ODEÓN DE DOMICIANO
Como se infiere, el Odeón de Domiciano toma nombre de su promotor, Tito Flavio Domiciano (Titus Flavius Domitianus, 51-96 d.C.).
A los 30 años Domiciano se convirtió en emperador de Roma, gobernando el Imperio entre el 81 y 96 d.C. como Imperator Caesar Domitianus Augustus. Entre las muchas tareas que tuvo que abordar estaban la reconstrucción de la ciudad y consolidarse en el poder.
Un devastador incendio había destruido, en el año 80, el Templo de Júpiter Capitolino y arrasado el Campo de Marte. Y Domiciano aprovechó la ocasión para reconstruir el templo, reinstaurando también los Juegos Capitolinos que llevaban tiempo sin celebrarse.
Estos juegos (ludi Capitolini) se instituyeron tras el saqueo de Roma del 390 a.C. para conmemorar el rescate del Capitolio de los galos, comandados por Breno. Un rescate que le costó a Roma 1.000 libras de oro (unos 327 Kg.) y que los romanos consideraban, por ello, vergonzoso. Para borrar esta ignominia, el dictador Marco Furio Camilo instituyó estos juegos en 387 a.C., considerando que sólo a los dioses se debía la salvación de Roma. Fueron consagrados a Júpiter, e inicialmente se celebraban anualmente (duraban 16 días).
Domiciano, a semejanza de los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia, los restableció en 86 d.C. como Agone Capitolini. Consistían en competiciones ecuestres, gimnásticas y musicales (equestris, gymnicus y musicus). Se celebraron cada cuatro años y en ellos se alababa tanto al dios Júpiter como al emperador, quien presidía los espectáculos y otorgaba los premios en persona. Fueron un escenario idóneo para la exaltación del especial vínculo entre el emperador y la divinidad, inscrito en un espectáculo de primer orden en la capital del Imperio: justo lo que Domiciano pretendía.
Los agones (juegos al modo griego) gimnásticos y musicales fueron instituidos por primera vez en Roma por Augusto, en conmemoración de su victoria en Actium (31 a.C.). Nerón los imitó con los ludi Iuvenales, un certamen que incluía carreras de caballos, concursos de gimnasia y música. Él mismo participó en ellos, obteniendo fácilmente la “Palma”. Pero con él degeneró esta competitiva herencia helena, llegando a ser menospreciada, e incluso objeto de burla, por la Roma culta.
Pero con Domiciano alcanzaron su máxima expresión, convirtiéndose en los juegos más prestigiosos del Occidente romano. Tanta, que a partir de entonces los romanos contabilizaron los años, en lugar de por lustros, por Juegos Capitolinos (como en la antigua Grecia lo hacían por Olimpiadas).
Si bien para los juegos ecuestres (agone equestris) Roma contaba con el Circo Máximo, no disponía de edificaciones adecuadas para las otras dos disciplinas. De ahí que Domiciano construyera, ex profeso, un Estadio (hoy bajo Piazza Navona) y un Odeón para acoger, respectivamente, los agone gymnicus y musicus.
El término Odeón procede del latín odeum, que literalmente designa la construcción destinada a audiciones musicales. Deriva del griego odeion=”lugar de canto” (y éste de ode=”canto”), y de él han llegado hasta nuestros días vocablos como “oda” (poema), “rapsodia” (composición instrumental poética) y “aedo” (poeta cantor).
En la arquitectura clásica romana el Odeón era una variedad del teatro griego. Era algo más elevado, y solía estar cubierto casi en su totalidad, lo que le dotaba de un entorno propicio para la audición. Por sus características, se destinó a todo tipo de espectáculos de audición, tanto musicales como de canto y poesía.
El Odeón de Domiciano se construyó en el Campo de Marte, en la pequeña colina entonces conocida como Monte Giordano. Su estructura era similar a la de un teatro griego, pero presumiblemente cubierto, con una escena de unos 100 m. enfrentada a un graderío semicircular cuyo aforo se estima en unos 10.600 espectadores.
