VÍRGENES VESTALES
El origen de las Vírgenes Vestales y del fuego sagrado está en la necesidad de mantener un fuego central para el bienestar doméstico, pues era más fácil mantener un fuego constantemente que volver a encenderlo. Su función provenía de tiempos de los antiguos pobladores, cuando a las mujeres jóvenes y solteras, al no tener familia ni tareas hogareñas a las que dedicarse, se les asignó la función de vigilar el fuego sagrado.
Para mantener la esencia pura e indestructible del fuego se encomendó su cuidado a cuerpos sin contaminación ni mácula; por ello las Vestales habían de ser y mantenerse vírgenes, y convertirse en expertas en cuidar el fuego, de forma que mantuviese una llama continua, debiendo evitar grandes llamas que pudiesen provocar incendios.
El fuego de Vesta era público. Las matronas romanas podían solicitar que les entregaran brasas o pequeños troncos encendidos, para portarlos hasta su hogar y encender el fuego.
La consideración de las Vírgenes Vestales era enorme. Su importancia y bienestar eran considerados fundamentales para la continuidad y la seguridad de la antigua Roma. Eran tenidas como verdaderos iconos religiosos. Se las consideraba una representación terrenal de la diosa Vesta y, como tal, habían de llevar una existencia sin mácula. Eran las garantes de las relaciones con los dioses y el espejo en el que se miraban todas las mujeres romanas.
Aunque sus orígenes se remontan a la fundación de Roma (753 a.C.), quizás antes, fue Numa Pompilio quien reguló el culto público a Vesta.
Para ellas construyó la Casa de las Vestales (Atrium Vestae) en el Foro, para que pudiesen disfrutar de todas las comodidades y pudieran atender el fuego sagrado en el templo a él dedicado: el Templo de Vesta (aedes Vestae).
Se afirma que las primeras Vírgenes Vestales fueron las hijas de los reyes, y éstos quienes las eligieron inicialmente. Al avanzar la república, la responsabilidad de su elección recayó directamente en el Pontifex Maximus. Entonces fueron captae (cogidas o tomadas) únicamente de entre las familias patricias.
Parece ser que con la Lex Papia Poppaea, (una refundición legal hecha por Augusto en 9 d.C.), se estableció su elección por sorteo, de una lista de 20 candidatas preseleccionadas por el Pontífice Máximo. La elección era asamblearia, y posiblemente ya entonces pudiesen optar a ser Vestales las niñas plebeyas, o incluso libertas.
El ser seleccionada para Vírgen Vestal no siempre era del gusto de los padres, ni precisaba del consentimiento de las jóvenes. No obstante, las candidatas habían de reunir una serie de requisitos:
- Ser mayores de seis años y menores de diez.
- Ser “ingenuas”, muy guapas y no tener ningún defecto físico.
- Habían de ser perfectas, tanto física como jurídicamente.
- Que estuvieran vivos sus padres en el momento de su ingreso. El padre había de estar emancipado y residir en Italia. La madre no podía estar divorciada.
De las aspirantes que cumplían esos requisitos se seleccionaban las más idóneas y, tras introducir en una vasija una tablilla con sus respectivos nombres, el Pontífice Máximo extraía, al azar, la tablilla con el nombre elegido por la diosa. Una vez que la candidata era seleccionada, se le separaba de la familia y era llevada al Templo de Vesta, donde se producía la ceremonia de admisión como Vestal.
El Pontifex Maximus iniciaba la ceremonia con estas palabras: “Yo te tomo a ti, amada, para que seas una sacerdotisa de Vesta …”. A continuación proseguía el ritual iniciático, consistente en:
- Cortarle el cabello. Nada más ingresar como Vestal, su cabello era colgado en un árbol (loto), que de él tomó su nombre, Lothos capillata. Así se rompía el lazo con el “status” anterior al iniciarse al sacerdocio. Con el tiempo, al crecer de nuevo el cabello, su peinado era característico, el llamado seni crines: seis trenzas, o tirabuzones (también se peinaban así las novias el día de su boda).
- Suspenderla de un árbol (sin tocar el suelo), como muestra de la ruptura e independencia con su familia.
- Vestirla con los atributos distintivos de toda Vestal.
Seis sacerdotisas (originalmente cuatro), con voto de castidad, eran elegidas entre las familias más nobles, y estaban obligadas a 30 años de sacerdocio:
- En los 10 primeros años aprendían los ritos que hay que celebrar.
- Los 10 siguientes eran quienes oficiaban lo que habían aprendido.
