TERMINUS
Los romanos tenían a Terminus por un dios agreste que marcaba y protegía los límites de los campos y de las ciudades. Su presencia también se encuentra en la encrucijada de los caminos.
Los romanos denominaron cippuma (cipo) a un trozo de columna corta o pilastra cuadrangular situada junto a las sepulturas o en los límites de los campos, en este último caso como indicador de fronteras o del Limes Romanus.
Los cipos podían ser lisos o estar decorados con alguna escultura, y solían llevar inscripciones referentes a itinerarios, límites o epitafios. De esta manera, cuando querían indicar una ruta o un límite, generalmente aparecían las palabras “in fronteo, in agrum” seguidas de alguna cifra. Por otro lado, cuando el objeto del cipo era marcar una sepultura, encontramos la inscripción S.T.T.L. (SIT TIBI TERRA LEVIS =“Que la tierra te sea leve”).
Era costumbre romana delimitar con un surco el perímetro de las nuevas ciudades, donde colocaban cipos o mojones con inscripciones conmemorativas. En estas piedras se rendía culto al dios Terminus, guardián de las fronteras y límites. Se le realizaban ofrendas y sacrificios de animales durante las fiestas llamadas Terminalias. Estas fiestas las instituyó el rey Numa Pompilio (714–672 a. C.), a quien se le atribuye la organización territorial de Roma. Su celebración tenía lugar al final del primitivo año romano (el 23 del actual febrero). Se representaba, así, la invariabilidad y la firmeza de las divisiones terrenales. Por ello, este día se le hacían ofrendas a cualquier tipo de marca que delimitara espacios. Lo hacían adornándola con guirnaldas y salpicándola con la sangre de un cordero o un cochinillo.
Las gentes del campo solían hacer una hoguera cerca y después cantaban canciones sagradas a Terminus para asegurar que se mantendría firme en su cometido. Su representación consistía en un bloque de piedra rectangular en cuya cúspide solía figurar la cabeza de Hermes (el dios olímpico mensajero, de las fronteras y los viajeros que las cruzan) o Mercurio. A veces también se le representa con los genitales masculinos, dado su carácter apotropaico o alejador de maleficios.
Según la tradición, cuando en la época de los reyes se estaba proyectando la construcción del templo de Júpiter Óptimus Máximus, en tiempos de Tarquino el Soberbio, los dioses eligieron a través de los augurios que fuera el monte Capitolino, entonces conocido como Tarpeyo, el que acogiera la morada del rey de los dioses. Por desgracia, el monte estaba repleto de pequeños altares dedicados a otras divinidades. Por ello fue necesario buscar el consentimiento de esos dioses para desacralizarlos y así poder construir el gran templo en ese terreno.
Según los historiadores (Ovidio, Tito Livio y Dionisio de Halicarnaso, entre otros), los augurios fueron positivos en todos los casos salvo en el altar monolítico de Terminus. Éste se negó a ser levantado de la posición en la que se decía que lo había colocado el rey Numa. Por ello, su sacellum, o templete, se conservó en su lugar e integrado dentro del templo del dios Júpiter. Crearon incluso una pequeña claraboya en el tejado del propio templo para que el dios de los límites siempre se mantuviera, como ordenaba la ley divina, a cielo abierto. Este prodigio se interpretó como un buen augurio, pues vaticinaba la firmeza y la estabilidad del Estado, así como la inamovilidad de las fronteras de la ciudad de Roma.
Livio acepta la consecuencia de lo que el presagio y la aparición parecen certificar, y que la tradición nacionalista romana viene repitiendo: que los límites del imperio romano, de la ciudad de Roma, serán fijos y eternos. Pero hay una segunda lectura de enorme importancia. Lo que el relato certifica es que los límites marcados por Terminus son absolutamente inviolables, incluso para Júpiter, el padre de los dioses. Nada hay por encima del derecho de propiedad que Terminus garantiza.
Es un ejemplo clarificador del sentido práctico de los romanos, que afecta a toda su creación cultural, incluso la religión.
He aquí una creencia, un mito, un rito, con un sentido práctico y eficaz en la vida social: garantizar el derecho de propiedad del agricultor romano y evitar los conflictos.