En él se celebraban, en honor a Júpiter Capitolino, protector de la ciudad, los agone musicus: concursos de elocuencia, poesía (griega y latina) y, sobre todo, de música.
La importancia de la música para los romanos la heredaron del mundo griego. El historiador Plutarco (Lucius Mestrius Plutarchus, 46-120 d.C.), en su obra “De música” (contenida en “Moralia”) ya dejó constancia de la importancia que para los griegos tenía la música:
“Creían, de hecho, que el alma de los jóvenes debía moldearse y equilibrarse a través de la música, ya que se revelaba útil en todas las circunstancias y en toda empresa que requiriera compromiso, especialmente en los peligros de la guerra”.
Domiciano presidía los agone ataviado “a la griega”: vestía una toga púrpura, calzaba sandalias y tocaba su cabeza una corona de oro con las efigies de la tríada capitolina (Júpiter, Juno y Minerva). Siempre era acompañado de los sodales Flaviales Titiales (sacerdotes encargados del culto a la gens Flavia) y el flamen Dialis (supervisor del culto a Júpiter). Éstos iban tocados con una corona idéntica a la del emperador, que contaba también con la efigie del propio Domiciano. Así lo refiere el historiador romano Suetonio (Gaius Suetonius Tranquillus, 70-126) en su obra “Vidas de los doce césares”.
La popularidad alcanzada por los Agone Capitolini quizá se debiese a la presencia del emperador, que los presidía. Gentes procedentes de todo el Imperio, sobre todo del Oriente, participaban en los certámenes (bárbaros y esclavos estaban excluidos). Presumiblemente alentados por los generosos premios que en él se concedían, en particular la “ciudadanía romana”, un privilegio que otorgaba el emperador en persona. Quienes la obtenían solían asumir, en señal de tal reconocimiento, el praenomen y el nomen del emperador. Y los que ya eran romanos los tomaban igualmente, pero a título honorífico, según recogen las fuentes epigráficas.
Además de tan generoso “trofeo”, se otorgaban coronas (de oro o roble) y palmas honoríficas. Y también premios en metálico, concesiones alimenticias (obsonia) y el derecho, al regresar a su ciudad de origen, a entrar en ella “triunfalmente” (eiselasis).
Se sabe, también por Suetonio, que el poeta Estacio (Publius Papinius Statius, aprox. 45-95 d.C.) participó en los certámenes del agone musicus. En varias ocasiones obtuvo la victoria, y en una de ellas recibió, de manos del propio Domiciano, una corona de oro por una silvae (un poema, hoy perdido) sobre la guerra dacio-germánica que éste había sostenido.
En tiempos de Trajano (Emperador del 98 al 117) el Odeón de Domiciano fue restaurado por el arquitecto Apolodoro de Damasco. Su estructura se mantuvo íntegra hasta la época de Juliano “el Apóstata” (Flavius Claudius Iulianus, emperador del 361 al 363). Y, aunque los agone musicus siguieron celebrándose, paulatinamente fueron decayendo, pues realmente nunca fueron rivales para los populares combates de gladiadores o las carreras circenses.
Finalmente, con la llegada del cristianismo fueron abandonados. Se consideraron entonces espectáculos “pecaminosos”, pues con frecuencia se recitaba en un ambiguo lenguaje sexual. Además, las mujeres, que también participaban, solían acudir a ellos con escasos o provocativos ropajes. Para la naciente moral cristiana el arte era bueno si con él se ensalzaba a Dios o a los santos. Lo demás se consideró “profano”; esto es, no sagrado: en suma, “pecado”.
Así las cosas, el Odeón de Domiciano fue progresivamente decayendo, acabando en ruinas a finales de la Edad Media. Y previsiblemente, como sucedió con otros muchos edificios de la Antigua Roma, sus restos fueron expoliados, reutilizándose para las nuevas construcciones o para la producción de cal.
