PERSONAJES

BELONA

En la mitología romana, Belona (Bellona) era la diosa de la guerra, hija de Júpiter y Juno, hermana o esposa de Marte.

 

BELONA
Representación de la diosa romana Belona.
Imagen: Wikipedia

 

Según Varrón, en tiempos arcaicos, cuando la guerra no era más que una sucesión de duelos, fue conocida como Duellona (de duellum). No obstante, Bellona tomó su nombre de “bellum” (guerra), y estaba estrechamente relacionada con ella. De hecho, en el sentido más amplio, era la diosa que permitió a los romanos salir de las dificultades de la guerra de la mejor manera posible.

Se la tenía por una de las deidades númenes de los romanos (sin una mitología particular y posiblemente de origen etrusco), y se supone que fue la deidad romana original de la guerra, predando la identificación de Marte con Ares. Su nombre está directamente relacionado con el término moderno «beligerante» (literalmente, «que está en guerra»).

Representaba, complementando a Marte, la fiereza en el frenesí de las batallas. A ellas solía ir acompañada de los hijos que Marte tuvo con su amante Venus:

 

  • Fuga (personificación del terror).
  • Timor (personificación del horror).

 

Por su sed de sangre, Belona fue identificada con la diosa griega Enio (horror), la “destructora de ciudades”, que solía representarse cubierta de sangre, donde fue más popular que Ares (el equivalente del romano Marte).

Además de su carácter bélico, su naturaleza, a menudo, era brutal, incluso sanguinaria. En el imaginario goza con la violencia y la carnicería. En la poesía se la describe disfrutando decapitando a sus enemigos, observando hasta el paroxismo escenas truculentas. Belona infundía valor y coraje a los guerreros durante las batallas, por lo que éstos la tenían como la compañera ideal para la guerra.

Su culto tuvo mucho éxito entre el ejército romano, quien lo expandió por su intervención en los designios de la guerra. Tenía devotos y santuarios en todo el Occidente romano, destacando, además de la propia Italia, Numidia y Germania Superior, si bien realmente su culto fue minoritario.

Su nombre figuraba entre los de las divinidades invocadas en la terrible fórmula de la «devotio«, con la que los generales romanos, en momentos de extremo peligro, se ofrecían en sacrificio por el bien de la guerra.

El historiador Tito Livio (“Ab Urbe Condita”, Libro VIII) dejó constancia de esa “devotio” al describir la conocida batalla del Vesubio (339 a.C.).

 

“La muerte de Decio Mus en batalla”, por Peter Paul Rubens (1618)

 

Antes de conducir sus ejércitos a la batalla, los cónsules ofrecieron un sacrificio. El arúspice, tras interpretar los órganos de los animales sacrificados, señaló al cónsul Decio con una insinuación profética sobre su muerte. En vista de su inminente destino, Decio reclamó la asistencia del Pontífice Máximo para que le dictase las palabras con las que él se ofrendase por las legiones. El Pontífice le dijo que cubriera su cabeza con la toga pretexta, que alzase su mano cubierta con la toga hasta su mentón y, permaneciendo en pie sobre una jabalina, que pronunciase estas palabras:

 

«Jano, Júpiter, Padre Marte, Quirino, Bellona, Lares, vosotros, dioses Novensiles e Indigetes (dioses indígenas u originales), deidades que tenéis poder sobre nosotros y nuestros enemigos y también vosotros, divinos Manes, os rezo, os reverencio y os pido la gracia y el favor de que bendigáis al pueblo romano, a los Quirites, con el poder y la victoria, y que visitéis a los enemigos del pueblo romano, y de los Quirites, con el miedo, el terror y la muerte. De la misma manera en que he pronunciado esta oración, así dedico las legiones y auxiliares del enemigo, junto a mí mismo, a los dioses Manes y a la Tierra en nombre de la república de los Quirites, del ejército, legiones y auxiliares del pueblo romano, los Quirites».

