ambición.
  • Luna: la energía vital.
  • Sol: los poderes intelectuales.
  • Saturno: la disposición determinante.

A la muerte, el juicio de Mitra decide el destino del alma. Si es regresar al cielo, el alma es capacitada por el salvador Mitra para satisfacer al guardián de la puerta de cada esfera, donde abandona las cualidades recibidas en su descenso y así pasa a la esfera octava para disfrutar de la vida con Mitra.

La consumación final será la destrucción del mundo. Entonces Mitra descenderá y despertará a todos los hombres a la vida, separando a los buenos de los malos. Sacrificará al toro y dará la carne mezclada con vino a los buenos (y así los inmortalizará), mientras que un fuego consumirá a los malos, incluyendo a Ahrimán y sus demonios.

Los niveles, conocidos gracias a un texto de San Jerónimo y confirmados por varias inscripciones halladas, estaban conformados en una estructura piramidal donde la mayoría de sus miembros solían alcanzar el cuarto nivel (Leo). Sólo unos pocos escogidos accedían a los superiores.

En los ritos, los iniciados llevaban máscaras de animales relativas a su nivel de iniciación. Se dividían en dos grupos: los “servidores”, por debajo del grado de Leo, y los “participantes”, el resto.

Estos niveles, de mayor a menor, son los siguientes:

 

1. Corax  (Cuervo/Mercurio)

El cuervo era el mensajero del Sol. Al igual que el buitre, es un animal que puede comer carroña sin que la regurgite o le produzca indigestión; transmuta lo nocivo en algo útil y nutritivo; de ahí que ocupe el primer nivel iniciático, que posiblemente pudo estar reservado incluso a los niños.

Para acceder a él se bautizaba al neófito con agua para purificarlo de sus pecados y se le comunicaba un mantra que debía repetir. Con este acto de iniciación se simbolizaba la muerte del adepto en este mundo y su entrada a una nueva vida espiritual.

 

 

Su función en las reuniones era la de “servidores” en el culto.

 

2. Nymphus (Novio o Crisálida/Venus)

Era el segundo nivel, donde el neófito, también llamado Cryphius (Oculto), probablemente adolescente, se convierte en novio de Mitra. Como tal, se compromete a permanecer célibe y dedicado al culto.

En su iniciación ofrece a Mitra una crátera (copa o cáliz) de agua como símbolo de su amor. El Nymphus lleva un velo y porta una lámpara, simbolizando así su incapacidad para ver la “Luz de la Verdad”.

 

 

Junto a los Corax, actuaban como “servidores”.

 

3. Miles (Soldado/Marte)

Es el último de los grados “inferiores”. Al neófito, desnudo, arrodillado, con los ojos vendados y las manos atadas, se le coloca una corona en la cabeza y se procede a cortar las ataduras. Luego aparta la corona de la cabeza, la sitúa sobre su hombro y exclama: «Mitra es mi única corona». De esta manera rechaza simbólicamente la corona del reino de lo material (quedando liberado de lo mundanal).

Es donde comienza realmente el combate espiritual contra su propio “ego” e inicia su sumisión a Mitra. Al nuevo soldado se le marca, al hierro, una cruz en la frente. Posiblemente una esvástica, símbolo ario representativo de la manifestación dinámica del universo. O quizá una sencilla cruz de dos brazos iguales, representativa del Sol como centro del orbe.

 

 

Sus atributos eran la corona, la espada y el gorro frigio.

 

4. Leo (León/Júpiter)

Es el primer nivel de los “elevados”, donde el adepto adquiere un compromiso definitivo con la comunidad. Presumiblemente llevase aparejado un cambio de nombre (al igual que sucedería más tarde en los monacatos cristianos).

Al adepto se le purifican sus manos y su boca con miel, pues el agua es incompatible con el fuego, al que pertenece el neófito y al que queda asociado. La miel era una sustancia considerada divina, y simbolizaba la protección ante cualquier filtración externa.

Los leones llevan la comida preparada por los grados inferiores, el ágape sagrado, y participan en él. También eran quienes cuidaban del fuego sagrado y ofrecían el incienso.

 

 

Sus símbolos son el rayo (símbolo también de Júpiter), la lanza y un sistro (instrumento musical de percusión similar a un sonajero, característico también en los rituales de la diosa egipcia Isis).

 

5. Perses (Persa/Luna)

Aquí el iniciado vuelve a ser “purificado” con miel y se le impone un manto blanco y amarillo. Como  símbolo, se le entrega una daga (que representa la usada por Perseo para decapitar a la Gorgona). Ello implica que el neófito ha de proseguir la lucha hasta destruir los instintos inferiores de su ser (los animales).

