SANTA INÉS
Nacida en Roma alrededor del año 291, Santa Inés (Agnese en italiano) fue una joven que, a sus 13 años, pereció martirizada en Roma el 21 de enero del año 304.
No obstante, es más conocida como Santa Inés de Roma, por diferenciarla de otras santas homónimas.
El testimonio más antiguo sobre ella figura en el llamado “Depositio Martyrum”, una recopilación (anterior al año 336) de la Iglesia Romana de los aniversarios de los mártires. En él consta el 21 de enero del año 304 como “dies natalis”; esto es, el día de su martirio y resurrección a la nueva vida.
Desde entonces, ninguna otra virgen mártir recibió tantos honores de la Iglesia primitiva, siendo elogiada por multitud de autores: San Ambrosio (aprox. 340-397), San Agustín de Hipona (354-430), San Jerónimo de Estridón (aprox. 374-420), San Dámaso I (Papa del 366 al 384), Prudencio (aprox. 348-415), y un largo etcétera.
Su figura se ensalzó con prodigiosas versiones que se han ido fusionando y enriqueciendo a lo largo de los siglos. Y, aunque algunas difieren en pequeños detalles, quizá fruto de malas traducciones, su vida y pasión es hoy legendaria.
La tradición nos la presenta como hija de una noble familia romana, cristiana y de origen patricio. En el año 303, cuando contaba 12 años de edad, Inés era una joven rica y de extraordinaria belleza que había consagrado su virginidad a Cristo. A esa edad solían contraer matrimonio las romanas de la época, y de ella se encaprichó el joven Fulvio. Pero éste, viéndose continuamente rechazado pese a sus reiteradas pretensiones, la denunció, por cristiana, a su padre Sempronio, Prefecto de Roma.
Imperaban entonces las persecuciones cristianas de Diocleciano (Cayo Aurelio Valerio Diocleciano, emperador romano desde el año 284 al 305). Y quienes se negaban a sacrificar a los dioses patrios eran condenados a muerte. Así, juzgada por el Prefecto de Roma, éste la sentenció, como virgen que era, a atender el fuego sagrado del Templo de Vesta. Inés, perseverando en sus fuertes convicciones cristianas, se negó a tal idolatría, y por ello la enviaron al lupanar del Estadio de Domiciano.
También conocido como circus agonalis (campo de juegos), el Estadio de Domiciano albergaba bajo su graderío un popular lupanar. Era corriente entonces la práctica de encuentros sexuales bajo las arcadas de estos edificios públicos, cuyas profundas bóvedas conferían la oscuridad necesaria para estos menesteres. De ahí procede el término “fornicación” (del latín “fornicatio –onis”) acuñado derivado del latín fornix = arco. Recordemos también que en la antigüedad a las prostitutas se las llamaba lupa (loba), quizá por su semejanza a este animal, que solía vagar en busca de sustento y dispuesta a devorar cualquier presa capturada. Al ser lugares frecuentados por éstas, y donde ejercían, recibieron el nombre de “lupanar” (del latín lupānar, -āris = prostíbulo, casa de prostitución).
Allí llevaron a Inés para obligarla a prostituirse y a exhibirse desnuda. Pero el pelo le creció de forma tan extraordinaria y rápida que cubrió todas sus intimidades. Nadie quiso acercarse a ella, excepto el rechazado Fulvio. Y, cuando éste pretendió yacer con ella, al acercarse, un celestial destello luminoso lo cegó, cayendo fulminado al suelo. Inés, compadecida, imploró por su salvación, y éste, tras recuperarse y recobrar la vista, desistió de sus propósitos.
Enterado del suceso, el Prefecto Sempronio quiso dejarla libre, pero temiendo ser por ello destituido y desterrado, decidió traspasar el asunto de Inés a su ayudante. Éste, al parecer un tal Aspasio (Aspasius), ante lo acaecido en el lupanar, y comprobando que Inés abjuraba de los dioses paganos manteniéndose en sus convicciones cristianas, optó por sentenciarla a morir en la hoguera.
