TANAQUIL
Pese a que la biografía de Tanaquil se hunde en lo legendario, se sabe que había nacido en la ciudad etrusca de Tarquinia, y que vivió entre los siglos VII y VI a.C.
Según refiere la tradición, era una mujer ambiciosa, inteligente, e instruida en medicina y matemáticas. Nacida en el seno de una familia noble, y pese a disponer de servidumbre, era una hábil tejedora. Tenía un especial talento en el empleo del huso y la rueca. Pero, sobre todo, destacaba por su innata capacidad profética, mostrando grandes dotes en la interpretación de augurios.
Se casó con Lucumón, hijo de un acaudalado exiliado griego, llamado Demarato de Corinto, que se había establecido en Tarquinia. Consciente de que su marido, al ser de procedencia extranjera, no conseguiría prosperar entre los suyos, le animó a emigrar a Roma.
La leyenda refiere que cuando contemplaban la ciudad desde el Janículo, un águila voló sobre la cabeza de Lucumón y le arrebató el sombrero. Pero, tras remontar así el vuelo, al poco regresó y volvió a colocárselo de nuevo sobre la cabeza. Tanaquil, versada en los auspicios, interpretó el hecho como una predestinación a la realeza, tal y como se lo reveló la “coronación” del ave de Júpiter. Y Así fue.
Tras instalarse en Roma, romanizaron su nombre. Lucumón, a cambio del suyo griego, se hizo llamar Lucio Tarquinio Prisco, mostrando así su adaptación al pueblo romano. Tanaquil, cuyo nombre en su lengua natal significa “regalo de Gracia” (quizá una corrupción de “Taracia”), también adoptó un nombre romano, y se pasó a llamar Gaia Cecilia, pues ambas partes del nombre (Gaia y Cecilia) vienen de una raíz etrusca que significa “feliz” (en latín, el masculino correspondiente era Gaius -“alegre”-, nombre habitual con el que los padres solían nominar a sus vástagos, expresando así su deseo de que éste fuese dichoso a lo largo de su vida).
Poco a poco el matrimonio se integró perfectamente en la sociedad romana. Educados, cultos, afables, y siempre predispuestos a ayudar a cuantos le rodeaban o lo necesitaban, su buena fama alcanzó pronto los oídos del rey Anco Marcio, quien nombró a Tarquinio tutor de sus hijos. Al cabo, también hizo de él su insustituible consejero, haciéndole partícipe en casi todas sus decisiones políticas, como si fuese su socio en el reinado.
Cuando el rey murió, sus hijos, aún menores para sucederle en el trono, fueron hábilmente alejados de Roma por Tanaquil. Ésta instó a su marido a presentarse en el Comitium (Comicio) para, aprovechando su popularidad, y en contra de los derechos de los pupilos reales, hacerse elegir por el pueblo quinto rey de Roma. Así sucedió, y Tarquinio reinó del 616 al 579 a.C.
También jugó un importante en la subida al trono de su sucesor, Servio Tulio. Éste, al parecer, era originario de Vulci e hijo de una sierva llamada Ocresia (de ahí su nombre Servius = Siervo). Ocresia, aunque noble, había devenido en esclava, pero Tanaquil, compadecida y viéndola embarazada, la acogió en palacio, donde finalmente dio a luz al niño. La tradición refiere que en cierta ocasión Tanaquil observó que, mientras Servio dormía, una aureola de fuego cubría su cabeza, sin que las llamas le causaran daño alguno. Interpretó este prodigio como que el niño estaba predestinado a la realeza. A partir de entonces lo crio como propio y, con el tiempo, lo casó con una hija suya, convirtiéndolo en su yerno.
Tras el asesinato de Tarquinio Prisco a manos de los hijos de su predecesor (Anco Marcio), Tanaquil, ocultando la muerte de su esposo, exhortó al pueblo a que proclamara rey a su yerno Servio Tulio, diciéndoles que Tarquinio lo había nombrado regente hasta que se repusiese de sus heridas. Tras ganarse el respeto del pueblo y controlar a la nobleza, Tanaquil y Servio anunciaron entonces la muerte de Tarquinio. Así se hizo Servio Tulio con la corona de Roma, y estuvo al frente de la urbe desde el año 578 hasta el 535 a.C.
La fama de Tanaquil fue tal, que por sus habilidades domésticas representaba para los romanos el ideal de mujer. Por ello, a su muerte fue deificada, quizás asimilada a una diosa anterior llamada Gaia -identificada con Gea, la diosa madre griega que en el panteón romano fue Terra –Tierra (una diosa ancestral del fuego del hogar similar a Vesta) y adorada junto con los Lares y Vulcano.
Los romanos la honraron como Gaia Cecilia, erigiendo una estatua suya de bronce en el Templo de Sancus (junto a la Puerta Sanqualis). La gente la raspaba, pues creían que sus limaduras poseían poderes curativos. También allí se conservaron el huso y la rueca que tanto usó a lo largo de su vida.
Y dos togas que ella misma había tejido para el rey Servio Tulio, consideradas sagradas por salir de sus propias manos, se conservaron en el Templo de Fortuna, en el Foro Boario (en la actual Área Sacra de San Omobono). Allí cubrieron durante muchos años la imagen de madera dorada de la diosa.