LA ROCA TARPEYA
La roca Tarpeya (en latín arx Tarpeia, y también Tarpeium saxum) es un promontorio rocoso situado en el extremo Suroeste de la colina Capitolina. Tradicionalmente se la ubica sobre el antiguo Vicus Iugarius, en correspondencia con la actual Piazza della Consolazione.
En la antigüedad, el aspecto de la colina Capitolina, de unos 40 m. de altura, era muy distinto del actual. El único acceso entonces era desde el Foro, por el antiguo Clivus Capitolinus, y estaba formada por dos abruptos cerros:
- El Arx (al Norte), fortificado desde la más remota antigüedad, y considerado la fortaleza por excelencia de la antigua Roma. En él se levantaría posteriormente el templo de Juno Moneta (dedicado en 384 a.C.), justo donde hoy se encuentra la iglesia de Santa Maria in Aracoeli.
- El Capitolium (al Sur), que luego daría nombre a toda la colina. En él se erigió el Templo de Júpiter Óptimo Máximo (en 509 a.C.), lo que lo convirtió en el lugar más sagrado de Roma.
Ambos estaban separados por el Asylum, una depresión de unos 24 metros que posteriormente se rellenó con la construcción del Tabularium.
Se sabe que desde los primeros tiempos de Roma la colina Capitolina era una ciudadela inexpugnable, posiblemente amurallada ya por el mismo Rómulo. Prueba de ello es que allí se refugiaron los romanos, asediados por los sabinos, tras el legendario “Rapto de las Sabinas”.
Al parecer Rómulo había confiado entonces la defensa de la ciudadela a Espurio Tarpeyo. Una hija de éste, de nombre Tarpeya, solía bajar al río Tíber a proveerse de agua para atender sus obligaciones, como Virgen Vestal que era. Cuentan que en esos viajes Tarpeya pudo apreciar los flamantes brazaletes y anillos de oro que lucían los sabinos en su brazo izquierdo. Y tanto se encaprichó de sus joyas que prometió entregarles la fortaleza “si le entregaban lo que en ellos llevaban”. Éstos accedieron, pero, una vez les franqueó la entrada a la ciudadela, además de arrojarle las joyas, también le arrojaron sus escudos, que igualmente portaban entonces en dicho brazo. Al parecer fueron tantas las joyas y escudos que le arrojaron que Tarpeya, derribada por el oro y sepultada por los escudos, murió por su cantidad y peso.
Este fue el pago que recibió Tarpeya por su traición, según refiere el biógrafo e historiador griego Plutarco (Lucius Mestrius Plutarchus, aprox. 50-120 d.C.) en su obra “Vidas Paralelas –Rómulo”. Y añade Plutarco que:
“Tarpeya fue enterrada allí, y que por ella la colina recibió el nombre de Tarpeya. Y así permaneció hasta que el rey Tarquinio (“el Soberbio”, rey del 534 al 509 a.C.) consagró el lugar a Júpiter y, junto con el traslado de sus restos, también perdió el nombre. Si bien todavía hoy a una roca del Capitolio la llaman Tarpeya, desde la que despeñaban a los delincuentes”.
Aunque existen otras versiones, quizá ésta de Plutarco sea la epopeya más completa y aceptada.
Así lo corrobora también el historiador griego Dionisio de Halicarnaso (aprox. 60-7 a.C.), en su obra “Historia antigua de Roma” (Libro II), si bien matiza lo siguiente:
“que Lucio Pisón, el que fuera censor, refirió que Tarpeya lo hizo con el deseo de realizar una noble acción: entregar los enemigos desnudos de sus armas defensivas a sus conciudadanos. Y, según éste, donde cayó muerta Tarpeya aplastada por los escudos, es honrada con un monumento y ocupa la colina más sagrada de la ciudad, y los romanos cada año le ofrecen libaciones”.
Sea como fuere, lo cierto es que, a partir de entonces (y hasta el siglo I d.C.), la roca Tarpeya se convirtió, no sólo en un lugar de ejecuciones, sino que ocupó el máximo exponente de la implacable justicia romana. Y, junto con las Lautumiae (antiguas canteras usadas como mazmorras, al pie del Capitolio), las Escaleras Gemonías y el Tullianum, conformaron la columna vertebral del arcaico complejo penal romano.
