SANTA MARIA IN TEMPULO
La iglesia de Santa Maria in Tempulo (hoy desconsagrada) se halla en la falda del monte Celio, en la antigua ruta inicial de la Via Appia. Hoy es un frondoso paseo arqueológico que discurre tras las Termas de Caracalla.
Arcaicamente era un lugar sagrado, el antiguo Area Apollinis et Splenius (del que nada queda hoy). Como su nombre indica, la zona estaba dedicada al dios Apolo. “Splenius” pudiera ser una arcaica divinidad por cuyo significante (“espléndido”, o “luminoso”, que concuerda con atributos del dios del Sol), se asimiló posteriormente a Apolo.
La iglesia se levanta sobre un antiguo templo romano, de origen incierto. Aún pueden apreciarse los arcos cegados de la construcción inferior (a varios metros de profundidad, teniendo en cuenta el podio), que sobresalen del nivel actual del suelo. Algunos historiadores opinan que se trataba de una cella memoriae (tumba en forma de pequeño templo). Los más, sin embargo, lo identifican con el Templo de las Camenas (Templum Camenae).
El bosque que entonces lo rodeaba (“arboleda Carmenta”) había sido consagrado por el rey Numa Pompilio (753-674 a.C.) a las ninfas de las fuentes. En él estaba la fuente a ellas dedicada: la Fons Camenorum. Era el manantial sagrado al que acudían las Vírgenes Vestales a recoger agua para sus ritos. Y donde, en honor de la ninfa Carmenta, se celebraban las festividades llamadas “Carmentalia”.
Al parecer, en el siglo II a.C. el Templo de las Camenas fue alcanzado por un rayo. Su culto se llevó primeramente al cercano Templo del Honor y la Virtud (Templum Honoris et Virtutis). Luego se trasladó al Templo de Hércules de las Musas (Aedes Herculis Musarum).
Éste último templo, también era conocido como de Hércules Musageta (del griego Musegetes =“Conductor de las Musas”). Lo construyó, en 187 a.C., el cónsul Marco Fulvio Nobiliore tras su triunfo sobre los etolios. Su interior lo ornamentó con obras de arte (trajo nueve estatuas de las Musas y las colocó aquí, bajo la tutela de Hércules) saqueadas, como botín de guerra, tras la toma de Ambracia (en Grecia). Era un templo circular, con un pronaos tetrástilo (con cuatro columnas al frente). Se alzaba sobre un alto podio extendido, tanto al Norte, donde formaba una exedra, como al Sur. Aquí enmarcaba un área abierta con una pequeña estructura circular que posiblemente fuese el antiguo edículo de las Camenas (edicule delle Camene).
Por este Templo de Hércules Musageta fueron las Camenas asimiladas a las Musas. Y de él también procede el que la antigua “arboleda Carmenta” fuese posteriormente considerada la “morada de las Musas”.
Sea como fuere, lo cierto es que con la caída del Imperio todo fue destruido o saqueado. Sobre las ruinas que quedaron se erigieron monasterios e iglesias cristianas que reutilizaron sus cimientos y materiales. Así ocurrió en todo este entorno, y aquí en particular, donde aparecen nuevas referencias en el siglo VI.
Por entonces se asentó aquí una comunidad religiosa bizantina, estableciendo una especie de diaconado para dar acogida a los peregrinos. Sobre los restos del antiguo templo fundaron un Monasterio y construyeron un pequeño Oratorio, dedicándolos a Sant’Agata (Santa Águeda). Luego tomaría el nombre de su fundador, Tempulus, un exiliado griego que, junto con sus hermanos Servulus y Cervulus, había huido de Constantinopla.
Éstos habían traído consigo un icono de la Virgen María, procedente de la Basílica de Constantinopla. Supuestamente fue pintado por el apóstol San Lucas. Al parecer lo realizó estando todavía María en vida, mientras estaba apoyada en una columna de la iglesia que, en su honor, se erigió en Lidia.
El icono era considerado milagroso, al parecer porque palidecía en los días de la Pasión. Pero, sobre todo, por ser considerado una imagen “acheropita”. Traducido literalmente del griego, “acheropita” significa “no pintado por mano humana”.
La presencia de este icono bizantino convirtió el lugar en uno de los primeros santuarios marianos de Roma. Por los muchos milagros que obró esta imagen, la primaria advocación a Sant’Agata cambió a Santa María, incorporando el nombre de su fundador. Así es como pasó a denominarse “Santa Maria in Tempuli” (o “Monasterium Tempuli”).