 

 

Sus símbolos son el planeta Venus, la Luna, el arado y la espada. posibles referencias a la fertilidad de la tierra y a la protección de las cosechas o de los frutos.

 

6. Heliodromus (Emisario Solar/Sol)

En este nivel el iniciado es el representante del Sol en el banquete sagrado. Se sienta junto al Pater, que preside en representación de Mitra.  Se caracteriza porque va vestido con una túnica roja (color del Sol y de la sangre).

Su iniciación posiblemente tuviera lugar al alba, justo poco antes de amanecer, cuando cantaban los gallos, para que cuando saliera el Sol ya fuese un iniciado de sexto grado predispuesto a vislumbrar la Luz.

 

 

Sus atributos simbólicos son: una corona de 7 rayos, el látigo y una antorcha encendida.

 

7. Pater  (Padre/Saturno)

Es el grado más elevado. El Pater es el maestro espiritual de la comunidad. Va revestido con una túnica roja, con mangas adornadas de amarillo, y lleva en la cabeza un gorro frigio, también de color rojo. Junto al Heliodromus, preside los banquetes rituales personificando a Mitra.

Como símbolos de su nivel, de su hombro cuelga una pátera (un cuenco que, en su sentido gnóstico, es símbolo de pobreza espiritual). También porta un bastón y una hoz.

 

 

EVOLUCIÓN DEL MITRAISMO

Las mujeres estaban excluidas de los misterios de Mitra. En cuanto a los varones, presumiblemente no se requería una edad mínima para ser admitido, e incluso fueron iniciados varios niños. La lengua utilizada en los rituales era el griego, con algunas fórmulas en persa (seguramente incomprensibles para la mayoría). Progresivamente se fue introduciendo el latín.

Sus miembros, entre sí, se llamaban fratres (hermanos), y se consideraban iguales entre ellos, ya fuesen libres o esclavos, ricos o pobres, nobles o plebeyos. Y, pese a que las comunidades mitraicas se mantenían con voluntarias contribuciones de sus adeptos, generalmente eran los ricos quienes sufragaban la mayoría de los gastos.

En algún momento de la evolución del Mitraísmo se utilizó también el rito del Taurobolium, o bautismo de los fieles con la sangre del toro recién sacrificado, practicado también por otras religiones orientales. Así lo confirma el Padre de la Iglesia Tertuliano (160-220 d.C), quien refiere igualmente la severa condena cristiana a estas prácticas paganas.

 

Taurobolium

 

A finales del siglo III se produjo un sincretismo entre la religión mitraica y ciertos cultos solares de procedencia oriental, que en Roma cristalizaron en la nueva religión del Sol Invictus. Esta religión fue establecida como oficial en el Imperio por el emperador Aureliano en el año 274. No obstante, este sincretismo no conllevó la desaparición del Mitraísmo, que siguió existiendo como culto “no oficial”. E incluso muchos de los senadores de la época profesaron al tiempo ambas religiones.

Aunque no hay constancia fehaciente, se acepta el nacimiento de Mitra el 25 de diciembre (coincidiendo aproximadamente con el solsticio de invierno), y en esa fecha  se conmemoraba. Los adeptos de Mitra sacralizaban también el domingo (día del Sol), al igual que los días 16 de cada mes.

Pese a las múltiples coincidencias entre Mitraísmo y Cristianismo, sería inexacto concluir que el cristianismo primitivo lo copió todo del Mitraísmo, por ser posterior a él, pues también pudo suceder lo contrario. Sobre todo teniendo en cuenta que el Mitraísmo comienza su auge en Roma a lo largo del siglo I d.C., al igual que el cristianismo. Sea como fuere, lo cierto es que ambas religiones mantienen reglas estrictas, proclaman la vida después de la muerte y observan similares ritos litúrgicos. Además, promueven la igualdad, la hermandad y la ayuda mutua entre los hermanos. Esto hacía que sus seguidores pudieran sentirse igualmente atraídos por ambos cultos.

Sin embargo, las pérdidas territoriales que el Imperio sufrió como consecuencia de las invasiones bárbaras, y que afectaron a territorios fronterizos, donde el culto estaba muy arraigado, marcaron el comienzo de la decadencia del Mitraísmo.