Desde la roca Tarpeya se arrojaba al abismo, en particular, a los condenados por perduellio; esto es, los reos de alta traición.
LA PERDUELLIO.
El término perduellio es una expresión latina compuesta del prefijo per, como valor reforzante, y duellum, uns forma arcaia de bellum=guerra. En el derecho romano antiguo designaba el delito de alta traición, y se imputaba a todo aquel que atentara gravemente contra las estructuras del Estado constituido, poniendo en grave riesgo la seguridad, viabilidad y perdurabilidad de la misma Roma.
Como precepto penal, la perduellio surgió del poder real (leges regiae), pues allí se acumulaban las funciones de Sumo Sacerdote (Pontifex Maximus) y líder político. Como tal, el rey era el guardián y garante de la pax deorum, de la que deriva la propia existencia comunidad. Alterar la paz de los dioses (pax deorum) suponía que los dioses volcasen su ira contra la comunidad. De ahí que correspondiese a la comunidad intervenir contra quien, al exponer a esa sociedad a la ira divina, transgrede esta norma. Por eso quienes cometían perduellio eran autores de un scelus (crimen impío) que no podía ser compensado con ritos expiatorios propiciatorios (propititatio), entendiendo éstos como los rituales o actos religiosos con los que se intenta calmar la ira y reconciliar el favor de la divinidad.
Se considera que fue Rómulo, el legendario fundador de Roma, quien introdujo esta figura delictiva en el ordenamiento jurídico para garantizar la supervivencia de la comunidad. La perduellio fue el hito fundacional del Derecho Penal romano y, en general, comprendía dos tipos de actos delictivos:
- La deserción.
- El ataque contra el orden político establecido o el intento de constituir otro independiente al margen de Roma. Lo que también se conoció como adfectatio regni (aspiración a la tiranía).
Suponía un acto de traición de un romano contra su propia comunidad, e implicaba la comisión de actos de máxima hostilidad contra sus conciudadanos. La perduellio, por tanto, era considerada un delito público, pues atentaba contra el Estado o la comunidad, y merecía una pena pública. En este caso, era precisa la muerte del reo, a título de sacrificio expiatorio, pues tal crimen lesionaba tanto la religión como a la sociedad de los ciudadanos (societas civium).
Así, quienes dañasen o pretendiesen dañar gravemente la integridad del Estado, como conjunto, eran reos de perduellio. Y, al ser un delito de máxima gravedad, la pena correspondiente también era la más grave: la praecipitatio (precipitación). Un término éste que deriva del compuesto latino prae=pre y caput=cabeza, cuyo significado literal es «caer cabeza abajo».
Quizá esta pena de praecipitatio se debiera a que el uso del hacha (la segur, exclusiva de los lictores) estaba prohibido en el interior de la ciudad (dentro del pomerium). Recordemos que dentro del Pomerium (límite sagrado de la urbe de Roma), los lictores portaban los fasces sin hachas. Ello representaba su limitación de poder, pues allí el derecho de vida o muerte pertenecía al pueblo, siendo los comitia centuriata (la Asamblea del pueblo) quienes asumían allí la máxima jurisdicción.
Por ello, si bien la causa de perduellio era vista por dos jueces extraordinarios (conocidos simplemente como duumviri), el juicio se celebraba ante la Asamblea del pueblo. Al traidor tenían que condenarlo los magistrados, sin que éstos tuvieran facultades para indultarlo. El reo tan sólo podía apelar al pueblo (provocatio ad populum). No obstante, a la Asamblea no se le confería la potestad de decidir sobre la pena a imponer, sino que más bien se le permitía detener el enjuiciamiento y proceder a reconsiderarla en base a esta provocatio.
El reo perduellio, al haber cometido un delito contra la divinidad (traición a la estructura del Estado), era considerado un homo sacer, un “ser sagrado”. Como tal, consagrado a la divinidad, quedaba abandonado a la venganza de los dioses y era expulsado del grupo social. En suma, era considerado un ser “maldito”, y quedaban en él suspendidas todas las garantías procesales.