- Los últimos 10 años los empleaban en adoctrinar a las nuevas Vestales.
En la Casa de las Vestales iniciaban su aprendizaje: aprendían a leer, a conocer los nombres de los dioses y sus potestades, la forma de realizar los ritos, la compostura en los actos públicos y, por supuesto, el mantenimiento del fuego sagrado.
De entre ellas, la más sobresaliente ejercía de Virgo Maxima (Vestal Máxima), como líder, y las representaba. Su principal tarea era la de presidir el Colegio de las Vestales y participar en el Colegio de Pontífices.
Al cabo de 30 años quedaban libres de esas obligaciones. Aunque podían orientarse hacia otra vida diferente, e incluso casarse, la gran mayoría se mantuvo en la perseverancia y la castidad.
Su vestimenta las identificaba, reflejando su alto rango dentro de la sociedad romana.
Su peinado, característico, eran las seni crines, seis trenzas (o tirabuzones), tres a cada lado de la cara. Sobre la frente, sujetando este peinado a modo de diadema, llevaban una cinta, la vitta. Todo este tocado lo envolvían con las infulae, dos largas cintas de lana entrelazadas y anudadas cuyos extremos colgaban sobre el cuello: una de color blanco, símbolo de pureza (virginidad y castidad), y otra encarnada, que representaba su compromiso con el fuego sagrado al que estaban dedicadas.
Sobre el conjunto solían cubrirse con el suffibulum, un velo blanco que usaban en cuantos rituales y ceremonias oficiaban, sobre todo cuando sacrificaban.
Vestían una túnica interior blanca, llamada subucula (hecha del más puro lino), que, a modo de camisa, las cubría hasta las rodillas. Sobre ella, una stola, plisada y larga hasta los pies, descendía desde los hombros. Sus ropas estaban ribeteadas con una estrecha franja púrpura (símbolo de devoción, nobleza y autoridad).
Sobre la estola usaban el strophium, una banda de tela con la que, a modo de sujetador, sujetaban el busto.
Exteriormente, además, ceñían sus ropas con el cingulum, un cinturón entrelazado con el característico “nudo de Hércules”. Se consideraba que este nudo, sólido y difícil de desatar, preservaba la integridad de las mujeres, y era símbolo de virginidad y castidad en las Vestales (también lo llevaban las novias el día de su boda).
Cuando salían, se cubrían con un largo manto rectangular, de color rojo, conocido como palla. Era una especie de chal que, mediante un fibulae (alfiler), llevaban recogido sobre el hombro izquierdo; su tamaño le permitía también cubrirse la cabeza.
Socialmente ocupaban el lugar inmediatamente inferior al de la Emperatriz, y tenían reconocidos una serie de privilegios:
- Estaban libres de la tutela paterna, pero bajo el control (potestas) del Pontifex Maximus.
- Podían heredar y hacer testamento en vida del padre.
- Tenían plena potestad para gestionar personalmente sus propios asuntos, como disponer de sus bienes y de su herencia sin necesidad de tutor, pudiendo tramitarlos sin necesidad de representante (al igual que las mujeres de tres hijos).
- La persona de la Vestal era sacrosanta, y cualquiera que la hiriese era reo de pena de muerte. En su presencia, nadie podía pronunciar palabras deshonestas. Ante ellas se inclinaban los facses de los cónsules.
- Tenían preferencia de paso en cualquier lugar y situación (incluso ante cónsules y pretores). Solían viajar en uncarpentum (carro de dos ruedas, cubierto), y quien se metiera debajo de él cuando se las transportaba, era reo de muerte.
- Si en sus desplazamientos se encontraban con un condenado al que llevaban a la muerte, tenían capacidad para eximirle de la pena; pero la Vestal había de manifestar que el encuentro fue involuntario y fortuito, no intencionado.
- En el año 42 a.C., los triunviros dispusieron que las Vírgenes Vestales no saliesen sin ir acompañadas de un lictor. Pese a que el empleo de éstos era exclusivo de las autoridades, se les otorgó esta escolta honorífica como muestra de respeto y protección. Desde entonces, en las salidas iban precedidas de lictores, encargados de su custodia e infligir castigos a quienes no respetasen a la Vestal o a sus derechos.
- Recibían una paga del erario público.
- Podían tener esclavas.
- Sus arbitrajes tenían carácter indiscutible e inapelable.
- Aunque tenían prohibido jurar, gozaban del derecho a poder testificar, siendo las únicas mujeres en el derecho romano con dicho honor.
- Tenían espacios reservados en los actos públicos a los que asistían, y solían ser invitadas a los banquetes más suntuosos de la ciudad.
