obelisco esquilino
FUENTES Y PLAZAS,  ROMA ARCAICA

EL OBELISCO ESQUILINO

El Obelisco Esquilino toma nombre de la plaza en que se asienta, Piazza dell’Esquilino. Tomó ese nombre por encontrarse en el monte Esquilino: una de las míticas siete colinas de Roma. Justo tras las paredes del ábside de la Basílica de Santa María la Mayor (Santa Maria Maggiore).

También es conocido con el sobrenombre de Obelisco Liberio, en referencia a la primera iglesia, construida en 356, por el Papa Liberio (y por él así llamada). Sobre ella, posteriormente, se levantó la actual Basílica de Santa María la Mayor (también conocida como Santa María de las Nieves).

Era uno de los dos (el otro es el actual Obelisco del Quirinal) que el emperador Domiciano (gobernó del 81 al 96), hizo traer de Egipto, de manufactura romana, para honrar la memoria de Augusto. Con ellos Domiciano ornamentó el Mausoleo de Augusto, donde los dispuso flanqueando la entrada.

 

obelisco esquilino en mausoleo
Obeliscos del Mausoleo de Augusto – Lámina de Giacomo Lauro.
Imagen: Harvard Art Museums

 

Supuestamente, ambos eran copia de los que se conocen como “Agujas de Cleopatra”, los que estuvieron en el “Cesáreo” (Caesareum). Éste era el templo que Cleopatra VII comenzó a construir frente al puerto de Alejandría en conmemoración de su amante asesinado, el deificado Julio César.

Eran dos obeliscos de tiempos de Thutmosis III (1481-1425 a.C.) que originalmente decoraban el templo de Ra, en Heliópolis. Augusto, al concluir la construcción del Cesáreo y rededicárselo a sí mismo (en 13 a.C.), los hizo traer de Heliópolis. Y los colocó ante la entrada del templo, flanqueándola, como emblema monumental de su éxito y como recordatorio de su continuo beneficio a Roma. Pese a ello, se les conoce erróneamente como «Agujas de Cleopatra», un término acuñado en el siglo XIX, cuando ambos obeliscos se trasladaron a sus emplazamientos actuales: uno a Nueva York (en Central Park) y el otro a Londres (en Victoria Embankment).​

La decadencia del Mausoleo de Augusto a partir del siglo II y los saqueos posteriores que se sucedieron en Roma, provocaron que ambos obeliscos acabasen derribados y fracturados. Quedaron entre las ruinas del Mausoleo y, poco a poco, fueron sepultados bajo los lodos que dejaba el Tíber tras sus continuos desbordamientos.

Así permanecieron hasta que en 1519 fueron hallados, fragmentados, en las inmediaciones del Mausoleo. Uno se enconcontró junto a la cercana iglesia de San Roque (“San Rocco all’Augusteo”, Largo San Rocco, 1)  y el otro en vía di Ripetta (junto al Puerto de Ripetta). Y allí quedaron hasta que más tarde fueron reubicados: hoy embellecen, respectivamente, las plazas del Quirinal y la del Esquilino.

Sixto V (Felice Peretti, Papa de 1585 a 1590) decidió transformar estos símbolos egipcios de divinidad e inmortalidad en trofeos de victoria del cristianismo sobre el paganismo.

 

Sixto V

 

Recordemos que en la cultura egipcia los obeliscos eran la materialización, en piedra, de los benéficos rayos del Sol, pues permitían el desarrollo de la vida en la tierra. Su cúspide, como en las pirámides, solía estar rematada con un pyramidion (o piramidón). Ésta era una pieza pétrea de forma piramidal, generalmente recubierta de oro, donde en ocasiones se colocaban inscripciones dedicatorias al dios Ra (o Amón-Ra), el dios del Sol.