La comisión probada del delito de perduellio implicaba una sanción inmediata y ejemplar, en la que el reo era ajusticiado de forma sumaria. En este caso, bajo un suplicio ritualizado: a saxo Tarpeia (arrojado desde la roca Tarpeya). Una pena que, además, no admitía expiación (scelum inexpiable), y en la que el transgresor, merecedor de un castigo sagrado (suplicium), había de responder directamente con su persona (y, eventualmente, con sus bienes).
Además, según la tradición, a un traidor no se le debía guardar luto; de hecho, estaba prohibido por la ley. Ello implicaba también el castigo para quien llorase su muerte o pretendiera enterrarlo.
Mencionar que, tras la introducción de la Ley de las XII Tablas en Roma (alrededor del 450 a.C.), se introdujeron con ella dos nuevos preceptos relacionados con el artículo que nos ocupa:
- Si fuese esclavo (al sorprendido en hurto manifiesto), después de azotado será arrojado de la roca de Tarpeya (“Si fuerit servus, qui fartum fecit, virgis caesus de saxo Tarpeio dejicitor”). Tabula II: De judiciis et furtis, V.
- El que diga falso testimonio, sea precipitado por la roca Tarpeya (“Qui falsum testimonium dixerit, de saxo Tarpeio præcipitator”). Tabula VII: De delictis, XII.
Con el tiempo, en época tardorrepublicana, esta figura delictiva fue englobada en la de Lex Maiestas, que ha llegado hasta nuestros días en lo que hoy entendemos como delitos de Lesa Majestad.
No obstante, no está de más recordar que este tipo de ejecuciones era ya frecuente en el mundo antiguo. Prueba de ello son la roca Nauplia, en Delfos; el abismo Kaidadas, en Esparta; o el monte Tipeo, en Elis. Y el más renombrado de todos ellos, el Barathron, en Atenas: una profunda sima detrás de la Acrópolis, desde la que eran despeñados tanto los criminales como los cadáveres de los ejecutados.
LOS JUECES Y LA APLICACIÓN DEL CASTIGO.
Castigos tan severos posiblemente no fuesen fáciles de afrontar ni de aplicar. De ello nos habla quien fuera preceptor del emperador Nerón, el escritor, filósofo y político Séneca «el Joven» (Lucius Annaeus Seneca, 4 a.C.-65 d.C.). En su diálogo “De ira” (Sobre la ira), a propósito de los remedios para curar los males que tiene el estado debidos a los numerosos vicios de los ciudadanos, Séneca declara:
“Si tengo que vestir la siniestra toga del juez, si la fúnebre trompeta ha de convocar a la multitud, subiré al tribunal, no como iracundo a enemigo, sino con la serena frente de la ley; pronunciaré la solemne sentencia con voz antes grave y tranquila que arrebatada, y ordenaré la ejecución con severidad, pero sin ira. Y cuando mande cortar la cabeza al culpable, y cuando haga coser el saco del parricida, y cuando remita al suplicio militar, y cuando llevar a la roca Tarpeya al traidor o al enemigo público, no experimentaré ira, tendré tanta tranquilidad en el rostro y en el ánimo como cuando aplasto un reptil o animal venenoso”.
LA TRANSCENDENCIA DE LA ROCA TARPEYA.
También el Puente Fabricio (Pons Fabricius) fue conocido en la antigüedad como Puente Tarpeyo (Pons Tarpeius), si bien ha mantenido su nombre inicial a lo largo de los siglos. Posiblemente se nombrase así por su proximidad a la roca Tarpeya, o, por analogía a ésta, por ser el preferido de quienes deseaban acabar con su vida arrojándose desde él a las aguas del Tíber.
En la antigüedad se hizo proverbial la expresión Arx tarpeia capitoli próxima (la roca Tarpeya está cerca del Capitolio»), para indicar que el poder y la gloria es, a menudo, muy efímero. Recuerda esta frase que la Roca Tarpeya, desde donde se precipitaba a los condenados a muerte, está muy cerca del Capitolio, símbolo del poder y del honor. “Del Capitolio a la roca Tarpeya no hay más que un paso”, dijo un orador romano, aludiendo a la instabilidad de las cosas humanas. Célebres palabras que han sido muchas veces repetidas en las modernas tribunas y que han calado hondo aún hasta nuestros días: nosotros solemos decir “más dura será la caída”.