- Podían disponer de una tumba dentro de las murallas de la ciudad.
Como único sacerdocio femenino de Roma, las Vírgenes Vestales eran responsables de tareas exclusivas que no compartían con otros sacerdocios. Sus principales funciones eran:
- Atender el fuego sagrado de Vesta. Eran las encargadas de “alimentar” constantemente el fuego del Templo de Vesta, vigilando, día y noche, para que su llama nunca se extinguiese.
- Velar por los objetos sagrados que se guardaban en el Templo de Vesta, custodiados en el penus Vestae.
- Purificar el Templo de Vesta. Diariamente, tras limpiarlo, lo purificaban rociándolo con agua sagrada que traían de la Fons Camenorum. Era un manantial situado en la cercana arboleda de Carmenta (junto a Puerta Capena), tenido por morada de las Musas y, por tanto, considerado sagrado. Para evitar que se contaminase el agua, la transportaban en una futile, una vasija especial de boca ancha cuya base puntiaguda impedía apoyarla en el suelo.
- También eran quienes purificaban, rociándolos igualmente con esa agua sagrada, cuantas estatuas de dioses, templos o altares les demandasen.
- Elaborar la mola salsa (mollam salsam). Entre el 7 y el 14 de mayo solían recoger las primeras espigas de farro (cereal, trigo o espelta) y, tras desgranarlas, molían el grano. La harina obtenida la mezclaban con sal y agua sagrada (traída de la Fons Camenorum). Tras amasarla, la horneaban en vasijas porosas hasta conseguir la molla salsam, una torta salada, no comestible, considerada sagrada y de uso estrictamente ritual.
- También eran las encargadas de distribuir esa mola salsa entre los diferentes sacerdocios para que éstos pudiesen realizar sus sacrificios (purificatorios, expiatorios u ofrendas). Con ella, podían proceder a la inmolatio; esto es, esparcir ritualmente molla salsam sobre la víctima a sacrificar, purificándola así antes de ser “enviada” a los dioses. Tres veces al año (15 de febrero, 9 de junio y 13 de septiembre) la entregaban al Pontifex Maximus y a los Flámenes Dialis (supervisores del culto a Júpiter), Martialis (supervisores del culto a Marte) y Quirinalis (supervisores del culto a Quirino).
- Estaban habilitadas para dedicar altares y estatuas.
- Cuando se lo demandaban, intervenían con rogativas y plegarias para restaurar la pax deorum.
La pax deorum encarna el orden cósmico en el culto a los dioses. Según Cicerón, es la “justicia” con los dioses. Simboliza la concordia y la amicitia (amistad) con las divinidades; esto es, la piedad religiosa. En oposición, la impiedad surge de los elementos que fracturan ese pacto y conducen al caos. Ello motiva que, por las acciones que rompieron la pax deorum, los dioses castiguen a la comunidad.
En este ámbito, en las relaciones de los dioses con la sociedad, la intervención de las Vírgenes Vestales es radicalmente diferente a la del resto de sacerdotes y magistrados. Su participación en los rituales de expiación surge de la potencia de sus plegarias. Su pureza virginal las dotaba de un aura más espiritual, posicionándolas en un plano privilegiado para comunicarse con los dioses. De ahí que, como sacerdotisas públicas de la antigua Roma, su intervención fuese esencial.
Una de las tareas de las Vírgenes Vestales era realizar plegarias o precationes. Eran oraciones expiatorias necesarias ante acontecimientos inexplicables y negativos, considerados prodigios nefastos (señales del descontento de los dioses). Estos prodigia amenazaban la colectividad, ya fuesen internos (plagas o enfermedades que afectaban especialmente a las embarazadas y al ganado), o externos (guerras, terremotos, inundaciones, etc.). Precisaban un urgente tratamiento para recuperar el favor de los dioses.
Los prodigia se consideraban castigos divinos ante la mala actuación de los mortales (impietas). Suponían una falta de respeto hacia los dioses que provocaba la ruptura de la pax deorum. El prodigium no es lo que causa la ofensa de los dioses, sino su respuesta. Y, para restablecer la paz de los dioses (pax deorum) se realizaban expiaciones mediante una procuratio, según los prodigios afectasen a un individuo, a un grupo, o a toda la comunidad. Localizado el prodigio, había que hallar un culpable y castigarle. Luego había que realizar las pertinentes ceremonias para la expiación.
Se supone que la procuratio procede de ancestrales prácticas rituales grecolatinas, las supplicationes (acciones de gracias), que también incluían procesiones con cánticos, ofrendas, lectisternios, juegos o nuevos cultos.