Se cuenta que, encendida la pira, las llamas ni la rozaron, pues se apartaron milagrosamente dejando indemne a la joven Inés. Y al elevar sus plegarias al Cielo, las llamas cesaron al instante. Tras ello, decidieron decapitarla, pero el temor que sintió su ejecutor hizo que le temblasen las manos en el momento preciso. Inés murió como un cordero, degollada, un 21 de enero del año 304, a la edad de 13 años.
Sus restos mortales fueron recogidos por sus padres y sepultados en las catacumbas de la II Milla de la vía Nomentana, luego por ella renombradas “Catacumbas de Santa Inés” (Via Nomentana, 349).
Aquí construyó Constanza, hija del emperador Constantino I, su propio Mausoleo, pues quiso eternizarse junto a la santa, de quien era fiel devota. Y sobre la propia tumba de la mártir hizo edificar una iglesia. Más tarde, en el siglo VII, el Papa Honorio I (Papa del 625 al 638) la transformó en una grandiosa basílica: la actual Basílica de Santa Inés Extramuros (Sant’Agnese fuori le Mura). En ella se custodian los restos mortales de Santa Inés, que desde 1615, por expreso deseo de Pablo V (el romano Camilo Borghese, Papa de 1605 a 1621), se conservan en una urna de plata.
En esa misma urna, ubicada en la cripta bajo el Altar Mayor, comparte lecho desde entonces con los restos de Santa Emerenziana (o Emerentiana), que ya reposaban allí desde el siglo IX.
Tradicionalmente se considera a Emerenziana como la mejor amiga y compañera (“hermana de leche”) de Santa Inés, de su misma edad e hija de su nodriza. Dos días después del entierro de Inés había ido a rezar ante su tumba en compañía de otros cristianos. De improviso fueron increpados por un grupo de fanáticos paganos que se burlaban y mofaban de ellos. Todos los cristianos allí congregados se dispersaron, menos Emerenziana, que, en lugar de acobardarse y huir, les increpó por haber acabado con su mejor amiga. Éstos, enfurecidos, comenzaron a arrojarle piedras, y a pedradas la mataron. Al parecer Emerenziana era catecúmena (instruyéndose en la doctrina católica para recibir el bautismo), y pereció bautizada con su propia sangre.
Los padres de santa Inés la dieron sepultura en el Coemeterium Maius (Cementerio Mayor), en terrenos próximos de su propiedad. Sobre su sepulcro se construyó posteriormente una pequeña iglesia, de la que, según el “Liber Pontificalis”, tan sólo consta que fue restaurada por Adriano I (Papa del 772 al 795).
Hoy no queda rastro alguno de esa construcción. Y los restos de Santa Emerenziana fueron trasladados en el siglo IX junto a los de Santa Inés. Su festividad, reverenciada como virgen y mártir en el Martirilogio Romano, se conmemora el 23 de enero. En la iconografía suele aparecer representada como una niña con piedras en su regazo y sosteniendo una palma con su mano diestra.
En el siglo VIII, en el lugar donde sufrió martirio Santa Inés, se erigió otra iglesia en su honor. Es la actual iglesia de Santa Inés en Agone (Sant’Agnese in Agone, en piazza Navona). Se construyó sobre las mismas gradas del Estadio de Domiciano, inaugurado por el emperador Tito Flavio Domiciano en el año 86. Sus restos aún perduran soterrados (a unos 6 m.) bajo la actual plaza Navona, que conserva su forma y dimensiones (unos 275 m. de largo y 106 de ancho).
No está de más comentar que de este estadio (circus agonalis) tomó nombre la iglesia (in Agone). Y también la plaza, cuyo topónimo actual deriva, por corrupción, del mismo término: de “in agone”, pasó a “innagone”, “navone” y de ahí al actual “Navona”.
Una estatua de la santa puede verse en el frontispicio de esta iglesia. Su imagen preside la plaza y es emblema permanente de la secular espiritualidad de Roma. Además, en su interior se custodia y venera el cráneo de Santa Inés (en la capilla Doria Pamphili).
También allí puede verse la maravillosa escultura “Santa Inés en llamas”, realizada en 1660 por el prestigioso escultor italiano Ercole Ferrata (1610-1686), alumno predilecto de Bernini.