El pyramidión  era, por tanto, el nexo de unión entre el Cielo y la Tierra, el punto donde convergían los rayos de Sol y esparcían su luz sobre la tierra. Sin embargo, el Obelisco Esquilino fue desprovisto de este elemento. En su lugar, Sixto V hizo colocar los símbolos heráldicos de los Peretti, la familia a la que él pertenecía: las montañas y la estrella de ocho puntas. El conjunto, fundido en bronce por el escultor Giacomo Tranquilli, fue rematado con el símbolo cristiano de la Cruz.

 

piramidón obelisco esquilino

 

Implicado en la renovación de Roma, Sixto V (que se hacía llamar “Restaurator Urbis”), ideó un nuevo plan urbanístico. En él trazó los principales ejes que guiarían esa reconstrucción en los siglos venideros. Y, como hiciera con otros obeliscos de Roma (como el Lateranense), los transformó en un gigantesco elemento de referencia que sirvieron de guía a todos peregrinos para llegar más fácilmente a las basílicas e iglesias más importantes de la ciudad.

Evidencia de ello es apreciable en la intersección de las vias delle Quattro Fontane y del Quirinale, el punto más elevado de la colina del Quirinal. Desde aquí pueden verse los obeliscos:

 

  • Esquilino (tras Santa María la Mayor).
  • Salustiano (ante Trinita dei Monti).
  • Quirinal (en Piazza del Quirinale, donde estuvo la residencia estival de los papas).

 

Sixto V decidió reubicar uno de los obeliscos en el espacio inmediato tras la basílica de Santa María la Mayor. Ese era el punto que marcaba el final de la strada Felice (hoy vía Sistina). Esta vía fue abierta por Sixto V (y por él así fue nombrada) para conectar este cerro, el Esquilino, con el del Pincio, a través de la vía que conduce a Trinitá dei Monti (donde está el Obelisco Salustiano). Además, de paso, su presencia también ornamentaba la entrada principal de la inmensa villa familiar de su propiedad: la “Villa Piretti-Montalto”. Ésta villa, como curiosidad, perduró hasta 1860, cuando fue derruida para la construcción de la nueva estación de Roma-Termini.

La ejecución de la obra se confió al arquitecto italiano Domenico Fontana (1543-1607).

Para reubicar el Obelisco Esquilino fue preciso dar amplitud a la plaza. Para ello fue preciso derribar viejas casas y demoler dos pequeñas iglesias: una dedicada a San Alberto y otra a San Lucas (sede del gremio de los Pintores desde 1478).

El Obelisco Esquilino mide 14’75  m. (25’53 m. incluyendo la base). Fue hallado partido en tres trozos y, al igual que su par (el del Quirinal, que mide 11 cm. menos), es de granito rosa y carece de inscripciones.

Tras recomponerlo, el Obelisco Esquilino fue reubicado en su actual emplazamiento el 28 de julio de 1587. Y, dada su escasa altura, se erigió sobre un suntuoso pedestal.

 

 

La basílica de Santa María la Mayor era muy apreciada por Sixto V. Su ábside acogía la reliquia del pesebre de Belén y una reproducción de la gruta del nacimiento, obras del arquitecto y escultor italiano Arnolfo di Cambio (1240-1302). Por ello, el Papa, reconsagrando el obelisco a la figura de Cristo, hizo grabar en cada una de las cuatro caras de su base diferentes epígrafes dedicatorios. Traducidos del latín, rezan:

 

  • En el lado Oeste (hacia la basílica):

“CRISTO, A TRAVÉS DE LA CRUZ INVENCIBLE, DA LA PAZ A SU PUEBLO, ÉL QUE QUISO NACER EN EL PESEBRE EN LA ÉPOCA DE LA PAZ DE AUGUSTO”.

 

  • En la cara Norte:

“ADORO A CRISTO SEÑOR, A QUIEN ADORABA EL AUGUSTO VIVO CUANDO NACIÓ DE UNA VIRGEN, POR LO QUE YA NO QUISO SER LLAMADO SEÑOR”.

