
ARCO DELLA CIAMBELLA
Así son llamados hoy, Arco della Ciambella, los restos que han sobrevivido de las Termas de Agripa (Thermae Agrippae): las primeras termas monumentales (del siglo I) que tuvo la antigua Roma.
Son dos altos muros (de unos 10 m. de altura) que, supuestamente, soportaron la bóveda del caldarium: una gran sala circular, de unos 25 m. de diámetro, que ocupaba el centro del complejo termal.
Su estructura es de ladrillo, y corresponden a restauraciones efectuadas en el siglo IV, en tiempos de Constancio II (Flavio Julio Constancio Augusto, emperador del 337 al 361).
Con ese nombre ya se denominaban en el siglo XVI, al parecer en referencia a una corona de bronce allí hallada. Y por su semejanza a la “ciambella”, un popular pastel de la época con forma de “rosquilla”, fueron así llamados.
Como curiosidad, la ciambella era un exquisito dulce italiano (similar a los actuales “donuts”), hecho a base de harina, huevos y azúcar, entre otros ingredientes.
De ellos toma nombre también el estrecho callejón en que se encuentran (vía del Arco della Ciambela): entre las actuales vías di Torre Argentina y dei Cestari (calle de los “Cesteros”), justo detrás del famoso Panteón de Agripa.
Las fuentes históricas refieren que las Termas de Agripa aún funcionaban en el siglo V. Sin embargo, en el siglo VII aparecen mencionadas ya como abandonadas, en estado de ruina. Y en los siglos siguientes, como sucedió con la gran mayoría de los antiguos edificios romanos, sus restos se expoliaron y se reutilizaron para nuevas construcciones.
La sala se conservaba íntegra y en pie a finales del siglo XVI, tal y como recogen grabados y bocetos de la época. No obstante, Gregorio XV (Alessandro Ludovisi, Papa entre 1621 y 1623) la hizo demoler parcialmente en 1621 para abrir la actual vía. Según dicen, fue para facilitar el tránsito hasta el Palazzo Maffei Marescotti, adquirido entonces por un nieto suyo.

Y estos muros que hoy contemplamos, integrados en la estructura de los edificios adyacentes, son los únicos vestigios visibles de las referidas Termas de Agripa. El resto ha quedado sepultado bajo las construcciones circundantes, cuyas edificaciones se han sucedido a lo largo de los siglos.
En uno de los muros (entre los números 9 y 10 de la calle), se encuentra un edículo sagrado, dedicado a la Virgen del Rosario.
Esta preciosa Madonelle es copia de la que, en su día, perteneció a los Capparucci, una familia de marmolistas allí afincada.
La imagen original fue una de las 26 Madonelle que, ante la inminente invasión francesa, movieron milagrosamente los ojos en 1796. Un hecho ya referido en nuestro artículo Madonna dell’Archetto.
Sin embargo, los Capparucci se trasladaron en 1873, llevándose consigo la milagrosa imagen original (hoy en paradero ignorado).
Pocos años más tarde, un vecino carpintero encargó una copia, que fue realizada en 1895 por el pintor romano Pietro Campofiorito (1875-1945). De él es el lienzo que hoy se exhibe: un óleo de 70 x 60 cm.
La pintura representa la imagen de una Virgen coronada: lleva un rosario en su mano derecha y sostiene al Niño Jesús sobre su brazo izquierdo.
El lienzo se aloja en un tabernáculo renacentista (siglos XVI y XVII), realizado en mármol travertino y estuco. Está colocado sobre una repisa, enmarcado entre pilastras decoradas con motivos vegetales, y flanqueado por dos faroles. Una corona de flores, sostenida por dos querubines, decora el arquitrabe superior.
Para proteger el edículo, en el siglo XVIII se colocó sobre él un dosel de madera, con flecos tallados.
En el suelo, un pequeño escalón sirve de reclinatorio ante el altar allí dispuesto, hoy decorado con flores y plantas depositadas por los devotos.
Sobre el altar, en una placa de mármol están inscritos unos piadosos versos (de autor desconocido):
«T’ INNALZA O VERGINE
CASTI PENSTERI
CHI PENSA E MEDITA
NE TUOI MISTERI
LI ACCENDI AMORE
ALLOR CHE INGENUO
EI T’OFFERE IL CORE»
(Te eleva, oh Virgen
castos pensamientos
quien piensa y medita
en tus misterios
y tu le enciendes amor
entonces aunque ingenuo
el te ofrece el corazón)
Aunque el lugar es hoy un oscuro callejón, algo degradado por el descuido urbano, no deja de ser una emblemática referencia de la antigua Roma, que aún nos satisface con vestigios como éstos.
¡Disfrutémoslos!