 

El cónsul Publio Decio Mus se sacrificó a sí mismo embistiendo al galope contra el enemigo. Sobra añadir que la batalla, pese a la pérdida del cónsul, terminó con una gran victoria romana. Ésta fue recordada en la tradición, sobre todo, por esta “devotio”.

Pero Belona no sólo intervenía en el combate junto a Marte, sino que también actuó en los momentos que precedieron y siguieron al conflicto, así como en la diplomacia que pudo evitarlos.

Su templo principal, el Templo de Belona (Templum Bellonae), al no ser una deidad autóctona, estaba fuera del límite sagrado de la ciudad (fuera del Pomerium), en el Campo de Marte. Se ubicaba contiguo al templo de Apolo Médico y cercano a la esquina noroeste del Circo Flaminio. Fue prometido por Apio Claudio “el Ciego” en 296 a.C. y consagrado pocos años más tarde, un 3 de junio (dies natalis).

 

 

En este Templum Bellonae no sólo tuvieron lugar las declaraciones de guerra. También, por estar fuera del Pomerium, era donde el Senado recibía a las embajadas extranjeras. Además, era donde se sopesaban las peticiones de Triunfo (cum imperium) de los generales victoriosos.

Aquí solía reunirse el Senado también cuando la ocasión lo demandaba. De hecho, fue en este templo donde, en 186 a.C., se deliberó el Decreto Senatorial que prohibió la fiestas Bacanales (Senatus Consultum de Bacchanalibus). Las ceremonias bacanales atentaban contra las costumbres y las tradiciones romanas, por lo que se consideraron un serio riesgo para la seguridad del Estado.

También en este templo fue donde los Senadores, el 2 de noviembre del año 82 a.C., escucharon los gritos de los presos que Sila masacró en el Campo de Marte: tras recluir allí a más de 12.000 “populares”, 3.000 de ellos fueron salvajemente ejecutados, pese a que imploraron en vano piedad. Sus terribles gritos y lamentos llegaron a los oídos de toda la aterrorizada ciudad y del Senado aquí reunido. Ante el horror de los senadores, para tranquilizarlos, Sila sonrió y les dijo:

 

“No hay de qué preocuparse, sólo se están cumpliendo mis órdenes”.

 

Con la llegada de Sila al poder (siglo I a.C.), el carácter propio de Belona se vio alterado sustancialmente. Sila, que había pasado gran parte de su tiempo en Capadocia, introdujo en Roma el culto a la diosa . Esta era una deidad de carácter salvífico cuyo principal santuario estaba en la ciudad de Comana (actual Turquía). Al parecer, durante las guerras civiles, mientras Sila marchaba hacia Roma, esta diosa Mâ se le apareció en sueños anunciándole la victoria, como así fue, instándolo a marchar sobre Roma y bañarse en la sangre de sus enemigos.

 

Lucio Cornelio Sila

 

A partir de ahí, se incorporó al panteón romano, asimilándose a la diosa latina de la guerra, Belona. Surgió así una nueva forma de divinidad: Mâ-Bellona (fundidas posteriormente, en época imperial, con la Gran Madre, Cibeles).

Aparecieron entonces en Roma los Belonarios (bellonarii), también conocidos, según Juvenal, como los fanatici (los fanáticos). Tertuliano (“De Pallio”) afirma que iban vestidos con un gorro de lana negro y túnicas oscuras. Eran los sacerdotes de quienes, importado su ritual ​​de Capadocia, atendieron desde entonces el culto a Mâ-Bellona en Roma. La festividad pasó a celebrarse el 24 de marzo, día conocido como dies sanguinis (día de sangre).

Según afirma Tertuliano, se consideraba que los Belonarii tenían el don de la profecía. Para ello, se cree que ingerían semillas de Bellonaria (nombre corrupto de “Belladonna”, una solanácea mortal), que les provocaba alucinaciones. Impulsados por ese feroz entusiasmo, hacían declaraciones proféticas y oraculares en nombre de la diosa. Llegaron a predecir la toma de ciudades y la huida de los enemigos, por lo que los tuvieron en gran consideración.