LAS MÁS NOTORIAS EJECUCIONES A SAXO TARPEIA.
Es imposible conocer cuántas ejecuciones tuvieron lugar a lo largo de los siglos. Mayormente debido a los sucesivos incendios y saqueos que borraron de la Historia las huellas de sus registros. Posiblemente el más relevante fuese el saqueo normando de 1084, que borró todo vestigio de la Roma imperial: el fuego no perdonó ni lo sagrado ni lo profano, ni lo antiguo ni lo moderno, ni la magnificencia pagana ni cristiana. Otras ejecuciones, quizás por irrelevantes, ni llegarían a consignarse.
No obstante, de la mano de ilustres historiadores han llegado hasta nuestros días notables consignaciones que permiten hacernos una idea general de su devenir histórico.
Las primeras menciones sobre ejecuciones desde la roca Tarpeya aparecen en “Historia antigua de Roma” (Libro II). Ahí relata Dionisio de Halicarnaso las primeras ejecuciones efectuadas por Rómulo, el primer rey de Roma (reinó del 753 al 716 a.C.). Desde allí hizo cruelmente despeñar a muchos romanos, algunos ilustres, acusados de bandidaje por los vecinos y administrando él únicamente justicia. Este proceder de Rómulo se consideró duro y arbitrario, generando la sensación de que ya no gobernaba como un rey, sino como un tirano. Éste fue uno de los motivos que llevaron a los patricios a conspirar contra él y que, finalmente, concluyeron con su muerte.
EN 483 A.C. EL EXCÓNSUL ESPURIO CASIO VECELINO.
Desde la roca Tarpeya fue arrojado, en 483 a.C., el excónsul Espurio Casio Vecelino (Spurius Cassius Vecellinus), acusado de tiranía. Dos años antes, en la primera Ley Agraria, Casio se atrevió a proponer un reparto de tierras y bienes que incluyese a latinos y hérnicos. Una propuesta que los romanos consideraron injusta, pues se les privaba de esos dos tercios que “les correspondían”. Y ello, además, sin la opinión del otro cónsul y sin consideración alguna de cuantos han de participar en las decisiones más importantes de la ciudad, e incluso con la oposición del Senado y de los Tribunos.
Tras ser citado, y puestos como testigos de ello todos los ciudadanos, se aportaron pruebas de su pretendida tiranía: que los latinos y hérnicos le habían entregado dinero y le habían proporcionado armas, y que los jóvenes más osados de sus ciudades se habían reunido a su lado haciendo planes secretos. El pueblo creyó en ellos y, sin conmoverse ya por las palabras cuidadosamente compuestas que el hombre pronunció, ni ceder a piedad cuando sus tres hijos le ayudaron con todas sus fuerzas en su petición de compasión y otros muchos parientes y compañeros se unieron a sus lamentos, ni tomar en consideración alguna sus hazañas en la guerra, por las que había alcanzado el más alto honor (llegó a ser cónsul en 3 ocasiones), lo condenó.
Después de que el juicio tuviera este resultado, los cuestores condujeron al hombre al precipicio y, a la vista de todos, lo arrojaron desde la roca Tarpeya. Además, su casa fue destruida, quedando el lugar vacío, y sus bienes fueron confiscados.
Es más, cuando algunos propusieron matar también a los hijos de Casio, el Senado se opuso, considerando esta costumbre terrible e inconveniente. Y se acordó que los vástagos fueran liberados del castigo y vivieran con toda impunidad, sin ser castigados ni con el destierro, ni con la privación de los derechos de ciudadanía, ni con ninguna otra desgracia. Una costumbre que, desde entonces, se respetó: dejar a los hijos libres de castigo por los delitos que cometidos por sus mayores, ya fuesen éstos parricidas, tiranos o traidores. No obstante, Sila la abolió posteriormente, si bien fue restituida luego por Julio César. Así lo refiere Dionisio de Halicarnaso en “Historia antigua de Roma” (Libro VIII).