Bajo Constantino I «el Grande» (emperador del 306 al 337) se le retiró el favor imperial y el cristianismo demandó la represión del culto mitraico, lo que le restó muchos adeptos. Un panegírico romano del año 362 refiere que bajo Constancio nadie se atrevía a mirar al Sol y que los labradores tenían temor de observar los astros. Ello sugiere, no sólo una persecución activa de la religión mitraica, sino que sus objetos rituales quedaron asociados con la adoración pagana. Incluso hubo momentos en que la persecución fue sangrienta, pues los restos han demostrado que sus correligionarios fueron en ocasiones degollados y sus cuerpos enterrados en los propios mitreos para profanar esos lugares.

Finalmente, durante el siglo IV el Cristianismo desplazó al Mitraísmo hasta convertirse en la única religión oficial del Imperio con Teodosio (379-395). Presumiblemente tuvo mucho que ver en ello la exclusión de las mujeres, que sí tenían derecho a participar en el culto cristiano.

Pese a que hubo algunos intentos de revitalizar el culto de Mitra, sobre todo por parte de Juliano el Apóstata (361-363) y del usurpador Eugenio (392-394), no tuvieron demasiado éxito. El Mitraísmo quedó formalmente prohibido desde el año 391, si bien es posible que perviviese clandestinamente durante algunas décadas más.

La mayor concentración de Mitreos (algunos convertidos en criptas bajo las iglesias cristianas) se encuentra en la capital, Roma. No obstante, se han hallado otros muchos repartidos por todos los países cuyos territorios pertenecieron en su día al Imperio Romano. La mayoría de ellos emplazados en antiguos acuartelamientos militares.

En el año 1857, bajo la basílica de San Clemente de Letrán, en Roma, se encontraron restos de una construcción que habría sido una iglesia oculta de los primeros cristianos y que había sido erigida sobre un pequeño Mithraeum que permaneció en uso hasta finales del siglo III.

En el año 2000 se halló un excelente Mitreo bajo la Cripta Balbi (donde estuvieran el teatro y pórtico de Cornelio Balbo). Por sus dimensiones (31’50 m. de largo y 12 m. de ancho) es, hasta el día de hoy, el Mitreo más grande de todo el Imperio.

Otro Mitreo famoso es el de las Termas de Caracalla, el segundo de mayor tamaño de Roma. Tiene  23 m. de largo y 9’70 m. de ancho.

En 1932, cuando se realizaban obras en el Palacio de la Ópera se halló un Mithraeum (del siglo II), bajo donde en su día estuvieran ubicadas las carceres de salida del Circo Máximo. Es un bellísimo complejo, uno de los Mitreos más grandes de Roma.

Sin embargo, de entre todos los templos de Mitra hallados en Roma, el de la Basílica de Santa Prisca es el más completo. Por su excelente estado de conservación se evidencia como un verdadero y propio «Santuario Mitraico» que merece la pena visitar.

 

BIBLIOGRAFIA:
  • “Mithra y el mitraísmo a lo largo de la historia” (2007, Revista SUFÍ, Nº 14). De Carlos Diego, ingeniero y traductor del centro Nematollāhi de Madrid).
  • “Testimonios y documentos del culto de Mitra en el Imperio Romano” (2016, Tesis Doctoral de la Universidad de Alicante). De María Teresa Juan Sanchis.
  • “El culto a Mitra en la época de Caracalla” (2001, Revista GERIÓN nº 19). De Paloma Aguado García, doctora en Historia Antigua por la Universidad Complutense de Madrid.
  • “La religión antigua” (1995/Reedición). De Karl Kerényi, filólogo y profesor de Historia Antigua de la universidad de Budapest.
  • “La Religión Romana y ritos funerarios” (2014, Curso de Cultura Latina de la Asociación Adaegina-Amigos del Museo de Cáceres). De José María Alegre Barriga, profesor de Cultura Clásica del Instituto Profesor Hernández Pacheco.
  • TRECANI, Enciclopedia italiana.
  • “El siete, número cósmico y sagrado. Su simbología en la cultura y rendimiento en el Romancero” (2003, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Educación). De Eduardo Tejero Robledo, catedrático de Didáctica de la Lengua y Literatura de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid.
  • “Las consagraciones de las basílicas romanas de San Cosme y Damián, santa María ad Martyres y San Adriano in tribus fatis (2008). De Gonzalo Fernández, doctor en Filosofía y Letras y profesor titular de Historia Antigua en la Universidad de Valencia.
  • “Helios y el carro del Sol. Consideraciones iconográficas” (2014-15, UNED). De Pilar Fernández Uriel, Doctora en Historia  Antigua  por la Universidad  Complutense de Madrid.

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