Sin embargo, otros historiadores refieren que Tempuli deriva del genitivo neutro del latín templum (templo). Según éstos, el nombre del monasterio sería lógica consecuencia de estar asentado sobre un antiguo templo. Con el tiempo, su nombre daría lugar al que mantiene en el italiano actual: Santa Maria in Tempulo.
Como fuere, con esa denominación consta saqueado por las hordas sarracenas en 806 d.C. Un siglo más tarde (año 905) también aparece así referenciado. Ese año, según la tradición, el Papa Sergio III se había llevado el icono de esta “vieja” iglesia a su Palacio de Letrán. Pero, el icono retornó “milagrosamente” a Santa Maria in Tempuli. Cuentan que el Papa, arrepentido, emitió un “Toro” en el que, para facilitar la restauración de la “vieja” iglesia, donó a las monjas unas propiedades en vía Laurentina; con una salvedad: siempre que recitaran el «Kyrie Eleison y el Kristi Eleison« («Señor, ten piedad; Cristo, ten piedad») cien veces al día. Y parece ser que rezaron, pues la iglesia se restauró.
Al parecer eran monjas benedictinas, y permanecieron allí hasta el siglo XII. Entonces, ya en 1155, aparece referenciado con el titulus de “Ecclesia Sanctae Mariae in Tempuli”, título que constata el uso litúrgico del edificio.
No obstante, a principios del siglo XIII el edificio aparece ocupado por monjas de clausura dominicas. Aquí residió temporalmente Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de los Predicadores (Dominicos), durante su estancia en Roma, en 1206. Las monjas, conocidas como “Tempolinas”, permanecieron en él hasta 1221. Entonces, por decisión del Papa Honorio III, se trasladaron al cercano monasterio de San Sisto Vecchio (Piazzale Numa Pompilio, 8). Y con ellas se llevaron el antiguo y venerado ícono de la Virgen.
Este icono hoy se custodia en la Iglesia de Santa María del Rosario en Monte Mario (via Alberto Cadlolo, 51). Se lo conoce y venera como “Madonna di San Luca” (sólo puede verse los domingos).
El siglo XIII representa el final del uso religioso del monasterio y la iglesia. A partir de ese momento el edificio quedó en completo abandono, e incluso fue objeto de saqueos en el siglo XIV.
En el siglo XVII los terrenos donde se asienta Santa María in Tempulo los adquirió la familia Mattei. Pasaron a formar parte de la “Villa Mattei” (actual Villa Celimontana), renovando el viñedo que éstos tenían en el cercano monte Celio. Lo que entonces quedaba de esta iglesia se transformó en un ninfeo. Así permaneció hasta mediados del siglo XVIII, cuando pasó a utilizarse como almacén y granero.
Tras varios años de abandono, lo que quedaba del antiguo y glorioso monasterio y de la iglesia se reconoció en 1927. El Ayuntamiento de Roma se hizo con la propiedad, salvándola así de la demolición, como sucedió con muchas otras estructuras medievales romanas.
Tras restaurarla, se destinó a uso artístico, sirviendo como estudio a los escultores Michele La Spina, Francesco Sansone y Ugo Quaglieri hasta la década de 1980.
De la antigua iglesia (ya desconsagrada) aún se conserva el campanario románico (siglo XII). Está incorporado en la mampostería exterior del edificio, que, al igual que los contrafuertes, muestran la austeridad de aquella época.
Su interior, del que quedan algunos frescos (del siglo XI), está hoy dividido en cuatro habitáculos, e iluminado por dos ventanas laterales y una claraboya. Es muy elegante y espacioso (permite un aforo de unas 70 personas). Además, para mantener ese “aura” de misterio que en la antigüedad debió tener, ha sido decorado con columnas y bustos romanos.
Actualmente el Ayuntamiento utiliza Santa Maria in Tempulo para eventos municipales, sobre todo para celebrar matrimonios civiles.
Su presencia pasa desapercibida, mimetizada en el entorno circundante, testigo mudo de tiempos pasados. No obstante, pese a las múltiples reconstrucciones y restauraciones sufridas a lo largo de los siglos, aún conserva ese evocador “encanto” medieval. Y quien quiera “respirarlo” no tiene más que acercarse, … ¡Y disfrutarlo!