EN 384 A.C. EL EXCÓNSUL MARCO MANLIO CAPITOLINO.
Tras el saqueo de Roma por los galos, en 390 a.C., retornaron a la urbe los trastornos económicos y sociales. Ello movió al excónsul Marco Manlio Capitolino (Marcus Manlius Capitolinus) a abandonar la causa de los patricios, poniéndose, en 385 a.C., al frente de los plebeyos. Éstos, por sus deudas, recibían un trato duro y cruel por parte de los acreedores patricios, quienes llegaban incluso a esclavizarlos.
Al año siguiente, tras haber promovido una auténtica insurrección (que pasó a la Historia como Manliana seditio), fue acusado de alta traición y condenado a morir despeñado desde la roca Tarpeya, la misma que tan valerosamente había defendido durante la invasión gala unos años antes. En concreto, en 390 a.C., cuando, advertido por el clangor característico de los gansos del templo de Juno, detuvo valerosamente el avance nocturno de los galos al Capitolio, y con el que se le honró con el sobrenombre de “Capitolino”.
Refiere Dionisio de Halicarnaso (“Historia antigua de Roma”, Libro XIV) que Manlio, al correr peligro de muerte por intento de tiranía, mirando al Capitolio y tendiendo sus manos al templo de Júpiter que está allí, dijo:
“¿Ni siquiera será capaz de salvarme aquel lugar que yo os defendí cuando había sido capturado por los bárbaros? Entonces estuve a punto de morir por vosotros y ahora moriré a vuestras manos”.
En ese momento se compadecieron y lo dejaron libre.
Así lo confirma también Tito Livio (Titus Livius, 59 a.C.-17 d.C.) en su obra “Historia de Roma desde su fundación” (Libro VI). Y en ella añade que el juicio, que se celebraba en el Campo de Marte, se aplazó para evitar la visión del Capitolio (lugar de las hazañas de Manlio). Así, existiendo el serio temor a que la plebe interfiriese en una resolución judicial, se decide cambiar el emplazamiento del proceso, convocándose la Asamblea del pueblo fuera de la puerta Flumentana (por la que se salía del Campo de Marte al Tíber), desde donde no era visible el Capitolio. Allí se consumó la sentencia condenatoria, a la que se añadieron dos notas infamantes:
- Una pública.- Como su casa había estado donde estaba el templo de Juno Moneta, la prohibición de que ningún patricio habitase en la ciudadela o el Capitolio.
- Otra de carácter familiar.- Que ninguno de los suyos en adelante se llamase Marco.
Acto seguido Marco Manlio Capitolino fue llevado hasta la roca Tarpeya, desde la que fue precipitado en 384 a.C.
EN 214 A.C. 370 DESERTORES ROMANOS.
Con ocasión de las guerras samnitas, en una expedición romana en la que fueron muertos o hechos prisioneros 25.000 enemigos, también se capturaron a 370 desertores. A éstos, el cónsul Tiberio Sempronio Graco los envió a Roma, donde fueron azotados en el Comicio y luego arrojados desde la Roca Tarpeya. Esto sucedió en el año 214 a.C., según recoge Tito Livio en su obra “Historia de Roma desde su fundación” (Libro XXIV).
EN 212 A.C. LOS REHENES DE TARENTO Y TURIOS.
Y seguidamente, en el Libro XXV de la misma obra, Tito Livio refiere que también ajusticiaron de la misma manera, poco después, a los rehenes de Tarento y Turios. Se les mantenía confinados en el Templo de la Libertad (estaba en el monte Aventino), pero con escasa vigilancia. Consiguieron sobornar a los dos vigilantes que los custodiaban y, al llegar la noche, escaparon secretamente de Roma. Tan pronto como se hizo de día, su fuga fue conocida en toda la ciudad y se envió una partida en su persecución, capturándolos en Terracina. Luego los trajeron de vuelta a Roma y llevados hasta la Asamblea (el Comicio). Allí, con la aprobación del pueblo, se les azotó con varas y a continuación se les arrojó, en 212 a.C., desde la Roca Tarpeya.