La cávea perduró hasta el siglo XV, y sobre sus ruinas la familia Massimo erigió una casa palaciega. Era ésta una antigua familia romana de rancio abolengo: decían descender del legendario Quinto Fabio Máximo (275-203 a.C.), el cónsul que contuvo a Aníbal con tácticas dilatorias cuando éste invadió suelo romano.
No obstante, durante el fatal “Saco de Roma” (1527) el palacio sufrió graves daños y tuvo que reconstruirse (entre 1532-1536). Es el actual Palazzo Massimo alle Colonne, así llamado por la magistral columnata dórica que decora su fachada principal, en la actual corso Vittorio Emanuele II (la antigua Via Papalis).
El edificio es una obra maestra del arquitecto sienés Baldassarre Peruzzi (1481-1536), y el último que construyó. La fachada principal, convexa, respeta la curva formada por la antigua cávea del Odeón de Domiciano, en que se asienta. Su interior alberga notables obras, destacando las del pintor y escultor italiano Daniele da Volterra (Daniele Ricciarelli, l509-1566).
Como curiosidad, Daniele da Volterra sería luego conocido como “il Bragghettone” (el Calzones). Un apodo “merecido” por ser quien cubrió los desnudos del “Juicio Final”, pintados por el genial Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Lo hizo a instancias de Paulo IV (Gian Pietro Carafa, Papa de 1555 a 1559), al considerar tales desnudos “indecorosos y obscenos” en lugar tan sagrado.
El acceso trasero al Palacio, por Piazza de’ Massimi, presenta una fachada renacentista, íntegramente decorada al “claroscuro”. Se corresponde con la zona donde, en su día, estuvo el centro de la escena del Odeón de Domiciano. Los frescos fueron encargados en 1523 por Domenico Massimo con motivo de la boda de su hijo Angelo. Son obra del pintor Polidoro da Caravaggio (Polidoro Caldara, h/ 1497-1543), y reproducen un ciclo narrativo (hoy bastante deteriorado) con escenas de la vida de Judith, descritas en el Antiguo Testamento (“Libro de Judith”).
La fachada cuenta con tres plantas, y un bello portal renacentista, acompañado de dos puertas de mármol, en cuyos arcos rebajados constan las inscripciones ”CAMILLUS MAXIMUS” (en la primera) y “RESTITUIT AD MDCCCLXXVII” (en la segunda).
En estos bajos se instaló (en 1467) la primera imprenta romana de tipos móviles, a cargo de los tipógrafos alemanes Arnold Pannartz y Conrad Schweynheim. Allí (“in domo di Pietro Massimi”) se imprimieron obras clásicas de Salustio, Séneca o Estacio, y las memorables “Epistulae ad familiares”, de Cicerón, y “De Civitate Dei”, de San Agustín. Así lo recuerda una placa entre ambas puertas. Tras de disolverse esta sociedad (1476), allí se grabó, en placas de cobre, la “Cosmografía”, de Claudio Ptolomeo (100-170); un trabajo posteriormente completado y publicado en 1478 por el también alemán Arnold Buckinck.
También allí estuvo ubicada la Superintendencia de Oficina Pontificia de Correos, traslada en 1849 al Palazzo Madama (hoy sede del Senado).
Frente a esta fachada trasera, en el centro de la Piazza de’ Massimi, se encuentra el único resto visible que hoy perdura del antiguo Odeón de Domiciano. Es una columna de unos 8’60 m. de altura, de mármol blanco “cipollino”, con capitel corintio. Se halló en 1937, fragmentada en cuatro trozos, y se supone que era una de las 90 que decoraban la escena del edificio. Tras su restauración, en 1950 se colocó en esta plaza en memoria de tan insigne edificio.
Todo un hito evocador que nos transporta a la Antigua e Infinita Roma.