 

  • Hacia el lado Este (donde se encontraba la desaparecida Villa Montalto):

“CON GRAN ALEGRÍA MIRO HACIA LA CUNA DE CRISTO, DIOS VIVO Y ETERNO, YO QUE TRISTEMENTE SERVÍ EN LA TUMBA DEL DIFUNTO AUGUSTO”.

 

  • En el lado Sur (hacia via Panisperna-vía di Santa María Maggiore):

«SIXTO V PONTÍFICE MÁXIMO ESTE OBELISCO TRAÍDO DE EGIPTO Y DEDICADO A AUGUSTO EN SU MAUSOLEO, MÁS TARDE DEMOLIDO Y DIVIDIDO EN VARIAS PARTES, TENDIDO EN EL CAMINO CERCA DE SAN ROCCO, RESTAURADO A SU ANTIGUA APARIENCIA, ORDENÓ QUE FUERA MÁS FELIZMENTE ERIGIDO AQUÍ EN HONOR DE LA SALUTIFERA CRUZ. EN EL AÑO 1587, TERCERO DE SU PONTIFICADO».

 

 

La Paz de Augusto, celebrada con el Ara Pacis, era ahora la Paz Cristiana. Así lo interpretó Sixto V, garantizándolo con la Cruz que colocó en la cúspide del ídolo pagano. Tras vigilar la tumba de Augusto, el obelisco Esquilino, ahora purificado y exorcizado, velaba por el humilde lecho que había acogido el nacimiento de Cristo.

Estos epígrafes aluden a la “Leyenda Áurea”, una serie de relatos “evangelizadores” compilados a mediados del siglo XIII por el arzobispo de Génova, el dominico Jacopo de la Vorágine. En ella refiere que, según el Papa Inocencio III, el Senado quería adorar a Augusto como un dios, por haber aunado y pacificado el mundo entero. Sin embargo, el emperador, prudente, no quiso usurpar el nombre de “inmortal” por saber bien que tan sólo era un hombre, un mortal.

Entonces los senadores insistieron en conocer por qué Augusto había preguntado a la Sibila para saber si alguna vez nacería en el mundo alguien mayor que él. Al parecer esto ocurrió el día del nacimiento de Cristo, y ambos, emperador y Sibila, se encontraban solos en una habitación. Entonces apareció alrededor del Sol un círculo dorado, y, en él, la imagen de una virgen muy hermosa con un niño en su vientre. La Sibila mostró este presagio al emperador y, mientras éste miraba fijamente la visión, se escuchó una voz que decía:

 

“¡Este es el Altar del Cielo!

 

Ante lo cual la Sibila exclamó:

 

“Este niño es más grande que tú. ¡Adóralo!”

 

La habitación donde acaeció este suceso fue entonces consagrada a la Virgen, y allí Augusto hizo erigir un altar. De aquí derivaría el nombre de “Ara Coeli” (Altar del Cielo) con el que se conoce la basílica que posteriormente se erigió en ese lugar, la actual Santa Maria in Aracoeli. Éste es, curiosamente, el primer edificio ‘cristiano’ antes de Cristo.

No obstante, el mismo texto áureo refiriere que San Timoteo halló el mismo hecho en otros libros de la antigua Roma, pero contado de diferente manera. Según éstos, tras 35 años en el poder, Augusto subió al Capitolio y preguntó a los dioses quién gobernaría el Imperio después de él. Y los dioses le respondieron:

 

“Un niño celestial, hijo del Dios viviente, nacido de una virgen inmaculada”.

 

Posteriormente Augusto hizo construir allí un Altar, y talló en él las siguientes palabras:

 

“Este es el altar del hijo del Dios viviente”.

 

Estos relatos legendarios también se recogieron en las Mirabilia Urbis Romae, las guías medievales de la antigua Roma. Y gracias a su divulgación han llegado hasta nosotros.

Desde que se erigió, en 1587, el Obelisco Esquilino preside la plaza en que se ubica. Se alza ante la majestuosa escalera que da al ábside de la basílica de Santa María la Mayor. Un legendario espacio repleto de historia que nos hace añorar, aún más, la inolvidable e Infinita Roma.

 

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