En el solar donde nació y residió Santa Inés se encuentra hoy el Almo Collegio Capránica. Fue el primer Seminario que se construyó en Roma, edificado en 1451. Uno de sus alumnos fue Pío XII (el romano Eugenio Pacelli, Papa de 1939 a 1958), quien concluyó aquí carrera sacerdotal. En él se la venera como patrona, en la Capilla de Santa Inés, erigida donde tradicionalmente se cree que estuvo la casa familiar.
Sostiene la tradición que a los ocho días de su muerte Inés se apareció en “gran Gloria” a sus padres cuando éstos oraban ante su tumba. Se apareció sosteniendo un corderito blanco y rodeada de multitud de vírgenes y ángeles, anunciándoles su dichosa felicidad en el Cielo. Ésta festividad también ha pasado a los anales históricos, referenciándose en todos los martirologios como “Santa Inés segundo”. Su culto inmemorial, vetus ordo (el viejo orden) se conmemora el 28 de enero, como segunda fiesta, correspondiente al día octavo de su Triunfo.
En la iconografía clásica Santa Inés se representa portando una rama de palmera: es la palma del martirio, símbolo bíblico que representa la victoria del espíritu sobre la carne. Más comúnmente aparece acompañada de un cordero, quizá por compartir raíz el término latino “agnus” (cordero) y el italiano “Agnese” (Inés), o quizá en alusión al cruel martirio que padeció (degollada como un cordero).
Sea como fuere, una antigua ceremonia surgió en la Basílica de Santa Inés Extramuros (Sant’Agnese fuori le Mura): Allí, cada 21 de enero, se consagran cada año dos blancos corderitos con cuya lana se confeccionarán los Palios litúrgicos. Los animales son criados luego por los padres trapenses en la Abadía delle Tre Fontane hasta que llega el tiempo de esquilarlos. Tras ello, la lana se envía a las monjas benedictinas de Santa Cecilia in Trastévere, quienes se encargan de confeccionarlos. Finalmente, se mandan al Vaticano, donde se colocan en un cofre de plata sobre la tumba de San Pedro hasta su imposición.
Recordemos que Palio (del latín pallium = manto) es una estola sagrada de blanca lana, a modo de faja, de unos 6 cm. de ancho. Carga sobre los hombros, y de él penden, por pecho y espalda, sendas tiras rectangulares. Está ornamentado con cinco cruces, negras o rojas, que representan las llagas de Cristo, y con tres clavos metálicos, en recuerdo de los clavos de la Pasión.
Su uso, restringido a grandes solemnidades, está reservado al Papa y a los arzobispos metropolitanos. Es el mismo Papa quien, cada 29 de junio, festividad solemne de los santos Pedro y Pablo, principales patronos y fundadores de la Iglesia de Roma, lo impone a los nuevos arzobispos.
Nunca sobra recordar que el Sagrado Palio es símbolo litúrgico de jurisdicción eclesiástica. Manifiesta la estrecha unión con el Pontífice romano y la misión pastoral. Su significado está basado en la “Parábola de la oveja perdida” narrada en el Evangelio según San Mateo (Mt. 18.12). Esta parábola fue para los Padres de la Iglesia una imagen del misterio de Cristo y de la Iglesia. Benedicto XVI (Joseph Ratzinger, Papa de 2005 a 2013), lo explicó así:
“La humanidad -todos nosotros- es la oveja descarriada en el desierto que ya no puede encontrar la senda. El Hijo de Dios … la pone sobre sus hombros, carga con nuestra humanidad, nos lleva a nosotros mismos, pues Él es el Buen Pastor, que ofrece su vida por las ovejas”.
Santa Inés, es símbolo de humildad, pureza y castidad. Es patrona y protectora de las vírgenes, así como de novias, tricólogos (médicos especialistas del pelo y cuero cabelludo) y de la Orden de la Santísima Trinidad. Y también es patrona de los jardineros, pues como jardín cerrado se simbolizaba antiguamente la virginidad.
Su martirio ha llegado hasta nuestros días como testimonio vital de su virginidad, libre y conscientemente mantenida. Su decisión de conservarla, aún a costa de su propia vida, refleja ese doble título (Virgen y Mártir) que transformó su vida y que la honra. Todo un ejemplo cristiano que debemos preservar y no dejar caer en el olvido.