Las supplicationes (rogativas o plegarias) tenían carácter público, y, en función de la necesidad de la ocasión, podían ser de tres tipos:
- Gratulatorias (gratuities).- Eran rogativas solicitando la beneplácita intervención de los dioses, generalmente en asuntos relacionados con la salud o con alguna celebración particular.
- Propiciatorias (propitiatorium).- Eran plegarias solicitando el favor de la divinidad.
- Expiatorias (expiatoriae).- Buscaban aplacar la ira de los dioses, restablecer la pax deorum. Aunque podían ser tan sólo plegarias, éstas solían incluir procesiones, libaciones y sacrificios.
No obstante, la participación de las Vírgenes Vestales en estos rituales de expiación solía ser complementaria a la intervención de los diferentes colegios sacerdotales y/o magistrados.
La que mancillaba su virginidad, si era encontrada culpable de incestum (la falta más grave y deshonrosa), era enterrada viva. Su muerte no era sólo un castigo, sino también una ofrenda de “expiación”: la única forma de recuperar el favor divino (pax deorum), pues éste se había perdido al ser mancillado. Si el delito no era así expiado, se presuponían terribles consecuencias para la comunidad. Ovidio (Fastos, Libro VI) explica el porqué de este castigo:
“Así perece la que es impura, pues se la mete en la tierra que ha violado, y es que la Tierra y Vesta son una misma divinidad”.
El día de ejecutar la condena, tras despojarla de las ínfulas y demás atributos propios del sacerdocio de las Vestales, se la cubría con un simple velo (pues nadie podía ver su rostro impuro). Acompañada por el Pontífice Máximo (Pontifex Maximus), en silenciosa procesión, era conducida en litera (cubierta con fuertes telas ligadas con cintas para que nadie pudiera oir sus lamentos) desde el Foro hasta la Puerta Colina. Junto a ella, en la parte interior de la ciudad (intra Pomerium), se encontraba el lugar de enterramiento: un escueto habitáculo subterráneo.
En su interior estaban dispuestos una cama vestida, una lucerna (lámpara) encendida, y unos pocos alimentos de los considerados indispensables para la vida (pan, leche, aceite y un cántaro con agua), como si tuvieran por sacrílego que muriera de hambre una persona consagrada a los más importantes ministerios. Allí, el Pontífice Máximo, tras las oportunas imprecaciones, la hacía descender al habitáculo por una escalera (que posteriormente se retiraba y rompía). Y se cubría enteramente con la tierra previamente retirada, quedando así expiada la pena. Por ello, el lugar fue conocido como Campo Scellerato (Campo Maldito).
Plutarco refirió cómo eran castigadas las que pierden la sagrada virginidad:
“Tras introducir en una litera a la condenada, cubriéndola desde fuera y cerrándola totalmente con correas, de modo que no se pueda oir ninguna voz, la transportan a través de la plaza. Todos se apartan en silencio y la acompañan calladamente, llenos de impresionante tristeza. No existe otro espectáculo más sobrecogedor, ni la ciudad vive ningún día más triste que aquél. Cuando llega la litera hasta el lugar, los asistentes desatan las correas y el sacerdote oficiante, después de hacer ciertas inefables imprecaciones, la coloca sobre una escalera que conduce a la morada de abajo. Entonces se retira él junto con los demás sacerdotes. Y una vez que aquélla ha descendido, se destruye la escalera y se cubre la habitación echándose por encima abundante tierra, hasta que queda el lugar a ras con el resto del montículo”.
En cuanto al cómplice, la pena era la muerte por flagelación en el Comitium (Comicio).
El castigo que sufrían las Vírgenes Vestales por las demás faltas eran azotes. El encargado de su ejecución era el Pontifex Maximus, quien lo aplicaba a la pecadora desnuda (o cubierta tan sólo con un velo) y a oscuras. Al tratarse de faltas leves, leves eran también estos castigos, pues su sangre, considerada sacrosanta, no se podía derramar.
Durante más de mil años el destino de Roma estuvo asociado al fuego eterno de Vesta y a las Vírgenes Vestales.
Sin embargo, con la irrupción del cristianismo, en el siglo I, inició una lenta decadencia. Aunque pervivió hasta el siglo IV, la declaración del cristianismo como Religión Oficial del Imperio fue su fin. Teodosio I, en el año 394, extinguió el fuego de Vesta y las Vírgenes Vestales fueron disueltas. Fue el último de los ritos paganos en desaparecer ante el cristianismo.