EN 131 A.C. EL CENSOR QUINTO CECILIO METELO MACEDÓNICO… SE LIBRÓ.
Su historia la recogió el historiador y erudito latino Plinio “el viejo” (Cayo Plinio Secundo, 23-79 d.C.) en su obra “Historia Natural” (Libro VII). Refiere en ella lo acontecido, en 131 a.C., a Quinto Cecilio Metelo cuando ya se encontraba en la plenitud de su vida. Un día, al volver del Campo de Marte a mediodía, momento en que están vacíos el Foro y el Capitolio, el Tribuno de la Plebe Gayo Atinio Labeón Macerión, a quien aquél siendo censor había eliminado de la lista del Senado, lo arrastró hacia la roca Tarpeya para que fuera arrojado desde ella.
Allí se congregó toda la multitud, pero, como era inevitable ante tal imprevisto, llegaron tarde, y como a un funeral, pues no podían resistirse ni atacar a alguien inviolable (en alusión a la figura del Tribuno). A punto de morir por su propio valor y por su servicio como censor, pues a duras penas se encontró otro tribuno para interponer el “veto”. A punto estuvo de costarle la vida, y vuelto a traer desde el umbral de la muerte, vivió después de la beneficencia de los demás … Y así también lo reseña Tito Livio (“Períocas, 59”).
EN 88 A.C. UN ESCLAVO DE PUBLIO SULPICIO RUFO.
En “Períocas, 87”, narra Tito Livio que desde la roca Tarpeya hizo precipitar Sila, en 88 a.C., a un esclavo de Publio Sulpicio Rufo. Éste, siendo Tribuno de la Plebe (del 89 al 88 a.C.), lo había acosado ferozmente y Sila, el general y político romano Lucio Cornelio Sila (Lucius Cornelius Sulla, 138-78 a.C.), buscaba su ruina. Y, tras ser elegido cónsul, se enteró que un esclavo había traicionado a Sulpicio descubriendo el lugar en que éste se ocultaba. Primeramente, para ser coherente con la letra de su edicto, Sila concedió la libertad al “parricida”, pero inmediatamente ordenó que fuera precipitado de la roca Tarpeya. Y matiza Tito Livio que lo hizo arrojar desde allí cubierto con el bonete de los libertos, conseguido gracias a esta criminal delación.
Así también lo refiere el escritor latino Valerio Máximo (Valerius Maximus, s. I a.C.- s I d.C.) en su obra “Hechos y dichos memorables” (Libro VI), donde añade:
“Con esta orden se mostró (Sila) como el más justo de los hombres aquel que, por su parte, fue siempre un vencedor inhumano y cruel”.
EN 86 A.C. EL SENADOR SEXTO LICINIO.
Según Tito Livio (“Períocas, 77”) allí pereció, en 86 a.C. , el senador Sexto Licinio. Mario (Caius Marius, dictador del 87 al 86 a.C.) lo hizo ejecutar tras demostrarse que había cometido un gran número de crímenes.
EN 16 D.C. EL MAGO LUCIO PITUANIO.
En tiempos del emperador Tiberio la ciudad de Roma estaba invadida de ritos y cultos orientales. Con sus prácticas, en especial la de los astrólogos caldeos, perturbaban gravemente la vida social de la urbe. Tras varios hechos escandalosos, Tiberio ordenó la expulsión de Italia de todos ellos. Y a un mago caldeo, de nombre Lucio Pituanio, lo hizo despeñar desde la roca Tarpeya, en el año 16 d.C. Así lo constata el historiador y senador romano Tácito (Publio Cornelio Tácito, h/ 55-120 d.C.) en “Anales” (Libro II).
EN 33 D.C. EL ACAUDALADO SEXTO MARIO.
Una de las últimas condenas de las que queda constancia es la Sexto Mario (Sextus Marius), un acaudalado terrateniente en tiempos del emperador Tiberio (14-37 d.C.). De origen cordobés, Sexto Mario era considerado, en su época, el hombre más rico de las Hispanias (según Tácito), pues poseía extensas minas de oro y plata en la Bética. Tan relevantes eran sus propiedades que las tierras en que se asentaban recibieron de él, antiguamente, el nombre de Mariani Montes (y de ahí toma el nombre la actual Sierra Morena).
