FACCHINO (ESTATUAS PARLANTES)
La fuente de Il Facchino fue realizada entre 1587 y 1598 por escultores florentinos. Diseñada y costeada por el pintor florentino Jacopino del Conte, con ella decoró la fachada de la casa donde residió (en vía del Corso, frente a la iglesia de San Marcelo), hasta que ésta fue demolida en 1724.
En 1847 se reubicó en la fachada principal del Palazzo De Carolis. Pero por razones de viabilidad, para protegerla de los golpes de los carruajes y de las pedradas de los chiquillos, en 1872 se trasladó a su actual emplazamiento, en la fachada lateral derecha del mismo edificio (hoy Banco de Roma).
HISTORIA DE IL FACCHINO
Alimentada por el Acqua Vergine (el acueducto que Marco Vipsanio Agrippa llevó a Roma en el año 19 a.C. para alimentar sus baños termales), esta pequeña fuente está inspirada, al parecer, en los Acquaroli. Este era un gremio muy popular en ese barrio. Se dedicaban a recoger agua del Tíber por las noches (o de las fuentes abundantes próximas, como la Fontana de Trevi). La almacenaban en pequeños toneles y durante el día la vendían por las calles o directamente por las casas, de puerta en puerta, a precios módicos. Un oficio que desapareció a finales del siglo XVI, tras la restauración por los Papas de los antiguos acueductos que abastecían a la ciudad.
La fuente representa el busto de un hombre, arremangado, que sostiene un pequeño tonel. De éste, por una cánula central, se vierte el agua a una pequeña pila semicircular inferior.
No obstante, la gorra y vestimenta que luce el busto son las típicas del gremio de los porteros. De ahí su nombre, Facchino (Portero). Además, en una placa que había sobre ella cuando se removió la fuente a su actual emplazamiento (hoy perdida), un tal abad Godard suscribía esta dedicatoria:
«Para Abbondio Rizio, coronado (portero) en las calles públicas, muy talentoso para atar paquetes. Llevaba todo el peso que quería, vivía tanto como podía; pero un día, mientras llevaba un barril de vino en el hombro y otro en su cuerpo, murió en contra de su voluntad».
La frase «coronado (portero) en las calles públicas« se refiere al rito asociativo entonces existente. Los veteranos acompañaban al novato por las calles hasta llegar a su portería, el puesto para él reservado. Allí mismo le ponían una corona, hecha de acelgas u otros vegetales, y le obligaban a sentarse repetidamente en la acera hasta dejarlo exhausto. Después, todos quienes le acompañaban le daban de beber. Y así, coronado sobre la acera, se entendía que “ha tomado posesión”. La ceremonia transcurría en una grata algarabía, entre irónicos cánticos, y siempre terminaba, felizmente, en la taberna.
No está de más añadir que, fruto posiblemente de la fantasía popular, hay quien ha creído ver en el busto del portero el semblante de Martín Lutero, quien en 511 se alojó en el cercano monasterio de los Agustinos. Una posible coincidencia que explicaría la cara hinchada y deteriorada del portero, no tanto por el paso del tiempo, sino más bien por las pedradas que, a causa de ese parecido, le propinaron los chavales de entonces.
Otros han creído ver en Il Facchino la efigie del croata Marco Antonio de Dominis, un arzobispo jesuita acusado de hería por Pablo V y encarcelado en el Castel Sant’Angelo, donde, al parecer, falleció envenenado el 8 de septiembre de 1624, antes de que finalizase su causa. No obstante, su muerte no dio fin al proceso. Éste prosiguió con sus investigaciones hasta el 20 de diciembre de ese mismo año. Ese día se celebró el juicio en la Iglesia de Santa María Sopra Minerva, entonces sede de la Inquisición.
Allí, en presencia de su ataúd, trasladado exprofeso para la vista, se pronunció una severa sentencia post mortem. El cónclave lo declaró, a él y a sus obras, herejes, privándole de todos los honores eclesiásticos y confiscando sus propiedades. Entregó el cuerpo a las autoridades civiles para ejecución de la sentencia. Al día siguiente, por orden de la Inquisición, su cuerpo fue sacado del ataúd. Lo arrastraron por las calles de Roma y lo quemaron públicamente, junto con sus obras, en el Campo di Fiore.
Como otras estatuas de la ciudad, sobre todo tras la vigilancia a la que se vio sometido “Pasquino”, Facchino también aireó los abusos, la corrupción y el mal gobierno de la curia, denunciando sus depravadas costumbres, por lo que pasó a ser una de las “estatuas parlantes” de Roma, integrándose en el Congresso degli Arguti (Congreso de los Ingeniosos), junto a Pasquino, Marforio, Abatte Luigi , Babuino y Madama Lucrezia.