LACUS CURTIUS
El área donde se construiría el Foro fue probablemente un lago, pues estaba rodeada de arroyos y marismas. Una zona que nunca se drenó, pero que gradualmente se hizo más pequeña hasta que solo quedó una pequeña cuenca, conocida como Lacus Curtius. A su orilla surgieron tres simbólicos árboles, considerados sagrados: una higuera, una vid y un olivo.
Hoy es un pequeño espacio sagrado, rellenado y cubierto por pavimento con piedra antigua. Está rodeado por un enrejado de cerca, donde se encuentra un brocal de pozo redondeado, llamado puteal, y varios altares.
El Lacus Curtius (lago Curcio), una vez considerado la entrada al inframundo, tomó su nombre de Marcus Curtius. Fue un mítico guerrero de los primeros años de la república, que en el año 362 a.C. sacrificó su vida para tapar el agujero al infierno.
Tito Livio y Varrón refieren la leyenda, en la que se dice que había una sima infinita imposible de cegar que, conforme pasaba el tiempo, iba haciéndose más grande. Tras intentar vanamente rellenarlo, un oráculo reveló que la única forma de cegarlo era sacrificando lo más valioso de la República. Curtius comprendió que eso era la juventud y la fuerza de sus soldados, y decidió sacrificarse a sí mismo arrojándose al abismo en su caballo. Así se llenó la sima, dando origen a la leyenda. Desde entonces se le rinde culto a Curtius lanzando monedas al lago.
En 1553 se descubrió un relieve en mármol, probablemente de época de César, que representa el héroe Curtius lanzándose al abismo.
Hoy, del lugar sólo quedan sus ruinas y un petroglifo mostrando a Curtius sobre su caballo arrojándose al abismo.
En este lugar, en el año 69, el emperador Galba fue masacrado por los soldados de su guardia, y su cuerpo quedó allí abandonado. Un soldado raso que pasó por el lugar le cortó la cabeza y se la llevó al futuro sucesor, Otón.