Pese a ser un personaje cercano al emperador, cayó en desgracia, posiblemente provocada por la avaricia del mismo Tiberio. Éste lo reclamó a Roma en 33 d.C. acusándole de un arbitrario reparto de tierras a la plebe. El juicio no prosperó, y Mario salió absuelto.
Sin embargo, poco más tarde se le acusó de incesto con su hija y resultó condenado. Fue arrojado desde la roca Tarpeya en 33 d.C., y todas sus propiedades fueron confiscadas, si bien las minas de oro y plata se las reservó Tiberio para sí. Así lo recoge Tácito en “Anales” (Libro VI).
DUDAS SOBRE UNA VIRGEN VESTAL.
El poeta y filósofo cordobés Séneca «el Viejo» (Lucius Annaeus Seneca, aprox. 55 a.C.-39 d.C.), en su obra “Controversiae, 1.3”, refiere el caso de un Virgen Vestal “incesta” precipitada desde la roca Tarpeya y superviviente al lanzamiento. Y se cuestiona si se repitió la precipitación.
El caso también se lo replanteó el retórico latino Quintiliano (Marcus Fabius Quintilianus, aprox. 35 d.C.-96 d.C.), quien en su obra “Institutio oratoria” (Libro VII-8), se preguntaba si una disposición excepcional como ésta podía tener aplicaciones más generales. E infería que la Vestal “había sobrevivido por intervención divina”.
No constan datos ni sobre la referida Virgen Vestal ni la data en que pudo suceder lo referido. Sin embargo, no deja de ser una cuestión controvertida, toda vez que las Vestales no se precipitaban e saxo Tarpeia. El suplicio prescrito para ellas, en caso de incestum, era sepultarlas vivas en el Campo Scellerato (Campo Maldito).
EL CRÁTER TARPEYA, UNA CURIOSIDAD SIDERAL.
Para los más curiosos, Tarpeya es también el nombre de uno de los cráteres del asteroide Vesta. Con un diámetro de unos 520 Km., Vesta forma parte del cinturón principal de cuerpos celestes que, entre las órbitas de Marte y Júpiter, giran en torno al Sol. Tarda unos 3,6 años terrestres en completar su órbita y, pese a ser el tercer asteroide en tamaño, es el más brillante de todos ellos. Fue descubierto el 29 de marzo de 1807 por el médico y físico alemán Heinrich Wilhelm Olbers, quien así lo bautizó en honor a la diosa virgen romana del hogar: Vesta.
Estudiado en 2007, el cráter Tarpeya se encuentra cerca del polo Sur de Vesta. Mide unos 40 Km. de diámetro y su temperatura máxima ronda los -23 ºC. No obstante, no fue hasta el 27 de diciembre de 2011 cuando, por acuerdo de la Unión Astronómica Internacional, recibió este nombre en honor a la legendaria y mítica Tarpeya que nos ocupa.
LA ROCA TARPEYA EN LA ACTUALIDAD.
Tras años de abandono, en el verano de 2018 se derrumbó parte de la Roca Tarpeya. Un desprendimiento de rocas y tierras que no sólo hacen peligrar tan emblemático e histórico lugar, sino la seguridad de quienes por allí transitan. Y, pese a llevar años de abandono, cubierto de maleza, el Ayuntamiento de Roma se ve incapaz de solventar, al parecer por carecer de fondos.
De ahí que la firma florentina de moda Gucci se comprometiera en 2019 a financiar su restauración. Un proyecto que no sólo incluye su consolidación estructural, sino también el acondicionamiento del entorno, e incluso una nueva iluminación.
Esperemos que todo ello fructifique y que algún día podamos disfrutar plenamente de este privilegiado entorno. O, al menos, de lo que nos ha quedado de él. Su legendaria historia y la de toda Roma así nos lo demandan. Y así lo deseamos y compartimos en nuestra Infinita Roma.