En ese estado, enfurecidos y teniendo en sus manos espadas desnudas, se hacían incisiones en los brazos y en los muslos para despertar su frenesí guerrero. Derramaban así su sangre para consagrarla a la diosa, con el fin de apaciguarla con este sacrificio (sin sacrificar otras víctimas). Siguiendo este ritual frigio, después de haber recogido la sangre en el hueco de la mano, la bebían y la daban a beber a los que estaban iniciados en sus misterios. E incluso, durante las frenéticas danzas orgiásticas con las que culminaban sus ceremonias, cubrían la estatua de la diosa con salpicaduras de su sangre.

Estos ritos sanguinorientos fueron abandonados gradualmente durante la era imperial. Sólo se restituyeron, brevemente, en tiempos de Cómodo (177-192), quien pretendió recuperar, perversamente, esta antigua y sangrienta costumbre: decretó, con desmesurada crueldad, que los bellonarii se cortaran verdaderamente un brazo.

Con la introducción de nuevos cultos, sobre todo el mitraismo, la presencia de Bellona y de su culto fue disminuyendo poco a poco. Se diluyó, finalmente, con la prohibición del paganismo.

Su presencia en los siglos posteriores quedaría tan sólo en el imaginario de artistas y eruditos, donde fue referencia en la inspiración artística de autores plásticos y literarios. Éstos la representarán como símbolo de feminidad y fuerza, vinculándola a personalidades femeninas relevantes de cada período (“Marie de Medici” como “Belona”, de Rubens).

 

Bellona por Rembrandt

 

También personificando el valor, el honor o incluso la bravura y resistencia de las tropas frente al invasor (como en la propaganda austriaca frente a Turquía en la guerra de los Treinta Años) manteniendo referencias bélicas o guerreras, pero orientada a una nueva visión interpretativa.

A Bellona se la suele representar empuñando una antorcha, lanza, maza o látigo, y armada de casco y coraza; en ocasiones, también conduciendo un carro. En la imaginería bélica se la suele ver deambulando por los campos de batalla, despeinada y portando un sangriento látigo.

 

BELONA
Estatua de Belona

 

Además del principal Templo de Belona mencionado (Templum Bellonae), varias inscripciones halladas atestiguan la presencia de otros templos a ella dedicados en Roma:

 

  • Bellona Insulensis. Se llamó así por ubicarse en la Isla Tiberina. Posiblemente se edificó en el siglo I a.C., si bien se desconoce si era un templo (aedes) o simplemente un altar (sacellum) dedicado a Mâ-Bellona. Posiblemente su culto estuviese vinculado a los que también se profesaban en la isla a Fauno y a Esculapio.

 

  • Bellona Rufilia. Posiblemente deba su nombre al epíteto de su constructor (ignorado). Se sabe que era un templo dedicado a Mâ-Bellone y que estaba cerca del santuario de Isis y Serapis (del Serapeum), en el Campo de Marte. Según Dión Casio, fue destruido por un incendio accidental en 48 a.C., al parecer durante el desmantelamiento de los santuarios de deidades egipcias ordenado por los arúspices.

 

  • Bellona Pulvinensis. Se llamó así por estar emplazado en una altura o un promontorio (pulvinar) de la colina Vaticana. Era un templo, con un gran pórtico, dedicado a Mâ-Bellona. Se supone construido por Sila alrededor del 80 a.C., si bien se ignora su localización.

 

  • Bellona (sacellum). Al parecer también hubo un altar dedicado a Bellona en el Capitolio. Se desconoce su concreto emplazamiento. Según Dión Casio, se quemó en el fuego de Capitolio en el año 83, pero al parecer Sila lo reconstruyó y lo dedicó a la nueva Mâ-Bellona.

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